Los mechones rubios de Connor se despeinan ligeramente a causa de la brisa marina. Se sienta en la arena, a mi lado. Hace casi dos meses que no lo he visto, desde Navidad, y parece una versión más adulta y madura del joven empresario con el que Cupido decidió corresponderme.
Aun con la oscuridad, percibo su mirada verde llena de preocupación.
—¿Estás bien? —es lo primero que murmura, lentamente.
Dejo ir un suspiro hondo.
Cuando le he enviado el mensaje, no le he explicado las razones, simplemente necesitaba a alguien. Necesito a alguien. Pero no me apetece hablar, solo quiero...
—¿Puedo abrazarte? —cuestiono con un hilo de voz.
Él no dice nada, pero yo me voy aproximando a su cuerpo para que sus brazos me envuelvan. Sin embargo, cuando veo su rostro lleno de confusión, me detengo.
—¿Qué? —pregunto.
No comprendo por qué frunce el ceño. ¿Qué hay de malo en querer el abrazo de alguien?
—¿Me has hecho venir hasta aquí, desde Malibú, conduciendo durante una hora a las dos de la madrugada por un mísero abrazo? —expone con incredulidad en su voz—. Y ni siquiera me has dado razones para hacerlo. Pero —se encoje de hombros—, aquí estoy. Por un abrazo.
No me puedo creer lo que está diciendo abiertamente.
—Nunca se puede contar contigo, Connor —susurro decepcionada—. ¡No tienes ni una pizca de humanidad en tu cuerpo!
Noto cómo las lágrimas empiezan a brotar nuevamente por mis mejillas. Las pocas lágrimas que me quedan. Un disgusto tras otro en mi dieciocho cumpleaños, quién lo diría.
Le golpeo en los hombros en el intento de que pierda el equilibrio y que se caiga hacia atrás, pero no tengo la suficiente fuerza para ello, aunque creo que he logrado hacerle un poco de daño.
—¡No estoy diciendo eso, Irina! —se queja alzando la voz.
Veo que su mano se desplaza a uno de los hombros para frotárselo, justo en el lugar donde le dado.
—Todos sois iguales —me lamento. Le miro a los ojos—. No tienes ni idea de nada, Connor. ¡A veces no son necesarias las palabras para describirlo todo!
Se me rompe la voz en las últimas sílabas.
—¿Iguales? —cuestiona ahora más confuso. Niega con la cabeza—. Irina, ¿qué...?
—Nunca nada es suficiente para ti —lo interrumpo—. ¿Qué...? ¿Qué quieres? —Sollozo más desesperadamente de lo que me gustaría admitir—. ¿Qué quieres de mí para que puedas entenderme y...?
No puedo continuar hablando porque algo obstaculiza el aire en mi boca. Sus labios presionan los míos antes de que pueda pronunciar cualquier otro sonido, silenciándome bruscamente. Entonces sus manos llegan a mi rostro y se posan en mis mejillas, limpiándome las lágrimas bajo el cristal de las gafas a la vez que le devuelvo el beso.
Segundos más tarde, aleja suavemente mi cara de la suya gracias a sus manos y susurra:
—Quería algo más que un abrazo.
Asiento y no sé qué decir. No sé qué está pasando en mi cerebro, mi sistema nervioso ha enloquecido y mi pulso se ha disparado a niveles extremos.
Sin embargo, para mi sorpresa y mi alivio, él vuelve a intervenir:
—Para entender lo que acaba de ocurrir —tiene la vista puesta en el mar—, creo que tendríamos que hablar. —Ahora se vuelve a mí y me pone una mano en el rostro. También añade—: Sin gritarnos a ser posible.

ESTÁS LEYENDO
Cupido S. A.
Teen Fiction¿Podrías enamorarte por obligación? Un día cualquiera a Irina se le presenta un tal Cupido en su casa. Este resulta ser el director de la multinacional Cupido S. A. y le explica que ella está correspondida con otra persona, pero que la flecha que lo...