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Cupido me lleva de vuelta a casa por la noche. Se ha dedicado a enseñarme los diferentes departamentos de la empresa y presentarme a algunos de los empleados. He podido ver las salas en las que trabajan los correspondedores, las de diseño de flechas y el material con las que se construyen, aunque luego utilizan elementos complejos que las hacen invisibles.

Cuando ya estoy sola en mi habitación, con el pijama puesto y a punto de dormir, me paro a pensar en todo lo que he experimentado hoy; en la cantidad de información que he recibido; y, especialmente, en convencerme de que todo es real.



Me despierto con ganas de pegar a alguien.

He tenido un sueño angustiante: Cupido me perseguía en un bosque tirándome flechas sin cesar. Yo corría y las esquivaba metiéndome entre los árboles, pero llegaba un punto en el que él me alcanzaba y me apuntaba con la flecha en el corazón. Yo le suplicaba que me dejara en paz, que haría lo que él quisiera... Sin embargo, Cupido cerraba un ojo y dejaba volar la saeta hacia mí.

Entonces abro los ojos precipitadamente.

Miro en móvil y este indica que son las siete de la mañana. Físicamente me encuentro bien, con energía; pero mentalmente creo que la cabeza va a estallar en cualquier momento.

Descanso en la cama con los ojos abiertos mientras miles de pensamientos surcan mi mente durante varios minutos. Posteriormente, decido que, pese a la temprana hora, no tengo ganas de dormir más, así que me levanto, desayuno y voy a darme un baño relajante para empezar el día.

Me mantengo ocupada durante horas haciendo algo tan útil como entretenido: limpieza del hogar.

No es que sea una obsesa de la pulcritud, pero es algo que realmente necesita mi casa, puesto que mis padres, al viajar demasiado, no les da tiempo a hacerlo y me toca limpiar a fondo a mí cuando tengo un hueco libre. Y el día ideal ha llegado.

Empiezo por el baño de mi cuarto y termino con la habitación de invitados. Eso me lleva unas cuantas horas, en las cuales he pasado por todas y cada una de las habitaciones de mi domicilio, que no son precisamente pocas.

Tras tantas horas limpiando, bailando y cantando a todo pulmón la música de mi lista de reproducción mensual actualizada, me doy una ducha rápida y paso la tarde viendo una película cualquiera de Netflix.

Sí, consumo tanto contenido de esa plataforma que podría hacer una guía de recomendaciones en menos de dos días. Y lo peor es que creo que nunca me cansaré de hacerlo.

Me quedo dormida porque resulta ser que la trama no es muy adictiva; es la típica comedia romántica para niños y niñas de trece años llena de cliché. Cuando me levanto, ya es de noche, pero la luz de mi mesita está encendida.

De repente, advierto unos pies cerca de la ventana y voy subiendo la vista hasta que descubro de quién se trata: Cupido. Está examinando el exterior, de espaldas a mí, por lo que no se da cuenta de que me he despertado.

Suspiro profundamente y se gira.

—Irina, cielo —se acerca a mí y se sienta al final de la cama—, ¿has dormido bien?

—Sí, estupendamente —admito mientras me incorporo. Me paso una mano por la cabeza—. Mmm... ¿qué haces tú aquí? ¿Cómo has entrado?

—Si existen flechas invisibles que enamoran a las personas, ¿tú crees que yo voy a entrar por las puertas como un individuo normal? —pregunta retóricamente—. ¡Menuda ordinariez!

—¿Entonces?

—Poderes, querida —indica como si fuera algo obvio—. Unos nacen para vivir; otros, para liderar.

Hace un gesto de superioridad.

No me acaba de quedar muy claro cómo diablos ha accedido a mi hogar, pero prefiero ahorrarme los detalles.

—¿Qué te trae por aquí, Cupido?

—Solo vengo a asegurarme de que no te echas atrás y, en el caso de que así sea, a convencerte de que es lo correcto y lo mejor —expone inclinando ligeramente la cabeza.

—Hasta donde yo sé, no voy a casarme —expreso con una leve sonrisa y él me corresponde con una forzada—, ¿no? —añado para asegurarme.

—Por supuesto que no —indica con su voz cantarina.

—Pues, si es así, tu trabajo aquí ha terminado. —Asiento un par de veces con la cabeza—. Acudiré a las tres citas acordadas y lo haré lo mejor posible, no te preocupes.

—Yo no soy el que se tiene que preocupar, Irina —asegura—. Yo duermo muy bien por las noches, pero sé que tú últimamente tienes problemas. Y por eso estoy aquí, para decirte que todo irá genial, que ese chico es un amor y que, pese al fallo técnico, no me arrepiento de haberos correspondido.

Le lanzo una mirada que significa «¿Estás seguro?», ante lo que él responde asintiendo.

—Ahora te dejo dormir, que mañana será un día especial, amor —prosigue tras una pausa—. Te recogeré a las cuatro y media porque hemos quedado con él a las seis en una cafetería a las afueras de Los Ángeles, ¿de acuerdo?

—Vale.

Cupido me tapa con una sábana y me da un beso en la frente. Seguidamente, apaga la luz y solo puedo escuchar su voz lejana diciendo:

—Buenas noches, Irina.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora