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Connor espera sentado en una de las butacas mientras voy a asearme en el baño. Todo tipo de pensamientos viajan a una velocidad incalculable cuando estoy sentada en la taza del váter, todos ellos impregnados de incredulidad, desconfianza, maldición, odio y arrepentimiento por haber aceptado la oferta del chico que está esperándome al otro lado de la pared.

Me levanto, me limpio, tiro de la cadena, me lavo las manos y me miro en el espejo.

—Dios mío, Irina, ¿en qué momento...? —dejo ir en un suspiro.

Me lavo la cara y me pongo las gafas.

Salgo del baño y, cuando ve que ya estoy lista, él se levanta y me tiende un pequeño vaso de cartón. Le dirijo un par de miradas de pocos amigos antes de aceptarlo.

—Se habrá enfriado un poco —se excusa—, pero sigue decente, creo.

Le doy un sorbo a la vez que me observa y, seguidamente, pongo los ojos en blanco.

—Anda, salgamos de aquí —comenta.

Camino detrás de él y, posteriormente, abandonamos el hotel tras descender en un incomodísimo silencio por el limitado espacio del ascensor. Nos adentramos en el gentío de, en esta ocasión, una ciudad de Nueva York bastante encapotada por las nubes que han conquistado completamente el cielo. No obstante, ni la oscuridad de esos chubascos logran fastidiar la alegría y el movimiento característico de la gran metrópoli.

No mediamos palabra durante un buen rato, sencillamente él camina y yo me limito a seguirle. Nada más. Me dejo llevar por las avenidas pisando sus talones para no perderme, hasta que diviso algo que llama mucho mi atención respecto al paisaje urbano en el que he estado internada: vegetación.

—Central Park —señalo.

Él, que se había adelantado un poco más, se vuelve hacia mí y me dirige una mirada interrogativa.

—¿En serio? —insisto.

—¿Qué tiene de malo? —pregunta situándose a mi lado.

Camina a mi ritmo y me mira.

Respiro hondo un par de veces. Realmente no sé cuál es el problema que tiene ir a Central Park, por lo que deduzco que hoy será uno de esos días en los que me quejo por todo sin razón alguna.

—Nada —concluyo—. Nada.

—No —replica—, si no te apetece ir podemos dirigirnos a cualquier otro lugar; la ciudad es grande y el día es largo.

—No —niego yo—, vayamos a Central Park, en serio, está bien... Solo que...

—¿Solo que...?

Frunce el entrecejo.

—Da igual —pongo los ojos en blanco—, no quiero hablar.

Dicho esto, acelero el paso para no tener que estar a su lado y así obligarlo a reaccionar. Camino precipitadamente hacia el recinto del gran parque natural hasta que me adentro en él.

Una vez allí, dentro de Central Park, vuelvo a adoptar un paso más calmado y me aseguro de que Connor me sigue. Efectivamente, se encuentra a pocos metros detrás de mí, recortando cada vez más la distancia que se abre entre nosotros.

Aunque ahora mismo lo que menos me preocupa es él: mis ojos se detienen en cada detalle que encuentro, especialmente en las personas. En Nueva York, concretamente en Central Park, puedes encontrarte todo tipo de individuos. Gente de diferente procedencia y culturas distintas que se junta en un mismo espacio, causando una diversidad única.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora