El incesante ruido del motor del avión se me instala en la cabeza como si ya formara parte de mi entorno normal. Me hallo sentada en un asiento del jet privado de Connor, viajando a un lugar que todavía desconozco.
—No tardaremos mucho —me asegura cuando ya llevamos cuatro horas de vuelo—. En unos instantes empezará el aterrizaje.
Asiento mientras él se acomoda nuevamente frente a mí, dado que hace unos minutos se encontraba hablando con el piloto.
—¿Echarás de menos el instituto? —pregunta sin venir al caso.
Me encojo de hombros.
—No lo sé —admito, negando con la cabeza—. Hasta que no pase al siguiente nivel no lo sabré, supongo. ¿Por qué? ¿Tú lo echas de menos?
Antes de contestar, deja ir una inaudible carcajada.
—No —expresa ahora seriamente.
—¿Por qué? —pregunto con curiosidad.
Su rectitud en la respuesta me ha dejado intrigada.
—Todo a su debido tiempo...
No puede terminar de hablar porque notamos cómo el transporte aéreo empieza a descender y el ruido de los motores aumenta de manera tan notable que siento que mis tímpanos podrían explotar en cualquier momento. Me inclino levemente hacia la ventana para ver borrones pasajeros de farolas a miles de kilómetros y aprecio cómo nos aproximamos cada vez más hacia la luz.
En cuestión de un abrir y cerrar de ojos, ya estamos en la pista de aterrizaje. Sigo sin saber dónde diablos estoy, aunque lo primero que percibo es calidez en el ambiente, incluso humedad y brisa marina.
Y no voy tan mal encaminada, ya que, después de que un coche nos recoja directamente desde el avión, este recorre diversas carreteras y, tras pocos minutos, nos deja en un puerto bastante transitado. No me ha dado tiempo a fijarme en los carteles, pero supongo que en breve Connor me dirá algo. De momento solo se limita a mirarme con una expresión divertida.
Acto seguido, me tiende una mano. La cojo y lo sigo desde el coche hacia un muelle.
—¿Vas a decirme de una maldita vez dónde estamos o adónde vamos? —pregunto.
De fondo, se escucha el murmullo de la multitud alejada de la parte principal del puerto que hemos dejado atrás y el zumbido de alguna que otra embarcación. También suenan nuestros pasos sobre la madera del muelle.
—No —suelta con una sonrisa.
Justo cuando estoy a punto de replicar, él frena en seco frente a un pequeño yate y se vuelve para mirarme.
—Ten media hora más de paciencia, por favor —pide.
—¿Cómo? ¿Aún no hemos llegado a nuestro destino? —cuestiono con confusión.
Él niega con la cabeza.
Detrás de nosotros aparece la conductora personal que ha conducido el coche desde el aeropuerto con las escasas pertenencias de Connor recogidas en una maleta. Yo, por desgracia, no he podido coger nada, puesto que me he subido al avión nada más salir del acto de graduación, pero, aunque hubiera tenido la oportunidad, hubiera sido inútil porque Connor no me hubiera dicho el destino de todos modos.
—Disculpen —se excusa la mujer con una sonrisa cortés—, he tardado un rato en encontrar un sitio en el que estacionar.
Lisbeth es una mujer de rasgos morenos y ojos oscuros, tiene las caderas anchas y el pelo recogido en una trenza formal. A priori, rondará los cuarenta años y tiene pinta de ser cariñosa y leal. O al menos es esa la sensación que me transmite.
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Cupido S. A.
Teen Fiction¿Podrías enamorarte por obligación? Un día cualquiera a Irina se le presenta un tal Cupido en su casa. Este resulta ser el director de la multinacional Cupido S. A. y le explica que ella está correspondida con otra persona, pero que la flecha que lo...