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Las semanas transcurren en un abrir y cerrar de ojos. Después de Año Nuevo, vuelvo al instituto y contemplo cómo mi vida va volviendo a la normalidad poco a poco: no más Connor ni Cupido en mi vida y mi relación con Casey no podría ir mejor. Incluso mis padres, en febrero, vuelven a casa durante una temporada. Obviamente, hay una razón para ello: mi dieciocho cumpleaños.

El trece de febrero –sí, un día antes de San Valentín-, me despierto a la hora normal de cada mañana, puesto que tengo que ir al instituto. Sin embargo, en vez de escuchar el habitual sonido estridente de la alarma de mi móvil, en esta ocasión unos cánticos de cumpleaños hacen que mis ojos se abran.

Sonrío.

—Buenos días, cielo —saluda mi padre.

Se sienta en la cama, donde yo estoy tumbada, y se inclina para darme un beso en la frente.

Todavía medio dormida, hago un gran esfuerzo para abrir los ojos totalmente con tal de ver el luminoso día a través de mi ventana y los adornos que han colgado mis padres por toda la estancia, haciéndola más viva.

—Felicidades, cariño —dice ahora mi madre, acariciándome suavemente el cabello—. ¿Cómo te sientan los dieciocho?

Mis labios se curvan de nuevo en una sonrisa, pero lo cierto es que esta pregunta en particular me irrita. No es porque me la haya formulado mi madre, sino porque cada año desde que poseo conciencia me la hacen y me resulta totalmente vacía de coherencia. ¿Acaso algo ha cambiado de ayer a hoy?

Me limito a responder:

—Bien.

—¡Genial! —exclama mi madre—. Antes de bajar a desayunar queríamos hablar contigo respecto a tu fiesta de cumpleaños.

—Claro —me incorporo en la cama—, ¿qué ocurre?

—¿Qué te gustaría hacer? —cuestiona mi padre.

Me paro a pensar a lo largo de varios minutos, hasta que concluyo:

—Solo quiero que estéis vosotros dos, Casey y, quizá, Leslie y Jane. Nada más. —Asiento varias veces ante las caras confusas de mis padres—. No quiero una fiesta enorme con mucha gente, en serio. Lo que os he dicho será más que suficiente.

Ellos se miran mutuamente y mi padre se encoje de hombros.

—De acuerdo, Irina, si eso es lo que quieres...

Les sonrío nuevamente y me quedo pensando en lo afortunada que he sido de que sean mis padres, pese a los viajes, pese a las discusiones infantiles, pese a que últimamente no pasemos casi nada de tiempo juntos, como una familia... Tenerlos aquí hoy, conmigo, ya ha sido un regalo.

—Y ahora —mi madre me saca de mi ensimismamiento—, Irina, a desayunar o llegarás tarde.

—Es verdad.

Salen de mi habitación y yo me visto lo más rápido posible. Mi vestimenta de hoy consiste en una simple blusa blanca, una falda corta y ajustada negra y unas medias semitransparentes del mismo color. Me maquillo ligeramente, me pongo las gafas y me dejo el pelo suelto.

Me miro en el espejo de cuerpo entero de mi cuarto y, tras darme mi propia aprobación, salgo de la estancia, desayuno y recojo a Casey para ir al instituto.

—Felicidades, Irina —es lo primero que dice mi pareja cuando accede a mi coche.

Antes de arrancar de nuevo, me inclino hacia él para darle un beso.

Me corresponde con una sonrisa antes de preguntar:

—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? Ya sabes, después de la fiesta. —Insiste con sus ojos porque no sabe interpretar mis expresiones faciales—. Hay un restaurante vegano muy bueno en el centro que creo que te encantará. Además, podríamos quedarnos hasta tarde, porque a las doce será oficialmente San Valentín...

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora