El frío acecha las calles de Riverside al comienzo del invierno. El otoño ha transcurrido en un abrir y cerrar de ojos, entre una cosa y otra, y las Navidades están a la vuelta de la esquina.
Nueva y habitualmente, mis padres no van a pasar las fiestas conmigo, porque solo tienen un día libre (justo el día de Navidad) y al día siguiente tienen que trabajar, por lo que no les sale a cuenta viajar desde Idaho, que es donde se hallan actualmente, hasta Los Ángeles porque perderían el día entero entre vuelos y aeropuertos.
Tanto mi madre como mi padre se sienten muy culpables por ello, pero yo les he asegurado que no hay ningún problema porque Casey está ayudándome a no sentirme sola y a decorar la casa. Además, este es el segundo año que no pasamos las Navidades en familia, ya que el año anterior tenían una reunión muy importante en Nuevo México.
—Te compensaremos esto, hija —afirma mi padre desde el otro lado de la pantalla durante la vídeo llamada—. Te traeremos algún regalo de Idaho, te lo prometo.
—No necesito regalos, papá, en serio —garantizo—. No os preocupéis, está todo bien. Ahora mismo Casey y yo estamos decorando el salón, mirad.
Enfoco con la cámara del móvil a Casey, que está colocando adornos en el árbol entretenidamente. Cuando se percata de que lo estoy grabando, sonríe y saluda con la mano.
—Uh, pues sí que tienes buena compañía, sí —accede mi madre—. Mejor compañía que nosotros, me temo.
Vuelvo a enfocar mi cara a la vez que me siento en el sofá y suelto un breve suspiro por el cansancio. Casey se vuelve hacia mí y toma asiento a mi lado. Alargo el brazo de tal manera que ambos salgamos en el rectángulo del vídeo.
—Ojalá tenerles aquí, señor y señora Hickson —comenta Casey.
—Lo mismo decimos, Casey —se lamenta mi padre—. Pero, al fin y al cabo, os tenéis el uno al otro y eso es lo importante.
Casey y yo nos miramos y asentimos.
—Intentaremos pasar unas buenas Navidades aquí, en Riverside —dejo ir con desgana.
—Parece que no te guste Riverside —puntúa mi madre— y entiendo que es una ciudad aburrida y tranquila, pero cuando pasas tanto tiempo fuera de casa se echa de menos.
—Bueno, mamá, no me cuentes estas cosas —digo antes de soltar un bostezo—. Ya es tarde, espero que paséis unos buenos días en Idaho.
—Sí, igualmente, hija.
—Cuidaos —suelta mi padre antes de cortar la conexión.
—Adiós —me despido.
Dejo el móvil en el sofá y alzo la cabeza, mirando el techo y suspirando. La tenue luz de la estancia se graba en mis pupilas de tanto observar la bombilla principal del salón. El cansancio recorre cada centímetro de mi cuerpo, aunque creo que es más mental que físico.
No es que me haya ocurrido nada especial o fuera de lo normal últimamente: llevo meses sin ver a Cupido, y a Connor no lo he visto desde otoño. Las últimas semanas han sido tan normales que mi cabeza se cuestiona constantemente la existencia de ambos, como si todo hubiera sido una invención pasajera. Aunque en el fondo sé que todo ha sido real, todo ha ocurrido.
—¿Estás bien? —pregunta Casey.
Me saca de mi ensimismamiento, se acerca a mí y me acaricia levemente el rostro. Me dedica una gran sonrisa, una que parece que solo guarda para mí. No obstante, lo cierto es que no acaba de atravesarme. Me llega, pero no se apodera de mí.
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Cupido S. A.
Teen Fiction¿Podrías enamorarte por obligación? Un día cualquiera a Irina se le presenta un tal Cupido en su casa. Este resulta ser el director de la multinacional Cupido S. A. y le explica que ella está correspondida con otra persona, pero que la flecha que lo...