Me he puesto de una mala leche, con las putas coincidencias, que me dan ganas de mandarlo todo a la mierda, incluidas las tareas que tengo sin hacer, para la reunión de mañana. Y, ya puesta, dejarle la reunión a Pruden. Y la entrevista con Jimena, también. Si pudiera, haría una maleta con lo imprescindible, cogería el coche y conduciría, sin rumbo, lo más lejos que pudiera. Aunque fuera inútil, porque, sí, puedo escapar de mis obligaciones, pero no de mí misma.
Estoy a punto de tomarme un gramito de lorazepam, con una copa de vino, meterme en la cama y olvidarme de todo, cuando recibo un guas de Lore. Me sorprende. Son casi la una de la mañana. Se conoce que ha querido darme tiempo para que lea los capítulos que me ha recomendado y parece que no puede esperar hasta mañana para comentarlos.
¿Qué tal lo llevas, jefa?
Malamente (tra-tra)
¿Qué pasa? ¿No te han gustado? ¿No te han puesto?
Ella, directa. Adoro su naturalidad, su desparpajo.
Solo he leído el más popular. Y sí, ha cumplido su función.
Para qué andarme con disimulos.
Fila de caritas sonrientes.
Guiño con la lengua fuera.
¿Entonces?
Cosas mías, Lore, cosas mías.
¿Qué le voy a contar, que la aparición por sorpresa de Creep, en el segundo pase de micros, en uno de los vídeos de Warta, me ha devuelto a la casilla de salida? No sabe nada de mi vida personal, ni de lo que me está pasando, se cree que me he quedado en casa porque tengo un resfriado.
Es que, después, me he puesto a leer otro fic y ha removido una vieja historia, me justifico.
¿Cuál?
Uno que no me has puesto en la biblioteca, De la Tierra a Plutón, y vuelta.
¡Uf, sí! Se lo puse a Pruden.
¿Será zorra, Pruden? Pero, si lo hablé esta tarde con ella y me dijo que no lo estaba leyendo...
¿Por dónde vas?
Lo he dejado en Buenos días, amor, ¿por?
No quisiera hacerte spoiler, jefa.
Con ese, ¡uf, sí!, ya me has dicho bastante.
¡Vaya, joder, lo siento! Se me ha escapado.
Carita triste
Es decir, que se avecina drama...
Mis labios están sellados.
Carita con la cremallera en la boca.
A ver, jefa, ya lo hemos hablado, cualquier fic que se precie, incluye su buena dosis de drama, sí, o sí. Este no iba a ser diferente.
Estoy en un tris de preguntarle si, por lo menos, acaba bien, pero se me adelanta.
Aún no lo ha terminado.
O sea, que ¿aún no ha resuelto el drama?
No. Actualiza una vez a la semana y el último lo publicó ayer, así que, con suerte, mucha suerte, lo resolverá en un par de semanas, o tres.
Solo una cosa más. ¿El bollodrama empieza en el once?
Fila de caritas carcajeantes, esta vez, al vies.
Odio que me hagan spoiler, no te lo voy a hacer, yo, a ti.
Muy considerado, por tu parte.
Ya sabes cómo soy...
Lo sé. Gracias por todo, Lore. Nos vemos en la reunión.
Que descanses, jefa.
Guiño
Igualmente, subordinada.
Guiño.
Si ya me interesaba muy poquito lo que pasa en el siguiente capítulo del viaje a Plutón, la información que me ha proporcionado Lore, me reafirma en mi idea. Me trae al mismísimo pairo lo que las dos pencas hayan hecho en Xagó y durante el resto de la semana fantástica que se han montado. Ya he tenido bastante aperitivo con el de la visita al Cabo Peñas y el de Buenos días amor, más el regalito envenenado la parte cincuenta y uno, de los resúmenes de Warta, que han vuelto a transportarme al pasado, con una precisión que para sí hubiera deseado H. G. Wells para su máquina del tiempo.
Desisto de tomarme el ansiolítico. Lo que quisiera es poder llorar lo que no lloré en el verano del noventa y cinco y compadecerme de mí misma, no ese ratito que me recomendó Pruden antes de ayer, no. Quiero llorar hasta que se me queden los ojos como los de un besugo y se me ponga la nariz, roja y abotargada, como la de una alcohólica. Y volver a fustigarme y autocompadecerme el tiempo que me dé la gana.
¿Que no es sano? ¿Y qué? ¿Hay algo sano en lo que me está pasando estos días? ¿Algo medianamente normal? No, no lo hay. Y lo mejor es que, a estas alturas, después de llevar tres días metida en mi casa, sin ir a trabajar, sin hacer otra cosa que leer novelas escritas por veinteañeras y ver vídeos que protagonizan otras dos, quemarme los pulmones y beber vino, sinceramente, querida, me importa un bledo (leer en el mismo tono en el que Rhett Butler le responde a Scarlett O'Hara en la famosa escena).
Puede que no tenga sentido, a estas alturas de vida, lo admito. O sí, ¿qué sabe nadie?, que canta Raphael y, lo que es más ¿a quién le importa lo que yo haga?, frase icónica, donde las haya, para nuestro colectivo, que resume mi estado de ánimo en este momento. Es lo que me pide el cuerpo. A gritos. Y pienso dárselo. Como le di el revuelto de gulas y el requesón con nueces y miel, que me pidió, a las doce de la noche, porque la sopita de verduras con pollo que tomé a las nueve me entonó el estómago, pero no me quitó el hambre.
Que regodearse en el pasado, es absurdo y dañino. ¿Qué le vamos a hacer? La vida es así, no la he inventado yo. A la única que hago daño es a mí misma, así que me jodo. Por que eso es lo que me apetece, joderme a mí misma, meterme en un cilindro de hormigón, de paredes lisas, del que solo se puede salir si alguien te proporciona una escalera, como hace uno de los protagonistas del último libro de Murakami y permanecer allí, en la oscuridad más absoluta, hasta que vuelva a recuperarme a mí misma. Si es que tengo algo que recuperar.
Por muy incoherente que pueda resultar, es la cara de Jimena la que quiero ver asomándose al borde del cilindro, son sus manos las que deseo que me tiendan la escalera, es con ella con quien quiero encontrarme al salir. No con la Jimena que abandone a los diecinueve. Quiero encontrarme con la mujer de cuarenta y dos, a la que he visto crecer y triunfar, desde la distancia, como profesional, aunque no tenga ni idea de otros aspectos de su vida. No sé nada de su vida privada. Ni ella la ha compartido en sus redes, ni yo he tenido el mínimo interés por enterarme. No sé si vive en Madrid, o en las quimbambas, si ha vuelto a enamorarse, si está sola, como yo, o tiene pareja, si ha formado una familia... No sé nada, aunque estoy segura de que tiene una vida plena y satisfactoria. Lo jodido es que ella se encuentre con la Ana de diecinueve, que es como me siento ahora, secuestrada por mi adolescente interior, zarandeada por mis emociones. Eso sí que sería un puto desastre.
Me urge recuperar a la mujer adulta que soy antes de tenerla enfrente. Y si para eso tengo que llorar, patalear, fustigarme y compadecerme de mí misma, lo hago, y santas pascuas. Aunque tenga que sumergirme hasta el cuello en mi propia mierda, y esa mierda tenga una solera de veinticuatro años.
Siendo objetiva, no puedo echarle la culpa a nadie de que esa herida, que ni siquiera sabía que continuaba abierta, siga supurando.
Ni a la idea de Lore para nuestra revista en papel, ni a Natalia y Alba, por enamorarse en directo, ni a Warta, por recoger tan magníficamente los momentos estelares de su relación dentro de la Academia, ni a Alba Reche por cantar Creep con ese sentimiento, que me rompió en mil pedazos, ni siquiera a la escritora del viaje a Plutón, que tanto me ha removido. Estoy segura de que, sin todas estas coincidencias, mi reacción, cuando me hubiera encontrado con Jimena, hubiera sido menos visceral. Me hubiera preparado mentalmente, un día antes, protegida por la distancia de seguridad, que he establecido para todo lo que tiene que ver con ella, y hubiera acudido a la entrevista con mi disfraz de perfecta profesional, parapetada tras las defensas que he levantado desde que acepté que no volvería a mi vida .
Lo que ha ocurrido estos días ha dado al traste con mi estrategia. Quizás tenga que ser así. Ya no tengo diecinueve. Tengo cuarenta y tres. Igual va siendo hora de enfrentarme, a pecho descubierto, a los sentimientos que ha desenterrado Creep, y todo lo que ha venido detrás. Igual va siendo hora de cerrar la herida.
Sé, desde hace meses, que la revista tendría que hacerse eco de la presencia de Jimena en el jurado de los premios Princesa de Asturias. No solo por el reconocimiento que supone, para ella, participar en unos jurados en los que la presencia femenina se ha contado con los dedos de una mano, sino por su implicación en el movimiento Me too, su esfuerzo por visibilizar la situación de las mujeres y las niñas en los conflictos bélicos, o su denuncia permanente de la barbarie que sufre nuestro colectivo en tantos países del mundo. Lo sabía, pero, fiel a mi estrategia, lo relegué a ese rincón de mi mente donde guardo las cosas a las que no quiero enfrentarme. Como he ido extirpando de mi cerebro, con la pericia de una neurocirujana, cada noticia suya que me llegaba. Leía sus reportajes, como si los escribiera una extraña. Veía sus fotos, las pocas que se han publicado durante todos estos años, y me obligaba a borrarlas de mi memoria. Celebré su Pulitzer, ¡cómo no!, brindando por ella con Pruden y Cova. Me angustié, y sufrí, cuando me enteré de que la habían herido en Sudán del Sur, mientras el grupo de periodistas con el que iba, intentaba llegar a Yuba, la capital, el verano pasado, y se vio sorprendido por un fuego cruzado.
Fue el único momento en el que me permití plantearme cómo hubiera sido nuestra vida juntas. ¿Hubiera sido capaz de esperar en casa, tan tranquila, mientras ella se jugaba la vida, de conflicto en conflicto? ¿Hubiera podido ir con ella, durante mis vacaciones, como planeamos juntas, a Somalia, acompañando a Waris Dirie, en su lucha contra la ablación, o Bagdad –estaba en el mismo hotel que José Couso, ¡por dios!–, o a Pakistán, Nicaragua, Guatemala, Colombia, y todo ese largo etcétera de países a los que ha viajado para remover, con sus reportajes, las conciencias de quienes, como yo, nos horrorizamos e indignamos ante el televisor o el periódico, sin mover un dedo?
–Seamos realistas Anita, nunca lo sabrás –ya estaba echando de menos la voz de Sensa, pisoteándome el hígado–. Quizás, si no te hubieras comportado como una adolescente insegura, cobarde y egoísta, otro gallo te hubiera cantado.
–Es que, era una adolescente –me defiendo–. Una adolescente desilusionada y frustrada, convencida de que el regalo de Javier, significaba un antes y un después, para nosotras.
–Un antes y un después... –vaya, mi Sensa utilizando la vieja técnica de la escucha activa, que Laura utiliza con la Natalia del viaje a Plutón.
–Ella misma me lo dijo: va a ser siempre así.
–Así, ¿cómo?
–Que siempre iba anteponer su trabajo, su yo, al nosotras, como hizo con el viaje a Gaza.
–¿No era eso una de las cosas que más admirabas en ella? ¿Su independencia, su autonomía, su autosuficiencia, su idea de que una relación es más rica cuando cada una tiene su propia vida, sus propios intereses y construyen, juntas, un espacio común?
–La admiraba por todo eso, sí. Hasta que me demostró que lo suyo siempre iba a estar por delante. Por eso me quité de en medio, para no ser un lastre.
–¡Bravo! ¡Bravo! y ¡Bravo! Brillante interpretación, a fe mía, y muy generosa, por tu parte –la vis sarcástica de Sensa dando en el clavo–. Señal de que tu amor por ella era incondicional. Si la hubieras querido de verdad, te hubieras alegrado por ella, hubieras compartido su ilusión y celebrado que Javier le ofreciera aquella oportunidad, en vez de enfadarte como una niña pequeña a la que han quitado un juguete y apartarla de tu lado.
–¿Insinúas que no la quería?
–No lo insinúo, lo afirmo. Al menos, no lo suficiente para hacer tuyos sus logros. Pero bueno, tenías diecinueve, tampoco te martirices por eso.
Y va, la muy jodida, y se pone a entonar Cada paso que tú das a mí también me hace ganar y a mí se me caen todos los palos del sombrajo.
Si Sensa fuera un ente físico, le hubiera tirado un cojín a la cara, la hubiera echado de mi lado a cajas destempladas. Como no lo es, y lo de autoagredirme me parece un exceso, tengo que conformarme con pegarle un puñetazo al sofá y cagarme en todo lo que se me ocurre. Me veo como a la Ira, de Inside out, con la cara roja, echando humo por las orejas, a punto de explotar.
–De todas formas, esa no es la clave –annafroid añadiendo más leña al fuego.
–¿Ah, no? Y, según tú, ¿cuál es la puta clave?
–¿No dices que quieres recuperar a la mujer adulta que eres? Pues, mira a ver. Ponle un poco de perspectiva...
Qué perspectiva ni qué hostias. Una copa de vino, es lo que me voy a poner. No, mejor un güisqui. Sí, eso, un puto güisqui, a ver si me emborracho, me duermo y dejo de hacerme puré el cerebro.
–Pero, ¿no querías remover toda la mierda estancada? –pregunta Sensa– O, ¿qué pasa, que nos hemos reunido aquí para darte palmaditas en la espalda?
Me levanto, muy digna, dejando a mi pandillita interior en el salón para ir a la cocina a buscar el vaso y el hielo, no sin antes advertirles de que no las quiero ver allí cuando vuelva.
Tengo que reírme de mí misma. La escena en la que imagino me trae a la memoria un capítulo de The Big Bang Theory en el que Sheldon Cooper se reúne con todos sus yo para discutir no sé qué asunto. Ese toque de humor me da ciertas esperanzas. Si puedo reírme de mí misma, quizás haya una esperanza, para mí.
Cojo un vaso de sidra del armario, lo lleno de hielo hasta el borde, vuelvo al salón, me sirvo una generosa cantidad de Cutty Sark y me siento en el sofá. Ante mí, como ante Sheldon, todas las Anas que soy, aguardan expectantes. Ni puto caso, me han hecho. Doy un trago al güisqui y me lío un piti. Lo fumo con los ojos cerrados. Tristeza ha desplazado a Ira en el panel de mandos.
Sensa y annafroid tienen razón. Una, impidiendo que me olvide de los motivos por los que he decidido abrir mi propia caja de Pandora; la otra intentando que entienda las verdaderas razones por las que me alejé de Jimena. Aquellas a las que no pude enfrentarme a los diecinueve.
En el fondo, siempre lo he sabido, la clave no fue la decepción por el frustrado viaje a París. Ni siquiera que no tuviera valor para confesarle lo decepcionada que estaba por no poder llevar a cabo los planes que había hecho para las dos. Tampoco aquel siempre va a ser así, contaba con ello, ya me había encargado de introducir ese término en la ecuación. Yo la esperaría en casa, dando mis clases y escribiendo mis novelas, mientras ella viajaba por el mundo.
El problema no fue ese. El problema fue que, como me quería muy poquito, a mí misma, y a ella la tenía endiosada, el viaje a Gaza me sacó, a hostia limpia, de la relación, casi, perfecta que teníamos, y recuperé mi estatus de gusano. Por ser tan estúpida como para joder las últimas horas que íbamos a pasar juntas; por comparar sus sueños con los míos; por sentir que su vida iba a ser más emocionante e interesante que la mía; por pensar que terminaría por aburrirse de mí y de mi mediocre vida. Y porque la separación forzosa de aquel primer año de Universidad habían revivido las inseguridades que desaparecían cuando estábamos juntas.
Pero, sobre todo, volví a sentirme insignificante. Jimena iba a hacer realidad sus sueños y yo había ido abandonando los míos por el camino. A ella no le importaba poner en riesgo su vida, para denunciar la barbarie de los conflictos, las injusticias sociales, mientras yo la esperaba en casa. ¡Qué patética! Mis ansias de aventura se reducían a lo que leía en los libros. La farera, la arqueóloga, la directora de orquesta, incluso la novelista, sobre todo, la novelista, se habían quedado en un mero recuerdo de mis aspiraciones infantiles. Ella iba a ser lo que siempre había deseado, corresponsal de guerra. ¿Y yo? Yo, sacaría una oposición para ser profesora de instituto, y asegurarme el sustento, por si no lograba convertirme en escritora rica y famosa.
–¡Ole tú! ¡Por fín has dado en el clavo! –annafroid, también se ha subido al carro del sarcasmo– De todas las profecías autocumplidas que te conozco, esa ha sido, con mucho, la más exitosa.
Pues sí, ¿a qué negarlo? Mientras Jimena ha dedicado todos estos años a materializar sus sueños, yo he transitado por el camino que elegí: el de la comodidad y la mediocridad. He dedicado una parte de mi vida a la docencia, y otra a seleccionar, entre los cientos de manuscritos que llegan a la editorial, las obras de las demás. He escrito, sí, en estos casi veinticuatro años, desde que eché a Jimena de mi vida, unos cuantos relatos cortos, varios cuentos infantiles, que nunca llegué a regalarles a mis sobrinas, y tres novelas, una de ellas sin terminar, pero no he tenido valor para arriesgarme a que alguien, mis socias, mi propio equipo, ni siquiera Pruden, juzgara la calidad de mi obra y decidiera que merecía la pena ser publicada. Así soy yo, una cobarde insegura y arrastrada, like a creep, que decide lo que es digno de publicar, y lo que no, pero no tiene agallas para que alguien juzgue la suya.
Si no he conseguido nada de lo que me propuse, ¿por qué iba a funcionar lo que imaginé para Jimena y para mí? Lo que soñamos juntas.
Yo, y mi estúpida visión romántica de la vida, en mi casita frente al mar, dando clase de Lengua y Literatura Castellana, como mi padre, en un instituto pequeño, de alguna villa costera, y escribiendo novelas frente a la chimenea, en invierno, bajo la sombra de un árbol, en verano, que me harían famosa, mientras esperaba a que ella volviera de recorrer el mundo. ¿Cuánto hubiéramos durado así? Ella viviendo en directo la realidad, yo, leyéndola en los periódicos. Ella escribiendo reportajes basados en su experiencia, yo fantaseando sobre vidas ajenas. Ella pisando tierra, yo, alimentando mi imaginación, sentada, cómodamente en mi sillón.
–Bueno, a ver –me interrumpe Sensa con una voz que me recuerda, demasiado, a la de Pruden–, tampoco te pases. Una cosa es que te fustigues, y otra que te descalifiques de esa manera.
–Eso, eso –interviene mi adolescente–. Que yo sepa, Julio Verne, no viajó a la Luna, ni al fondo del mar. Y, dudo mucho que Emily Brontë viviera sus propias Cumbres borrascosas.
Sé que tampoco es eso. Es lo de siempre. Mi absurda idea de que cualquier cosa que yo intentara iba a palidecer ante los logros de Jimena, que jamás podría estar a su altura.
–Mira, tía, de verdad, ¡eres muy cansina! –mi adolescente se ha enfadado– Jimena se enamoró de ti por como eras, no porque esperara que consiguieras el Nobel de Literatura. Y te lo demostró los dos años y cuatro meses que estuvisteis juntas. Y tú no te enamoraste de ella pensando en que iba a ganar el Pulitzer de Periodismo.
–Pero ella sí lo ha ganado y yo no he publicado ni un mísero relato –oír la voz, que suena dentro de mi cabeza, en el mismo tono que utilizaba cuando me quejaba a mi madre por cualquier disputa que tenía con mi hermano, me da una hostia como una cátedral.
–¿Y qué? –todas las voces de mi conciencia, al unísono.
–Has hecho otras cosas. O, ¿te parece poco mérito enganchar a varias generaciones de adolescentes a la lectura?
Eso, en cierta forma, también se lo debo a ella, que me regaló uno de los libros en los que se basó mi éxito como profesora de Lengua Castellana y Literatura, Como una novela, de Daniel Pennac.
–¡Huy, claro, como ella te regaló el famoso libro, todo el mérito de tu trabajo es suyo! ¿También tienes que agradecerle haberte embarcado en la aventura de esta editorial, y que te haya salido de puta madre? Das pena, tía. ¡Das pena!
Sí, la doy. De eso se trataba, ¿no? Esa era la idea, hundirme en la miseria. Y luego, ya, si eso, remontar.
–Pues vas a remontar lo que yo te diga, como sigas por este camino –Sensa toma el relevo de mi adolescente, esta vez, con la voz de Lucía.
Doy un trago al güisqui que, gracias a la cantidad de hielo, ya es más agua que otra cosa, enciendo otro pitillo, con la vista perdida en un punto indeterminado de la ventana. Quisiera poder meterme en la cama y dormir doce horas seguidas, hasta que llegue la hora de la reunión, pero sé que va a ser inútil. Tengo que terminar lo que he empezado. Es decir, seguir auntocompadeciéndome y fustigándome.
Seamos realistas, lo más probable es que no continuáramos juntas. Se cuentan, con los dedos de la mano, las parejas que sobreviven a la rutina y los reveses de la vida. ¿Rutina? Entre Jimena y yo nunca hubiera podido existir la rutina. Por ella, claro, no por mí. Entonces, ¿por qué no podríamos haber sido, nosotras, uno de los dedos de esa mano? Como lo son Pruden y Cova, sin ir más lejos. O, mi hermano y su mujer, que también se conocieron en el instituto, como nosotras, y ahí están, después de doce años de noviazgo y dieciocho de matrimonio, dos hijas adolescentes, dos hipotecas y una obra, ¡con lo que desgastan las obras! La primera hipoteca, para el piso que compraron antes de casarse y formar su familia, la segunda para adquirir y rehabilitar una casita de pescadores, en La Arena, el pueblo en el que veraneó siempre mi cuñada. Si todo ese historial no ha conseguido que se tambalee su unión, ¿por qué iban a desgastarnos, a Jimena y a mí, nuestras propias circunstancias?
Quizás porque no era nuestro momento.
¿Y si es ahora?
¿Y si es cierto que nada de lo que está ocurriendo es por casualidad?
¿Y si todas estas coincidencias tienen un porqué?
¿Y si la gilipollez del hilo rojo no es tal gilipollez?
Las preguntas se quedan flotando en el aire enrarecido del salón. Ninguna de las voces de mi conciencia se manifiesta. Ya han hecho su trabajo. Me han obligado a mirar dentro del baúl que cerré con siete llaves y enterré en el fondo de mi memoria. Me han ayudado a limpiar el pus que emponzoñaba mi herida, para que pueda curarse y cicatrizar.
Ahora me toca a mí. Me toca perdonar a la adolescente que fui. Hizo lo que pudo, no puedo seguir castigándome por ello. Es hora de que deje ir a la insegura que echó de su vida a la mujer que amaba, a la que le faltó valor para admitir sus errores y dar la cara, a la que sustentaba su autoestima en ser una media naranja. A la otra, a la rebelde, la soñadora, la osada, a esa la quiero conmigo. Como quiero a la niña feliz, que alimentaba su imaginación con libros de aventuras, a la que jugaba despreocupada y se maravillaba ante cada nuevo descubrimiento. Y a la joven comprometida con la causa feminista, que no me ha abandonado nunca. Y a la profe de Lengua, a quien su alumnado recibía con una sonrisa, cuando entraba en el aula, y escuchaba, en respetuoso silencio, durante la hora de lectura regalada que implanté en mi programación, emulando a Daniel Pennac. Y a la mujer que dejó la comodidad y la seguridad del funcionariado público, para arriesgarse en la aventura que es esta editorial.
Todas ellas habitan en mí. Todas ellas me han hecho llegar hasta aquí. Ellas me van a dar la fuerza para recuperar a la mujer que soy, y he creído perder estos días de vorágine emocional.
Es posible que lo que creo sentir por Jimena, sea fruto de mi imaginación delirante. Es posible que esté enamorada del recuerdo idealizado del tiempo que compartimos. Solo lo sabré cuando la tenga delante de mí, cuando la mire, y me mire, y pueda leer en sus ojos, y ella en los míos, como nos leíamos entonces.
Ahora sé que Jimena se va a encontrar con la mujer adulta que soy, no con la adolescente timorata que no supo, no pudo, estar a la altura.
Siento que la emoción me atenaza la garganta, me cosquillea en las fosas nasales y se asoma a mis lacrimales, pero las lágrimas se niegan a salir. Necesito llorar, para completar el rito de expiación al que me he sometido, pero no puedo.
¡Como la Alba del fic que dejé en el capítulo dieciséis! Ese que, según Lore, tiene una escena de smut, capaz de derretir un iceberg. El mismo que me deja el estómago del tamaño de un guisante y el corazón como una uva pasa, de Corinto.
Me apresuro a abrir la tableta y buscarlo en la biblioteca de la aplicación. Tendría que aprovechar para tomar unas notas, con vistas a la reunión de mañana. Va a ser que no. Necesito, imperiosamente, llorar y desahogarme; que las lágrimas terminen de limpiar y desinfectar mi vieja herida.
Estoy más que segura que la lectura de este fic me va a ayudar. La historia no tiene nada que ver conmigo, ni con nosotras, pero es tal la tristeza que emana de cada párrafo, que sé que me conmoverá hasta los tuétanos.
Empiezo a llorar en el capítulo diecisiete. La pequeña terraza de la casa de Natalia, donde Alba y ella, fuman y se toman un café, a medias, arropadas y abrazadas bajo una manta, me transporta al sofá frente a la chimenea de Hondarribia, en el nos tirábamos a leer, o a contemplar el fuego, los días de lluvia del verano del noventa y cuatro.
La fuerza de la narración hace que me olvide de mis recuerdos para centrarme en la angustia que me transmiten la Alba y la Natalia de este fic. Natalia me produce me produce una mezcla de ternura y rechazo. ¿Cómo se puede estar tan enamorada de alguien te que maltrata, te ignora y te desprecia? El sufrimiento de Alba, sus remordimientos, la culpa, la maldita culpa, con la que carga, que le impide entregarse a lo que siente por Natalia, me sobrecoge.
No he parado de llorar ni un momento. La famosa escena del smut, no solo no me calienta, sino que, la forma en la que se folla a Natalia y el final, me producen escalofríos. Tengo que levantarme al baño a por un rollo de papel higiénico. He acabado con la caja de pañuelos de papel.
Lloro a lágrima viva con Natalia, devastada porque Alba ha decidido irse de Madrid. Lloro cuando vuelve y le confiesa la razón de su bloqueo. Lloro como hacía demasiado tiempo que no lo hacía.
Tiene gracia que este llanto haya sido más terapéutico que el orgasmo que me proporcioné en el capítulo de las tropecientas mil visualizaciones.
Cuando termino el último capítulo que ha publicado, cierro la tableta y voy al baño a lavarme la cara, compruebo que he conseguido mi objetivo. Tengo los ojos como un besugo y la nariz como la de una borracha empedernida. Pero siento mi alma ligera como una pluma, sin rastro del peso que me ha acompañado estos últimos tres días. Lo he descargado todo gracias a esta autora a quien, mentalmente, envío mi más profundo agradecimiento y la petición de que siga actualizando. Necesito saber cómo se las van a arreglar, estas dos, para conseguir superar los obstáculos que aún las separan.
Son las siete y cuarto de la mañana. Me quedan unas pocas horas para presentarme en la reunión más fresca que una lechuga y con la azotea en perfecto estado de revista, como me pidió Pruden. Necesitaría dormir, al menos un par de horas, pero creo que no va a ser posible.
Vuelvo a lavarme la cara. Me echo unas gotas de colirio en mis maltratados ojos, me preparo un café, bien cargado, y me dispongo a seguir leyendo De la Tierra a Plutón, y vuelta.
Necesito averiguar, ahora sí, la causa del run-run que se ha instalado en mi cabeza desde el capítulo del Cabo Peñas.
ESTÁS LEYENDO
Cantábrico (Albalia)
FanfictionAna, directora de una editorial LGBT, decide dedicar el número en papel, de su revista digital, a realizar un estudio sobre los fanfic Albalia. Entre ellos, encuentra uno en el que la historia de Alba y Natalia contiene demasiados paralelismos con...