ADVERTENCIA:
En este capítulo, más que en ningún otro, es necesario aclarar que todo lo que ocurre en esta novela es fruto de mi imaginación. Los personajes, las situaciones, los acontecimientos, algunos lugares o establecimientos, son imaginarios.
No puedo decir que cualquier parecido con la realidad sea pura coincidencia, porque una parte de esta novela es un fanfiction, con todo lo que ello implica, protagonizado por una Alba Reche y una Natalia Lacunza, que también son fruto exclusivo de mi imaginación.* * * * * * *
Natalia introduce la llave en la cerradura procurando hacer el menor ruido posible, aunque sabe que sorprender a Alba es misión imposible. No por su falta de pericia para pasar desapercibida, sino porque el coro de maullidos, con el que la recibe su familia gatuna, es tan escandaloso que suele frustrar cualquier posibilidad de darle una sorpresa.
En condiciones normales se hubiera ido directa a su casa a darle un achuchón a Fígaro, a digerir, ella sola, consigo misma, la tensión que ha acumulado durante los últimos días; a rumiar las emociones que siente cada noche, cuando se sube al escenario y recibe el calor de su público. Mi público. Una corriente de calor recorre su cuerpo, al tiempo que su boca dibuja una sonrisa y su pecho se hincha de orgullo. Su público. Sus fans. Quién le iba a decir, a ella, hace poco más de dos años, cuando tocaba en la calle y trabajaba como dependienta en una tienda de ropa, que sus fans harían colas interminables y esperarían horas, para que ella les firmara su disco. Mi disco. Mis discos; que llegaría a actuar para cientos, para miles de personas, que cantarían, con ella, sus temas y corearían su nombre, a gritos. Ni en sus mejores sueños se había atrevido a imaginar lo que llegaría a conseguir, cuando se presentó a los castings de Operación Triunfo.
En condiciones normales, se hubiera aislado del mundo, al menos, veinticuatro horas, a recuperarse del desgaste emocional que le supone revivir, cada noche de concierto, las situaciones que le sirvieron de inspiración para las canciones del EP2.
Pero, ya no hay condiciones normales. El verano está siendo una locura y tienen que aprovechar la mínima oportunidad para pasar, aunque sea, un par de días juntas. Bastante han sufrido la distancia durante el confinamiento, una en Elche, la otra en Madrid, por mucho que hablaran, varias veces al día y se conectaran por Zoom, cada noche. Y, menos mal que Pol se había mudado a su casa para intentar dar un poco de calor a los días gélidos del confinamiento sin Alba, cuando tuvieron la certeza de que su separación no iba a ser cuestión de quince días, ni de treinta. Con Marta en Málaga y Marilia en Las Palmas, el silencio y la soledad de aquella casa, en la que había vivido con Alba, empezaron a hacer mella en su ánimo. Hasta que Pol se ofreció a acompañarla y no pudo rechazar su oferta, después de consultarlo con Alba. Se hubiera vuelto loca, sola, sin su familia, sin sus amistades. Sin Alba. Sobre todo, sin Alba. Prefiere no pensarlo. Ya no tiene sentido recrearse en esos meses. Ya han pasado.
Ya ha pasado todo lo que la ha marcado a fuego, durante el último trimestre del 2019 y los primeros meses de este 2020 extraño. Tienen dos días, con sus noches, antes de retomar sus respectivos compromisos. No piensa desaprovecharlos con sus comeduras de tarro, made in intensidades Lacunza.
Se detiene, un momento, antes de cerrar con el mismo cuidado con el que ha introducido la llave en la cerradura. Sonríe. Aprieta en puño en señal de triunfo. ¡Bien! Nadie ha salido a recibirla. Deja la maleta al lado de la puerta, las llaves, junto a las de Alba, en el platillo de cerámica valenciana que hay en el mueble de la entrada. Se descalza, mete las deportivas en el zapatero, echa un chorro de gel hidroalcóholico en la palma de la mano izquierda y lo distribuye concienzudamente por las dos manos, hasta las muñecas, en un gesto que se ha convertido en hábito.
Aguza el oído. El sonido de su propia voz, en la versión de Toxic, que cantaron en el primer concierto de la gira de OT18, que le llega desde la cocina le calienta, aún más, el corazón. A girl like you should wear a warning. Los latidos se aceleran con el recuerdo de la actuación, de los ensayos, de la clase con Itziar Castro; de la semana siguiente, la terrible, dolorosa e incomprensible semana pos Toxic. Resopla. El I'm addicted to you, se mezcla con Esto que has hecho en mí es una droga de diseño. Una droga que le ha provocado monos insoportables, noches en las que le era imposible conciliar el sueño. Sin ese mono, no hubieras compuesto el EP2, le recuerda la voz de su conciencia. Hubiera compuesto otras cosas, se responde, sin mucha convicción. Mueve la cabeza de un lado a otro, negando, en la semioscuridad del pasillo. ¿A qué viene volver a esos recuerdos, una y otra vez? ¿A qué te cortas las venas en cada actuación, reviviendo el momento en el que compusiste esos temas?
Vuelve a negar, moviendo la cabeza de un lado a otro, como si pudiera acallar esa voz. Sabe que no va a conseguirlo, de momento, por eso prefiere dirigir su atención a la imagen de Alba que se va a encontrar cuando abra la puerta de la cocina. Como solo se haya puesto esa camiseta, no respondo de mis actos. Es una camiseta concreta, en la que piensa, de tirantes, que apenas le tapa el culo.
Intenta distraerse pensando en que debe llevar un buen rato allí, para estar en ese punto de la lista de reproducción que escuchan cuando están separadas. La conoce de memoria. La compusieron juntas, en YouTube, con los temas de su paso por la Academia, por orden cronológico, a excepción del primero –Alba se había empeñado en que fuera Don't ask–, el segundo –ella había querido que fuera su cover de Annie Marie– el penúltimo, que suena, en esos momentos, su versión de Fuego y el broche final, Este amor ya no se toca.
Avanza con cautela por el pasillo, recreando en su mente la imagen de Alba, en la mítica actuación de la Gala 4. Estaba impresionante, ese día. Suspira. Resopla. Sonríe. ¿Cuándo no lo está? Puede sentir en sus dedos el mismo cosquilleo que sintió cuando recorría la cadera de Alba, bajaba por el lateral del muslo, volvía a la cadera y rozaba sus dedos con los suyos, en el toque leve y fugaz de sus manos al separarse, antes de que las bailarinas les devolvieran los micros. Le hubiera comido la boca ese día, allí mismo, en el escenario, sin importarle los millones de ojos que las observaban. Había llegado a imaginar que los gritos, con los que el público, enfebrecido, celebró el final de su actuación, se los dedicaban a lo que hubiera sido el broche perfecto para su actuación. Perfecto y natural. Natural, si no le pesara tanto lo que había dejado fuera, al entrar en el concurso. Si Alba hubiera podido darle carpetazo a su ex.
I think I'm ready now.
Estaba preparada. Lo había estado desde el día que se encontró con ella. Había hecho todo el viaje, desde Pamplona, pensando en aquella chica rubia, de voz profunda y rasgada, que había visto en los vídeos de los castings. Una voz que le traspasaba el alma. Una mirada que la invitaba a perderse en ella y navegar hasta lo más profundo del alma que se reflejaba en sus ojos. La buscó, nada más bajar del autobús, con la excusa de preguntarle si sabía el revuelo que ya se había formado en las redes, incluso antes de que llegaran a conocerse en persona. El tiempo se detuvo, cuando conectaron sus miradas. Como si, en vez de conocerse, se hubieran reconocido. De otro lugar. De otro mundo, suspendido en el tiempo y en el espacio a la espera de hacerlas coincidir en la misma dimensión.
–Albi...
Su nombre se escapa, en un susurro, de sus labios.
La ha evocado tantas veces, durante los meses en los que un muro de hielo se interpuso entre ellas, que no puede evitar emocionarse ante la inminencia de su encuentro. Ni que le entren las prisas. Ni que le pueda la impaciencia.
Adiós sigilo. Ya no hay sorpresa que valga. Manda la urgencia de volver a sentirla en sus brazos, después de tantos días separadas. Es lo único que lamenta de su nueva vida. Eso, y no poder viajar a Pamplona tanto como desearía. Eso, y estar permanentemente expuesta a la curiosidad ajena, a las especulaciones sobre su relación.
Pero nada de eso importa, cuando abre, por fin, la puerta de la cocina y la ve allí, moviéndose al ritmo de la canción, con un vestido de flores, ¡Uf, menos mal!, el pelo protegido con un pañuelo, mientras revuelve las verduras en el wok.
El movimiento sincronizado de los felinos, al abandonar sus camitas, alerta a Alba, que no la ha oído entrar. Se da la vuelta, suelta la cuchara de madera y se lanza a sus brazos. Un pequeño impulso le basta para encaramarse a su cuerpo, cerrar las piernas entorno a sus caderas, los brazos alrededor de su cuello, en el que esconde la cabeza, con un movimiento patentado desde el día en el que Natalia salió a su encuentro en el pasillo de la Academia y se la llevó en volandas hasta el baño, tarareando la Marcha Nupcial, para besarla, lejos de las cámaras, ante la sorprendida mirada de Famous.
–¡Nat! ¡Creí que llegabas más tarde!
Natalia no dice nada. Respira el aroma del pelo de Alba, en el que se mezcla el de las verduras que está cocinando con su champú de siempre, los ojos cerrados, todos sus sentidos activados, ¡Dios, cómo te he echado de menos!, piensa mientras la aprieta tan fuerte que teme llegar a romperla.
–Te adoro.
Es lo primero que sale de sus labios, en un susurro que contiene toda la emoción que siente.
–Y yo –le responde Alba, con la misma intensidad.
En la mente de ambas, el momento en el que Alba se lo dijo, la mañana de la penúltima gala, cuando temían que Alba, nominada junto a Sabela y Julia, tuviera que abandonar la Academia la última semana del concurso. Se le había caído el alma a los pies, al verla hacer la maleta la noche anterior. Estaba tan hecha polvo que no había podido acompañarla en aquel trance. Tuvo que refugiarse, primero en la sala del piano, luego en la terraza, fumando un pitillo tras otro, para no romperse ante ella y quebrar la tranquilidad con la que Alba estaba afrontando el momento. Ella, en su lugar, no hubiera tenido la misma fortaleza. Pero Alba es así. Maneja sus emociones con la pericia de un alma vieja. No finge. Verdaderamente, es capaz de ponerse en el estado de ánimo que le permita afrontar con éxito las adversidades, aunque luego, pasado el peligro, se rompa, como se rompió en sus brazos después de cruzar la pasarela, en la Gala 10. ¡Puta Gala 10! Aún se indigna al recordar el vídeo resumen de la semana de Alba, mientras ensayaba Lost on you. Aún se estremece al rememorar el momento en el que la sacaron del plató para intentar que Alba, en pleno ataque de angustia, se tranquilizara y pudiera cantar su tema. Aún maldice a quien había tenido la ocurrencia de montar aquel puto vídeo. Aún se llena de orgullo, cuando se acuerda del repaso de la gala.
Alba se crece ante la adversidad. Ella, no. A ella le cuesta un mundo gestionar sus emociones. Se bloquea. Se bloquea tanto, que se descontrola. Se descontrola a tales niveles, que puede llegar a comportarse como una niñata estúpida e insensible, ajena al dolor que puedan generar sus actitudes. Como durante la última semana de Miki en el concurso, en la que, por atender y mimar a su amigo, había provocado el disgusto y el rechazo de Alba. Menos mal que Alba la había perdonado, sin tener que pedírselo. A veces se daría de bofetadas.
Aquella mañana, la de la penúltima gala, después de haber escondido la cabeza en un pozo, como una jodida avestruz, durante toda la noche, no había podido evitar romperse en los brazos de Alba, cuando se cruzaron en el comedor. La posibilidad de pasar sola la última semana en aquella casa, la aterraba. Habían soñado llegar juntas a la gran final. Disfrutar de la última semana, en aquella casa que guardaba, en cada rincón, los recuerdos de tres largos e intensos meses en los que su relación había pasado por casi todas las etapas que pasa una pareja en sus tres primeros años. Así de intensa, había sido la experiencia. Así de intensos eran sus sentimientos. Habían planeado prepararse para romper, juntas, la burbuja en la que habían vivido y enfrentarse, también juntas, a la realidad que las esperaba fuera de la Academia. No se sentía preparada para que Alba se fuera aquel domingo y la dejara sola. No podría vivir la final sin ella. No podía y no quería.
Se besan con ternura, despacio, sin prisas. Ya no las tienen, al menos esta noche. Las manos de Alba en las mejillas de Natalia, los brazos de Natalia sosteniendo el cuerpo de Alba, abarcando su espalda en un abrazo del que no desearía desprenderse nunca.
–¡Se van a quemar las verduras! –exclama Alba, de repente.
A Natalia siempre le sorprende la facultad que tiene Alba para estar pendiente de todo. La deja resbalar por su cuerpo, se dan un último beso y la deposita, con cuidado, en el suelo.
Mientras Alba hace el balance de daños, Natalia se agacha para acariciar, en riguroso orden de edad, dignidad y gobierno, a su familia felina. Primero a Queen, la mayor, la reina de la casa, a la que ha sentido restregarse contra su pierna desde que entró en la cocina, luego a Luisa, a la que coge con una mano, mientras sigue acariciando el lomo de Queen, se la acerca a la cara y le da sonoros besos en la cabecita.
Deja a la bebé en el suelo, abraza a Alba por la espalda y se asoma por encima de su hombro.
–¿Ha sido mucho, el desastre? –le pregunta, con los labios pegados a su oído.
–No, apenas se han tostado, un poco más de la cuenta, las del fondo –le responde Alba, que se vuelve y corresponde al abrazo, enterrando la cabeza en su pecho–. Menos mal que había puesto la vitro a media potencia.
Ella, controladora.
–¡Qué ganas tenía de estar en casa!
Tu hogar está donde está tu corazón. Su corazón está con Alba. Siempre lo había estado, a pesar de las idas y venidas, de sus bruscos cambios de papel, que las habían distanciado más de una vez.
–Y yo de que estuvieras –responde Alba sobre sus labios–. ¡Jo, Nat, se me han hecho eternos estos días!
–Y eso que no has parado...
–Si llego a parar, me vuelvo loca –le confiesa, sin separar su boca de la de Natalia–. He sobrevivido gracias a Marina, que me ha aguantado lo que no está en los escritos.
Natalia sonríe con nostalgia. ¡Cuánto le gustaría tener a Elena como se tienen Alba y Marina! Necesita cambiar el chip para no dejarse invadir por la morriña. Morriña. Sabela. Le encantaría poder materializar los planes que habían hecho con su amiga y pasar, una semana en Galicia, lejos de todo. De momento, no puede ser. Los contratos les están lloviendo y no es cuestión de desperdiciar la oportunidad, después de haber tenido que cancelar sus giras por culpa del coronavirus. Quizás este invierno.
–¿Cuánto queda para la cena? Necesito darme una ducha.
–¿Te vas a duchar sin mí? –pregunta Alba, mimosa, sin soltar el abrazo.
–Albi...
La imagen de ambas en la ducha envía un trallazo a su entrepierna.
–¡Anda, vete! –le pide Alba– Sino, se me van a terminar de quemar las verduras.
Se desprenden del abrazo. Natalia le da una palmada cariñosa en el culo, Alba le acaricia la mejilla con el dorso de la mano, y se vuelve hacia la vitro.
–Me ducho en cero coma –asegura.
Antes de que abandone la cocina, Alba le pregunta:
–Nat, ¿has visto el sobre que hay en el mueble de la entrada?
No, no ha visto nada. Cuando llegó, tenía todos sus sentidos puestos en ella.
–Está debajo del platillo de las llaves. Tráelo, porfa.
Es un sobre alargado, de papel reciclado, con el anagrama de una conocida editorial, dirigido a doña Alba Martínez Reche, en el que figura la dirección de esa casa, que sólo conocen un número muy concreto y reducido de personas.
–¿Qué es, Albi?
–Ábrelo –le responde, imprimiendo un tono de misterio a su voz.
Natalia extrae del sobre una cartulina rectangular. Lee el contenido en alto:
–Ana Arango Amieva, codirectora de la editorial Viento de papel se complace en invitarla a la presentación del libro A través del espejo, de la fotoperiodista Jimena Menéndez Navia-Osorio, que tendrá lugar en el Salón de Té del Teatro Campoamor, de Oviedo, el 2 de octubre, a las siete y media de la tarde.
Levanta los ojos, mira a Alba, intrigada.
–¿Te han invitado a la presentación de un libro? ¿En Oviedo?
–¡A la presentación de un libro de Jimena Menéndez, Nat! –exclama Alba, entusiasmada, cruzando los dedos para no se lo vuelvan a anular por culpa del puto COVID-19– Justo el día antes de mi concierto en Gijón.
–¿Jimena Menéndez?
–¡Ay, Nat! ¿No me digas que no sabes quién es?
Natalia se encoge de hombros y niega con la cabeza.
–Vete a ducharte, anda, te lo cuento durante la cena.
Cena que tuvo que esperar, porque la imaginación de Alba voló hacia el cuerpo de Natalia, desnuda, bajo el agua, y no pudo vencer la tentación de meterse con ella en la bañera y calmar el ansia que la consumía desde que entró en la cocina, la acogió en sus brazos, se embriagó con su olor y sintió palpitar sus corazones al mismo ritmo.
Apenas le dio tiempo a contemplarla, mientras se desvestía a toda velocidad, el agua resbalando por su cuerpo, la frente apoyada en la pared, los ojos cerrados, los brazos caídos a lo largo del cuerpo, de aquel cuerpo que conoce a la perfección. De aquel cuerpo que adora.
Dejó un reguero con sus prendas en el suelo, abrió la mampara, y se abrazó. La deseaba. La había deseado desde que se abrazaron cuando llegó. La había deseado hasta la desesperación, en cada momento de intimidad que habían compartido en la Academia. Un deseo que iba mucho más allá del anhelo físico. Un anhelo de fundirse en su alma, incluso cuando pasó lo que pasó...
Ven mi amor, quítame esta pena, por favor.
No había podido ir. En aquel momento, no. Estaba demasiado dolida. Dolida y frustrada. Frustrada y decepcionada.
–Te lo prometo, Albi –le había asegurado entre lágrimas, cuando salieron a fumar a la terraza, después de la expulsión de Miki–. Te prometo que no va a volver a pasar.
Pero se había olvidado de su promesa. Y todo por celos. Por unos celos infundados y absurdos. ¿Cómo iba a gustarle, a ella, ese muchacho? ¡Por todas las diosas! Sí, de acuerdo, cantaba muy bien, tenía una voz peculiar, diferente, y le pareció buena idea darle la oportunidad de colaborar con ella, como había hecho Natalia con Guitarrica. Colaborar en un tema de su disco. Solo eso. Pero a Natalia se le habían cruzado los cables, los cables de su absurda, de su infantil necesidad de que el mundo girara, exclusivamente, a su alrededor, cuando se sentía insegura, y lo había mandado todo a la mierda.
Alba sabía que nunca podría haber nada entre ellos, pero verla en la misma actitud que la había visto con Miki, le revolvió, otra vez, las tripas. Y la decepcionó profundamente. Me lo habías prometido, Nat. No había llegado a decírselo. Simplemente, se alejó, a esperar a que Natalia se diera cuenta de su error. No solo no quiso darse cuenta, sino que, cuanto más se alejaba Alba de ella, más redoblaba sus esfuerzos por reivindicar su relación con Pol. Y ella se encerró en sí misma, y empezó a levantar un muro entre ambas. Un muro, y un foso lleno de cocodrilos, después de que Natalia tuviera la falta de tacto de presentarse con él en aquella puta gala. No se dejó conmover cuando vio las ojeras que le salían después de pasarse horas llorando –las conocía muy bien–, tan diferentes a las del cansancio o la falta de sueño. Hasta le había parecido ridículo el candado que colgaba de su cuello, unido a una cadena de ferretería. Cómo te atreves, fue lo único que pensó antes de ponerse a bailar y cantar, como si la vida le fuera en ello, rodeada de sus colegas.
Aquella misma noche, cuando llegó a casa, agotada, triste y profundamente decepcionada, dejó de seguirla en Instagram. A ella, y a él. Que hicieran lo que les diera la puta gana. Que aparecieran juntos en público, dando pábulo a todo tipo de especulaciones y comentarios de la carroña que se alegraba de que Natalia fuera normal y tuviera un novio. No pudo conmoverse cuando, a pesar de todos los esfuerzos que hizo por evitar que le llegaran imágenes suyas, la había visto romperse al cantar En la boca del suspiro, arde el mundo y yo te abrigo. ¿Abrigarme, Lacunza? ¡Y una puta mierda ¡Me dejaste con el puto culo al aire! Tampoco le impresionó que se le quebrara la voz, como le pasaba antes de llorar. Que lo hubiera pensado antes de ponerse a hacer el gilipollas con aquel mamón.
Siente un nudo atenazarle la garganta. Lo siente, cada vez que la asaltan imágenes que desearía poder borrar para siempre cuando escucha A otro lado, cada vez que la reproduce en su mente y recuerda los días oscuros y fríos, las noches en las que prendía el alquitrán, para ahuyentar la negrura que la rodeaba, retorciéndose en su lado de la cama, llamándola a gritos en sus sueños.
–Te he echado muchísimo de menos...
–Y yo a ti, baby, y yo a ti.
Natalia se vuelve para acogerla en sus brazos.
–¿Qué pasa, Albi? –le pregunta alarmada, al ver deslizarse las lágrimas por sus mejillas.
–Nada..., es que..., tenía..., tenía tantas ganas de verte..., de estar así contigo, que... –intenta disimular esbozando una sonrisa.
–Se ha puesto blandita, la baby –bromea Natalia, fingiendo que ignora los motivos de su llanto.
Ha leído en sus ojos como en un libro abierto para ella, solo para ella, ese pasaje de su historia, que no debía haberse escrito nunca. Su estómago se encoge, su garganta se seca, lucha por impedir sus propias lágrimas. No quiere volver a estar triste. No con Alba en sus brazos. Cierra el libro, con rabia, sin marcar la página, y lo lanza fuera de su vista. No va a permitir que el recuerdo de sus errores las priven de ese momento.
–Estoy en casa, Albi, no voy a volver a irme –le asegura, mientras consuela su llanto en su pecho.
Le acaricia la cabeza y la espalda con ternura, desliza las palmas de las manos hasta sus nalgas y ahí, ya, se pierde, y se le olvida del dolor que acaba de ver en su mirada, y se deja llevar por el ritmo de la respiración de Alba, y de la suya, cada vez más agitadas.
Cada noche, de las que habían estado separadas, había soñado con la de su reencuentro. Había imaginado que harían el amor despacio, en la cama, deteniéndose en cada centímetro de piel, haciendo crecer el deseo muy lentamente. ¿Quién te manda pensar, Natinat? El suave mordisco que acaba de darle Alba en el pezón, para traerla de vuelta, de dónde quiera que se hubiera ido, la devuelve a la realidad, a su realidad, concentrada en el pequeño cuerpo de Alba, en la profundidad inmensa de su mirada, en los hilos invisibles que conectan cada poro de sus pieles con un deseo que no pueden postergar por más tiempo.
Siente flaquear sus piernas después de la detonación que la ha sacudido, con la virulencia de un terremoto de grado diez, en la escala de Richter, aunque no se puede permitir desfallecer porque siente la misma reacción en Alba y necesita mantenerse firme para que no se le escurra y den, las dos, con sus huesos en el suelo de la bañera.
Se deja resbalar despacio, con la cabeza de Alba enterrada en su cuello. Sentada, al fin, con Alba sobre ella, coge su cabeza con las dos manos, acaricia sus mejillas con los pulgares, la mira a los ojos.
–Te amo, Alba.
–Te amo, Nat.
Un rato después, sentadas a la mesa, degustando la cena que ha preparado Alba, Natalia le pregunta:
–Bueno, a ver, ¿quién es la tal Jimena Menéndez? Y, sobre todo, ¿por qué te ha invitado a la presentación de su libro?
–¡Vamos, Nat! A veces pienso que no vives en este mundo.
Natalia se encoge de hombros y convierte su cara en un meme, mezcla de disculpa y candidez infantil, disculpándose por su ignorancia.
–Para empezar –responde Alba–, es la primera mujer española, reportera de guerra, que ha ganado un Pulitzer. Para seguir, es feminista y activista pro derechos LGTBI...
–¡Ah! –la interrumpe Natalia, elevando el índice para señalarla– La conoces porque es feminista y activista. Pero, ¿de qué te conoce, ella, a ti, eh?
Alba sonríe. Atrapa el dedo que ha levantado Natalia y le da un pequeño beso en la yema.
–¿Será porque soy una de las figuras con más proyección del panorama musical español, mejorando lo presente, abiertamente feminista y bisexual, comprometida con las reivindicaciones del colectivo LGTB?
El tono y el gesto de suficiencia hacen que Natalia se le escape la risa.
–Me encanta lo de mejorando lo presente. Es, ¡tan antiguo! Tan antiguo como tus pijamas de abuela, mi amor.
Alba acorta la distancia entre ellas y la besa.
–¡Huy, huy, huy! Se ha puesto celosa, la baby. ¿Te has picado porque me ha invitado sólo a mí?
¡Hostia, es verdad! No pone doña Alba Reche y acompañante.
La cara de Natalia vuelve a ser un meme. La boca apretada, las comisuras de la boca hacia abajo, simulando un puchero para, acto seguido, entrecerrar los ojos, teñir su mirada de picardía y devolverle la pregunta a Alba.
–¿Por qué estás tan segura de que no me ha invitado?
–¿Yo? ¡No seas falsa! Yo no he dicho eso –protesta Alba.
–¡Oh, sí! ¡Sí que lo has dicho! Pero lo vamos a saber ahora mismo –afirma, decidida.
–¿Cómo? –pregunta Alba extrañada para, acto seguido, caer en la cuenta.
–Espero que Pol esté en casa.
Alba intenta, sin éxito, reprimir un gesto de contrariedad. Hace mucho que ha aceptado la presencia del cantante en la vida de Natalia, pero no le gusta. No le cae bien. Le molesta la forma en la que han gestionado su relación, exponiéndose en las redes sociales, dando a entender lo que no es, solo para darle, a él, presencia en los medios y potenciar su carrera, que no está resultando tan exitosa como desearían sus representantes. Sabe que, para Natalia, la lealtad hacia sus amistades es inquebrantable. La conoció así, la respeta y la admira por ello, pero tiene que reconocer que Pol se le ha atravesado. Por mucho que haya acompañado y apoyado a Natalia, cuando ella no estaba, cuando más lo necesitó, hay algo en él que le rechina. Por mucho que sea consciente de que la responsabilidad es de Natalia, y solo de Natalia, no puede evitar sentir rechazo hacia él, y hacia todo lo que le rodea.
A Natalia no le pasa desapercibido el gesto.
–Albi –le dice con dulzura.
–Lo sé, Nat, lo sé.
Coge el teléfono y le manda un guas a Pol.
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Cantábrico (Albalia)
FanfictionAna, directora de una editorial LGBT, decide dedicar el número en papel, de su revista digital, a realizar un estudio sobre los fanfic Albalia. Entre ellos, encuentra uno en el que la historia de Alba y Natalia contiene demasiados paralelismos con...