Encuentro en el paraíso

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DE LA TIERRA A PLUTÓN Y VUELTA

Seis

El lunes siguiente al domingo en el que Alba y Natalia se despidieron, en la puerta del hotel, con un sentido beso en la mejilla, que se prolongó más de lo que dicta la prudencia, entre dos personas cuya biografía común supera, apenas, las veinticuatro horas, la una rumbo a la estación de Atocha, la otra a la de Chamartín, Natalia entra en el despacho de Laura, poco después de las nueve de la mañana, esgrimiendo la misma carpeta que retuvo hace cinco días, como parte de su plan para encontrarse, cara a cara, con la pintora, y una sonrisa que no le cabe en la cara.
–Buenos días a ti también, linda –la saluda, Laura, devolviéndole la sonrisa, al tiempo que la interroga con la mirada.
–El contrato de Alba. Firmado –dice Natalia, triunfante.
La interrogación se convierte en gesto exagerado, y premeditado, de asombro.
Natalia bordea la mesa y le da un sonoro beso en la mejilla.
–Me lo ha firmado en persona –declara, ensanchando aún más, si cabe, la sonrisa.
Laura sospechó que algo se traía entre manos, cuando se negó a realizar los trámites del contrato de la becaria por los cauces ordinarios. Incluso creyó adivinar sus intenciones e hizo una porra con Pilar, apostando en contra de su intuición, por aquello de no gafarle las posibilidades a su amiga. Lo que se va a reír, Pilar. Lo mucho que se alegra, ella, de haber perdido.
–¿Cómo que te lo ha firmado en persona? A ver, explícate.
Y Natalia se lo explica, con todo lujo de detalles, allí mismo, apoyada en el borde de la mesa, con la misma ilusión de una niña hablando de sus regalos de Reyes. Una ilusión que Laura no ha visto nunca en sus ojos.
–Te juro que tuve que controlarme para no comerle la boca al despedirnos. Bueno, y a la hora y media, y por la noche... Y a ella le pasó lo mismo, te lo puedo asegurar –concluye.
–¿Qué te impidió hacerlo? –le pregunta Laura, aunque conoce la respuesta y solo desea darle la oportunidad de que se explaye.
–Ya lo sabes.
–Puede que yo lo sepa –admite–, pero quiero estar segura de que lo sabes tú.
Natalia abandona su incómoda posición, en el borde de la mesa de Laura, y se sienta frente a ella, al otro lado. Sabe que no le va a quedar más remedio que acceder al tercer grado al que la va a someter.
–Me dio miedo de que se asustara.
–De que se asustara... –repite Laura, utilizando la conocida técnica de la escucha activa.
–Bueno, vale –concede, no es la primera vez que su amiga utiliza ese recurso con ella–, era yo la que estaba acojonada. Mira –admite, ya, sin reparos–, lo que me pasa con Alba es diferente a todo lo que haya vivido, incluida Inés. No quiero comportarme con ella como lo hago con otras.
Bendita Alba, piensa Laura, que sonríe satisfecha al oírla pronunciar con naturalidad el nombre maldito. El nombre que ni ella ni nadie de su entorno ha vuelto a mencionar, en su presencia.
–El viernes, me fui a Madrid en el tren de las dos y media. Necesitaba estar registrada en el hotel antes que ella, así que me inventé una reunión, ese mismo día, por la mañana.
Ante la carcajada de Laura, que la observa enternecida, se apresura a aclarar:
–Necesitaba una coartada... Fue lo primero que se me ocurrió –confiesa, con su gesto más inocente.
–Para no ser tan obvia... –puntualiza Laura, haciendo alusión al nombre con el que la había bautizado a los pocos meses de conocerla, después observar su modus operandi, Natalia Obvia Lacunza.
–¡Joder! No iba a decirle que no podía esperar, para verla. Además, teníamos muchas cosas de las que hablar. Mucho mejor en persona, que por teléfono.
–Desde luego, ¡dónde va a parar! Y, ¿qué tal Chueca? –pregunta Laura, añadiendo un tinte de malicia a su voz– ¿Sigue todo en su sitio?
–No salí. Me quedé en la habitación, repasando la tercera temporada de Juego de Tronos, estoy volviendo a verla desde el principio –aclara–, cené en el hotel y estuve leyendo hasta que me dormí.
La expresión de Laura vuelve a reflejar asombro, aunque esta vez no es fingido.
–No me apateció salir de caza –confiesa Natalia, encogiendo los hombros–. Si te digo que no he vuelto a follar desde que vi la foto de su currículo...
–Te diría que no te reconozco –afirma Laura, seria.
–Es la primera vez en mi vida, en mi vida –recalca–, que me sucede algo así. Nunca, ni de adolescente, tuve un flechazo de este calibre, Laura. Y creo que a ella le pasa lo mismo.
–¿Lo crees?
–Estoy segura –afirma con una contundencia que las sorprende a ambas–. Lo supe desde que vino a defender el proyecto. Nadie, Laura, nadie –vuelve a recalcar, como si necesitara convencerse a sí misma–, me había mirado como ella lo hizo aquel día. Y me ha mirado igual, en Madrid. Desde que la vi entrar por la puerta del hotel, tuve la sensación de que nos conocíamos de toda la vida –se embala–, de que no necesitaba protegerme de ella, porque vi en sus ojos lo mismo que estaba sintiendo yo.
Laura la anima a continuar con la mirada.
–Es difícil de explicar.
–Inténtalo.
–Ya sabes cómo suelen mirarme, Lau.
–Como las miras, tú, a ellas.
–Bueno, pues esta vez, no. Alba mira dentro de mí y ve lo que...
–Lo que tú quieres que vea –la interrumpe–. Lo que no has dejado que vea ninguna de tus amantes circunstanciales.
Natalia suspira. Parpadea con fuerza, intentando que no se le escapen las lágrimas que pugnan por salir. Baja la cabeza, enreda los dedos en su pelo y resopla con fuerza.
Ahora es Laura la que abandona su sitio para abrazarla y dejar que se desborde la emoción que su amiga ha estado conteniendo, sin darse cuenta. Le acaricia el pelo, la aprieta contra su pecho y la deja llorar, hasta que se vacía.
–Felicidades, linda –le dice con todo el cariño que puede imprimir a su voz.
Natalia esboza una tímida sonrisa y vuelve a suspirar, esta vez con la sensación de haber descargado su alma del peso que la oprimía, sepultada bajo toneladas de miedos.
–Entonces, ¿ya hay algo que contar? –la pica, haciendo referencia a su conversación del miércoles anterior– ¿Lo saben las chicas?
–Algo les he dicho –admite, recordando sus palabras de la semana pasada.
–¿Y?
–Marta aplaudió, chilló, me felicitó mil veces, ya sabes cómo es de exagerada. Julia me ha dicho que, hoy mismo, en cuanto salga de la consulta, irá a poner una vela a Santa Rita, patrona de los Imposibles. Afri, en su línea, que si qué fantasioso, cariño, que si ya sabía, ella, que tenía que llegar quien me quitara el muermo... Con Ici todavía no he podido hablar, pero le mandé un guas, ayer, cuando volvía en el tren, mira.

Cantábrico (Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora