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Abro los ojos cuando oigo mi nombre. Conlleva un buen rato conectar todos los datos en mi cabeza para acordarme de dónde estoy, pero, en cuanto veo la ventanilla del avión y el rostro de Connor delante de mí, me asaltan todos los momentos del fin de semana que hemos tenido. También observo que el exterior está iluminado por la luz solar de la tarde y que el ruido del motor ha cesado por completo.

—Ya hemos llegado —indica él con una sonrisa.

Parpadeo un par de veces para despertarme por completo y me levanto del asiento para estirar los brazos y flexionar las piernas. Acto seguido, ambos nos dirigimos a la puerta y saludamos a los pilotos, un hombre y una mujer, para agradecerles su servicio. Se despiden de nosotros y Connor me conduce hacia las escaleras.

Sin embargo, lo que ninguno de los dos espera es encontrarse a una persona que no veíamos desde hace tiempo al pie de las escaleras, allí, plantado en la pista de aterrizaje, con una sonrisa de «lo sabía» en sus labios al ver nuestros rostros de susto y nuestras manos entrelazadas.

Connor y yo nos miramos mutuamente por la sorpresa y Cupido aguarda a que bajemos disfrutando de cada dramático segundo en el que descendemos cada escalón. Viste con su característico traje negro, con su cuerpo embutido en él de tal manera que hay un botón a punto de reventar por la presión. No obstante, su rostro redondo se mantiene firme y alzado bajo las modernas gafas de sol en sus ojos, con una expresión de superioridad bien marcada porque sabe que todos sus esfuerzos han valido la pena.

Todos desconfiábamos de él o, mejor dicho, confiábamos ciegamente en su criterio y las posibilidades de que Connor y yo acabáramos juntos, pero él siempre se ha mantenido fiel a su opinión y su trabajo y, mágicamente, todo ha salido como él preveía. Bueno, quizá no tan mágicamente, sino que simplemente Cupido ha sabido hacer bien su trabajo y lo ha logrado a base de esfuerzo.

—Irina —saluda con voz cantarina cuando ya nos hallamos a su lado—. Connor —inclina su cabeza hacia el aludido—. Mentiría si dijera que no me ofende que os hayáis reunido sin mí, por lo que no voy a decir nada al respecto.

Se encoje de hombros de manera exagerada.

—¿Qué te trae por aquí? —pregunta Connor con cierta incomodidad.

—Lo de siempre —señala Cupido con un gesto de despreocupación—, ya sabéis. Trabajo, trabajo y más trabajo.

Pone los ojos en blanco, las manos en jarra e inclina la cabeza.

—Comprendo que estéis cansados y que es domingo —prosigue mirando su reloj, que marca casi las siete de la tarde con números digitales—, pero me gustaría hablar de un asunto importante con vosotros dos.

—¿Aquí y ahora? —cuestiono.

—Por supuesto que no —niega él—. He pensado que podríamos ir a mi oficina porque es el lugar más cercano al aeropuerto.

Connor y yo volvemos a mirarnos y nos encogemos de hombros.



Llegamos a las oficinas de Cupido S. A. en cuestión de minutos. La luz de la tarde se refleja en las ventanas de los rascacielos que rodean el edificio y el aire acondicionado en el interior es el protagonista de cada estancia y cada pasillo.

Como es habitual en él, Cupido saluda a cada uno de los presentes con los que se cruza por los corredores, que en esta ocasión no son tantos porque es domingo y solo se prestan los servicios mínimos.

—¿También trabajáis los fines de semana? —pregunto cuando nos hallamos en el ascensor.

—¿Acaso el amor te parece algo para lo que se tenga que descansar? —responde él, casi ofendido, alzando una ceja.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora