Llevo meses con ese anillo en mi mano como si ya formara parte de mí. Vivo en Riverside durante un par de meses desde mi vuelta, donde les anuncio a mis padres la gran noticia. Mi cuarto se me hace pequeño después de cinco años viajando sin límites por el mundo, por lo que, al cabo de unas semanas más, me mudo a Los Ángeles a vivir en un piso que comparto con Connor cuando le da pereza conducir el trayecto de una hora que hay hasta su casa de Malibú, especialmente en los días entre semana, dado que nos encontramos tan solo a cinco minutos del trabajo.
Y, hablando de trabajo, nos ponemos manos a la obra con el proyecto de la fundación en primavera y, cuando se acerca el verano, ya está todo listo para empezar a localizar las comunidades de jóvenes más vulnerables y ofrecerles oportunidades para mejorar sus vidas.
Por otro lado, también andamos preparando la boda. Los primeros meses han sido más de adaptación, presentaciones del tipo «Mira, esta es Irina, mi prometida» en su trabajo y su familia. Pero cuando llega el verano veo a Connor más estresado. Él es el que lo organiza todo para que esté a punto a finales de septiembre, puesto que celebraremos el acto en su mansión; yo solo me limito a lidiar con mi trabajo y a darle mi breve lista de invitados.
Hasta que llega esa tarde de finales de septiembre y estoy encerrada en una habitación de su mansión de Malibú vestida con una bata, mirando una percha con un vestido enfundado de negro con una nota en la que se lee:
Sé que será de tu agrado, confío en que te gustará. ¿Desde cuándo mi gusto no ha triunfado?
Nos vemos en el altar,
Cupido
Nada más conocer nuestro compromiso, Cupido insistió en que él se encargaría del vestido de novia porque era lo mínimo que podía hacer. Y, como no puede ser de otra manera, ese hombre vive al límite y me hace llegar el vestido la misma mañana de mi boda. Como si no tuviera suficiente con los nervios de la ceremonia.
Desenfundo la prenda de ropa y encuentro un vestido blanco y sencillo, sin muchos adornos, simplemente con la parte superior forjada con seda y algunas perlas distribuidas elegantemente en la zona que corresponde al hombro. Es exactamente lo que tenía en mente.
Con una sonrisa, me dispongo a ponérmelo y, justamente en ese momento, entra mi madre y empieza a llorar como si no hubiera un mañana. Respiro hondo, intento no perder los nervios y le pido pacientemente:
—Mamá, por favor, ¿puedes ayudarme con esto?
Señalo una cinta que tiene que rodearme la cintura.
—Ay, sí —dice secándose los ojos con los dedos—, ahora mismo.
Me ata la cinta con forma de lazo en mi espalda descubierta y me acerco al espejo para mirarme. Me veo rara porque no llevo gafas, pero, cuando me acostumbro, admito para mis adentros que Cupido ha acertado de lleno en el vestido y escucho a mi madre sorbiéndose la nariz en el intento de no sollozar de nuevo.
—Estás preciosa, Irina.
—Mamá...
La abrazo durante un buen rato hasta que escuchamos unos nudillos en la puerta y ambas nos volvemos. No obstante, se trata de Leslie y Jane, mis antiguas amigas del instituto. La primera siempre ha sido muy creativa, pues se dedica profesionalmente a la estética personal desde hace ya unos años, así que cuando nos pusimos en contacto hace unos meses, con mi vuelta a Los Ángeles, me propuso peinarme y maquillarme en mi boda.
En cambio, Leslie ha triunfado como abogada y es una de las más solicitadas y exitosas del estado, pero supongo que ha acompañado a Jane para ayudarla en todo lo posible.
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Cupido S. A.
Teen Fiction¿Podrías enamorarte por obligación? Un día cualquiera a Irina se le presenta un tal Cupido en su casa. Este resulta ser el director de la multinacional Cupido S. A. y le explica que ella está correspondida con otra persona, pero que la flecha que lo...