Capítulo 44

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Dedicado a ElizaCeballo

El vehículo avanza hacia el norte. Ya son las doce de la media noche y esta parte de la ciudad está desértica.

—Ahora dime cuál es tu nombre.

Llevo la vista fija en el camino.

—Cuando llegue el momento adecuado te lo diré, es más, no entiendo porque preguntas si ya lo sabes.

Estiro la mano y enciendo la radio.

—¿Tu madre no te enseñó a no irte con desconocidos y más a altas horas de la noche?

Su comentario me causa gracia.

—Sí, si me lo enseñó.

—¿Y entonces que haces aquí conmigo? Yo perfectamente podría ser un asesino.

No le respondo, solo rio.

—¿No te da miedo que te mate? —vuelve e insiste.

—¿Tu madre no te enseñó a no recoger desconocidas en la calle? También podemos ser asesinas.

Él me observa fijamente por unos segundos.

—Yo no tengo madre y créeme, tu no serías competencia para mí.

Yo me quito el cinturón de seguridad y me acerco a él.

—No deberías de estar tan seguro. — le susurro al oído—. Detén el auto.

—¿Miedo? ¿Vas a huir? — inquiere haciendo lo que le pido.

Yo niego mientras bajo del auto —Solo quiero deshacerme del perro.

Él asiente, convencido.

Bajo a guardián y lo llevo a pocos metros del vehículo. Ahí lo dejo abandonado.

—Ahora sí, vamos.

Él vuelve a poner el vehículo en marcha, por el espejo veo a guardián e intento que no se me parta el corazón.

Jagüel conduce por una hora más, creo que ya salimos de la ciudad, eso es bueno. Lo único que sé ve es una carretera desolada, él asegura las puertas.

—He tratado de acercarme a ti por diez meses, me sorprende que te hayan dejado sola.

Otro enemigo, me lo esperaba. Me quito el bastión (manilla) y empiezo a jugar con él entre mis dedos.

—No estoy sola.

Ni yo misma me creo eso.

—Si lo estas, es más ya estás muerta.

—Tu predicción del futuro esta errada ¿Por qué la mataste y porqué lo golpeaste?

—Te refieres a esa cosa y al demonio con forma de perro. —ríe y las sombras quieren salir—Para lastimarte a ti ¿para qué más?

Asiento tranquila. Me sorprende que este tan calmada en estos momentos, la Milufer de hace meses atrás estaría al borde del colapso.

No sé si es solo él o si hay más. Tal vez sea una emboscada, por lo que decido que no avanzaremos ni un metro más.

Con una destreza que yo no conocía de mí, llevo la manilla; ahora una cadena hasta su cuello y lo empiezo a ahorcar. Él intenta librarse, pero yo aprieto lo más fuerte posible. El auto pierde el control y él en vez de pisar el freno pisa el acelerador.

Una de sus manos me toma del cabello y la otra va hasta mi cuello. Siento mi cara arder, me está dejando sin oxígeno, pero no puedo ceder. Él de forma muy brusca pisa el freno; las llantas hacen un chirrido horrible y segundos después yo ya me encuentro fuera del auto.

MILUFER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora