Capítulo 18

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A las nueve de las noche acabé de fregar los platos y me subí a mi cuarto. Agarré el chaquetón gordo, las llaves con el llavero de mi padre, mi móvil.

-Adiós mamá- me despedí de mi madre.

Cerré la puerta y salí corriendo al trabajo. Mi trabajo se encontraba a solo quince minutos corriendo y para mi alegría estaba totalmente iluminado. Entré por la puerta de atrás como siempre.

-¡Hola Mario!- saludé a mi compañero.

Dejé mi abrigo en el perchero y agarré el delantal negro que tenía una chapa con mi nombre con el que nos tocaba trabajar. El bar/restaurante/cafetería donde trabajo estaba siempre muy concurrido.

-Necesito que entregues estos pedidos a la mesa cuatro y que atiendas a la mesa número siete.- me gritó Mario desde la cocina.

No hizo falta más, metí una pequeña libreta y bolígrafo en mi bolsillo derecho y cogí tres bandejas llenas de comida y abrí la puerta con cuidado de no tirarlo todo y entré a la zona de los clientes.

La sala estaba pintada de un color azul marino, pegada a una pared se encontraba la barra y a su alrededor había ocho mesas, pero estas no tenían sillas sino una especie de sofás a ambos lado.

Me acerqué a la mesa número cuatro y dejé la comida, me pasé a la mesa número cinco donde se encontraba Hannah con sus dos hijos. Hannah tenía veinte años y tenía a dos gemelos: un chico y una chica, el padre de los niños era militar así que Hannah se dedicaba todo su tiempo a sus hijos.

-¿Lo de siempre?- pregunté con una sonrisa.

Ella asintió mientras se encargaba de que Nevio no empezase a hacer un espectáculo. Nevio y Anna eran el ying y el yang y excepto cuando Nevio tenía que hacer algo relacionado con Anna era un pequeño diablo.

Dejé pegada lo que había escrito en una hoja para que Mario lo leyera. Me dirigí a la mesa número siete. Veía a seis chicos de mi edad.

-Buenas, bienvenidos al Mario's me llamo Alisha y hoy les atenderé. ¿Saben ya lo que van a pedir?- dije lanzando mi sonrisa más inocente.

-¿Lis?- preguntó sorprendido una voz que reconocía perfectamente.

Yo le miré sonriendo y dije:

-¿Prescott?- pregunté mientras ponía una mano en mi pecho mientras fingía que había descubierto América.

Todos los chicos rieron por mi interpretación.

-No sabía que trabajabas aquí- comentó, mientras yo miraba su gorro azul.

-Pues ya lo sabes- comenté de regreso y sonreí- ¿Ya sabéis que vais a pedir?

-Tenemos intención de pillar unas pizzas pero no estamos muy seguros de cuáles ¿Cuáles nos recomiendas?- preguntó un chico de tez pálida, con un cabello rubio dorado y unos ojos azules similares a los míos.

-La verdad es que os voy a servir de poca ayuda porque no me gusta la pizza

Lo sé, soy rara déjenme en paz.

-Así que eres de ese tipo de chicas que se privan de comida para mantener un buen cuerpo-dijo un chico de tez oscura con la cabeza rapada con un tono despectivo.

Tomé aire le sonreí de la manera más dulce y empecé:

-Cuatro cosas: la primera, no me conoces de nada así que no comprendo porque pensarías eso. La segunda, no tengo cuerpazo; tercera, no como pizza porque no me gusta igual que no me gusta el helado y sin embargo me hinchó a comer chocolate. Y por último, si fuera de ese "tipo de chicas" haría muy bien por cuidar mi salud evitando comer una gran ingesta de calorías además es muy genial que a una chica delgada como lo que se le antoje pero cuidado como estés levemente gorda que entonces deberías dejar de hacerlo.

El chico se sonrojó cuando acabe de hablar y los demás chicos me miraron con aprobación cosa que no entendí. No estaba buscando la aprobación de nadie.

-Esta chica tienes las cosas claras Álex- comentó el chico que se sentaba a mi derecha.

Yo rodé los ojos aunque no entendía a que venía ese comentario.

-Es que...-empezó el rubio.

-Cállate gilipollas –le interrumpió Álex dándole un puñetazo en el hombro.

-Te jodes- le dijo mientras se giraba hacia mí- Se pasa todo el tiempo hablando de ti.

Yo bajé la cabeza mientras sentía que mis mejillas se sonrojaban. Finalmente pidieron cuatro pizzas. Pasó el rato y cada vez me dolían más los pies de ir de un lado a otro. Miré al reloj de mi muñeca y no pude evitar alegrarme cuando vi que las agujas del reloj marcaban las dos de la mañana.

-Me voy ya Mario, adiós- dije mientras colgaba mi delantal y cogía mi chaquetón.

Salí a la calle y el frío golpeó mis mejillas. En la farola de mi derecha se encontraba Álex.

-Te acompaño a casa- dijo mientras se encendía un cigarro.

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Enamorada del chico malo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora