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Se aclara la garganta y dirige su mirada al mar antes de comenzar:

—Si te sirve de consuelo —me sonríe forzadamente—, yo tampoco he tenido muchos amigos. No tuve muchos en mi infancia; tampoco en mi adolescencia. De hecho, en el instituto creo que podría considerarse amigo una sola persona. Dicha persona actualmente trabaja conmigo en la empresa. Se llama Gareth, es mi agente y ya te lo presentaré algún día, verás que es una persona muy dinámica y leal.

Asiento cuando me mira para transmitirle comprensión.

—Pero —continúa— creo que las amistades nunca me afectaron notablemente porque yo tenía mis propias inquietudes y propósitos. Bueno —se excusa con una pequeña sonrisa—, mentiría si dijera que no me importaba, porque todos los adolescentes tienen sus crisis, pero tampoco era mi prioridad en la vida. Por lo que dedicaba mucho tiempo a la programación y a la tecnología con el sueño de llegar a trabajar de algo que disfrutara muchísimo.

»Y ese sueño se cumplió cuando, nada más graduarme del instituto, una inversora contactó conmigo para llevar a cabo un proyecto que mis profesores y profesoras me animaron a presentar previamente gracias a sus contactos.

Alzo las cejas para expresar mi sorpresa y sacar fuera de mi cuerpo ese sentimiento de inutilidad por haberme graduado y no haber hecho nada con mi vida todavía.

—En resumen —prosigue—, en pocos meses el proyecto evolucionó hasta aliarse con algunas empresas y formar parte de ellas y, cuando cumplí diecinueve años, decidí separarme de las demás y crear la mía propia. En cuestión de pocos meses más, ya tenía mi propio equipo y empecé a trabajar en los estados más importantes, sin embargo, crecíamos a un ritmo muy grande y durante ese año ya operaba en todos los estados y en Canadá. Incluso empecé a hacer los primeros contratos con Europa.

—¿Tan rápido? ¿Cómo es eso posible?

—Sí —afirma—, ya podíamos producir con costes muy bajos desde un inicio porque tenía técnicos y técnicas que habían trabajado en grandes compañías y disponía de los mejores ingenieros e ingenieras, por lo que, pronto, el año pasado concretamente, Generación Z fue una de las diez empresas más importantes del país y me situaron en el ranking de la tercera persona más rica de Estados Unidos.

Ahora sí que me siento inútil.

—Solo es una curiosidad —le resta importancia de manera muy natural—, no lo digo para darme aires de superioridad. Simplemente es para que entiendas que a raíz de ese dato mucha gente ha intentado acercarse a mí después de percatarse de mi existencia, cuando yo siempre había estado alrededor. Siempre me he alejado de esa gente llena de interés —niega con la cabeza— porque, como sabes, prefiero que las cosas fluyan por sí solas y ser paciente.

»Entonces Cupido se me presentó de la nada y me persuadió para tener esa cita contigo. Al principio me pareció un poco excesivo e incómodo y por eso me sinceré contigo. Aunque he de admitir que las formas no fueron las correctas y nuestra relación era cada vez más... —se queda pensativo para encontrar las palabras idóneas— rara y tóxica y llena de altibajos. Por eso decidí empezar y terminar con Selena: por nosotros.

Ambos nos quedamos en silencio tras su relato durante unos breves instantes, escuchando las olas del mar bajo la palmera.

—¿Y tu familia? ¿Qué hay de ellos? —cuestiono.

Chasquea la lengua e inclina la cabeza.

—Mi familia es bastante normal: mis padres siguen trabajando como antes, son funcionarios del Estado y viven en el centro de Los Ángeles; por otro lado, mi hermana Chloe siempre ha sentido una fuerte e inusual atracción por Noruega y su cultura, por lo que hace cuatro años acabó sus estudios universitarios allí, conoció a un tal Sven y hace un año tuvieron al pequeño Jasper.

Abro los ojos como platos y no puedo evitar sonreír.

—¿Tienes un sobrino?

—Sí. —Me corresponde con una sonrisa—. Ahora mismo —se toquetea los bolsillos de la camisa y el pantalón y niega con la cabeza—, no, no llevo el móvil encima, pero en cuanto lo tenga te mostraré cómo es.

Asiento con mucha ilusión a la vez que me imagino a un niño adorable con los ojos azules intensos y el pelo rubio platino, casi como Cupido Junior.

—Y —interrumpe mis pensamientos—, una cosa más.

Ahora alza mi barbilla con su mano y me mira directamente a los ojos.

—Ya te comenté que he estado en terapia y que me siento mejor —empieza—, pero quizá no siempre mi carácter cerrado actúe de manera racional. Y sé que no es ninguna justificación, pero quiero pedirte disculpas por anticipado.

—¿Por qué?

—Porque no siempre hemos congeniado al cien por cien y lo más seguro es que en un futuro tengamos algún que otro malentendido, dado que nuestras maneras de ser y nuestras opiniones no siempre coincidirán.

—¿Y por eso te disculpas? —pregunto con el ceño fruncido—. ¿Por el futuro?

—No —niega con la cabeza—, no es por el futuro. Es porque, pese a todos mis esfuerzos, por más fuerte que lo intente, nunca nada es perfecto. Y he trabajado mucho en mí mismo para que esta relación intente serlo, pero sé que no irá todo siempre como tú o yo queramos.

—Pero eso es normal... —intervengo encogiéndome de hombros.

—No —me interrumpe—, eso se llama Wabi-Sabi.

Le dirijo una mirada interrogativa.

—Puede que esto sea la escena más cliché que ambos vayamos a vivir —dice al mismo tiempo que se alza y pone los ojos en blanco—. Y mira que hemos vivido momentos de lo más cliché...

Yo aguardo sentada en la arena, aún con mi vestido de graduación, con la vista posada en él.

Connor se desabrocha los botones de su camisa blanca, se desprende de ella y se acerca a mí, volviendo así a su lugar inicial. No obstante, en esta ocasión me da la espalda y puedo observar, pese a la oscuridad, la inscripción de «Wabi-Sabi» inyectada en la parte superior de su espalda. Concretamente, justo antes de llegar a la nuca, de modo que, cuando se vista, no pueda verse.

—¿Qué quiere decir? —cuestiono recorriendo con mi dedo índice cada una de las letras. Dados a vivir en un cliché, hagámoslo bien.

—Hace un año viajé a Japón —señala estremeciéndose ante mi tacto— y me explicaron este concepto que, en pocas palabras, es la aceptación de las imperfecciones en nuestra vida; en un mundo que solo busca perfección. Me pareció algo muy curioso —se vuelve a mí para poder mirarme— y justo lo que estaba buscando, porque en mi vida, todo lo que hago, absolutamente todo, es casi perfecto. Y eso me frustra muchísimo porque soy una de las personas más perfeccionistas que conozco, así que esta idea —se toca la nuca en alusión al tatuaje— puso palabras a algo que siempre había querido nombrar.

—Te entiendo perfectamente —expreso con una pequeña sonrisa—. La gente suele tatuarse canciones, nombres de sus parejas de manera inocente o mensajes alegres que derrochan felicidad y vida, hecho que me parece bastante repulsivo, la verdad. Pero creo que tú no te arrepentirás de este.

—Me lo pensé durante mucho tiempo, sinceramente —apunta mientras vuelve a ponerse la camisa—. ¿Y tú? ¿Quieres tatuarte algún día?

—Bueno... —insinúo a la vez que dejo ir un bostezo—. No lo he pensado mucho, pero ya lo veré. Tengo algo pensado, pero... —vuelvo a bostezar.

Él me tiende una mano. La acepto y me alzo de la arena.

—Creo que alguien ha tenido un día muy largo —comenta.

—E intenso —añado.

—Anda, vayámonos antes de que te duermas a medio camino y tenga que llevarte en brazos hasta la cama.

—Eso no estaría nada mal —comento con una carcajada por lo bajo—. Remataría el cliché de manera estelar.

Connor se pasa los dedos por los mechones rubios al mismo tiempo que suelta unas cuantas carcajadas a causa de mi última intervención y niega con la cabeza. 

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora