Es sábado por la tarde, más conocido en mi cabeza como el día de la segunda cita. Esta vez he decidido que voy a esforzarme por hacerlo un poco mejor en cuanto a mi vestuario. Ayer fui de compras y encontré en vestido ajustado de color verde esmeralda que me gustó mucho.
En lo que respecta a la parte de intentar conocer a Connor, no me acaba de quedar muy claro, sinceramente. Voy a hacer lo que pueda e intentaré dar conversación, pero no voy a dar más de mí si él no pone de su parte. Todo por una sencilla razón: no es justo. Es injusto que yo tenga que ser la que ponga todo su empeño en vano cuando él ni siquiera aporta interés en la causa. Si él da, yo daré.
Acabo de arreglarme, poniéndome unas sandalias negras de plataforma y haciéndome unos cuantos rulos en el pelo. Posteriormente, hacia las cinco, subo a mi coche y me dirijo a Malibú, que requiere un trayecto de dos horas aproximadamente.
Una vez ya llego y aparco el coche cerca del centro, puedo respirar la brisa del verano, que está a punto de llegar, y escuchar el sonido ajetreado de la multitud cerca del mar. Una de las singularidades más atractivas de Malibú son sus montañas, justo enfrente de las playas, que forman una combinación perfecta para atraer a cientos de turistas.
Tras saborear la sensación de calma y paz que esta ciudad consigue transmitirme, me centro en llegar al sitio acordado con Connor: el muelle. No es difícil encontrarlo ni acceder a él, así que en cuestión de pocos minutos ya estoy recorriendo su suelo de madera bajo el sol. Me detengo en la barandilla para observar el mar y su oleaje a mis pies.
Instantes después, me siento observada y aparto la cabeza a un lado. Connor está acercándose con su vista puesta en mí bajo sus gafas de sol, pero un chico lo detiene.
Es un muchacho de unos quince años que, según lo que puedo interpretar, le pide una foto. Connor accede, sonríe y le da las gracias con unas palmaditas en la espalda. El chico se va encantado y la gente que está cerca de él se queda mirando a Connor, aunque este último avanza hacia donde estoy yo.
Cuando ya está a mi lado, se apoya en la barandilla, igual que yo, y dice:
—Has venido.
—Tú también —respondo.
No fijo mi mirada en él, sigo mirando al mar, pero puedo advertir cómo asiente lentamente junto a mí gracias a una fugaz mirada de reojo que le dirijo.
El silencio se instala durante varios minutos, hasta que él lo corta.
—Creo que deberíamos irnos, antes de que alguien más me reconozca.
—Sí —coincido secamente.
Salimos del muelle y, en la calle de atrás, Connor se dirige a un coche negro bastante nuevo y moderno. El mío no es nada comparado con este.
Me indica amablemente que entre y él se instala en el asiento del conductor.
—¿Adónde vamos? —pregunto.
Ya ha arrancado y conduce por una de las carreteras principales. Antes de contestar, se ajusta las gafas de sol por la nariz.
—A mi casa.
Él espera mi reacción. Yo asiento y me muerdo el labio nerviosamente. Escucho una carcajada por lo bajo y veo su sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué? —exijo.
—Nada —me asegura.
Se encoge de hombros de manera inocente, con una pequeña sonrisa.
—Ahora me lo dices —replico.
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Cupido S. A.
أدب المراهقين¿Podrías enamorarte por obligación? Un día cualquiera a Irina se le presenta un tal Cupido en su casa. Este resulta ser el director de la multinacional Cupido S. A. y le explica que ella está correspondida con otra persona, pero que la flecha que lo...