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Entre el instituto, las prácticas y evitar a Connor durante dos días a la semana, el mes de trabajo remunerado en Generación Z llega a su fin. Bueno, la última tarea no la hago a menudo, dado que yo solo voy dos veces a la semana y no siempre aparece Connor. Es cierto que, según Selena, pasa la mayor parte de tiempo en Los Ángeles, pero alguna que otra semana se va de viaje.

No es que mi referente y yo estemos hablando todo el rato sobre nuestras vidas privadas, simplemente a ella a veces se le escapan datos o la escucho hablar con Connor cuando le llama. De hecho, es ella la que no deja de hablar conmigo e intenta ser amable; yo simplemente me dedico a escuchar, pero no cedo en ningún momento a dar ninguna información relevante de mi vida, sencillamente por el hecho de que tampoco tengo nada valioso que explicar.

Finalmente, el último día, Selena no aparece. Me limito a hacer mi trabajo por última vez en el despacho vacío durante toda la tarde. La verdad es me doy cuenta de que echo de menos sus intervenciones con ironía y sus quejas graciosas. Entonces entiendo que es una chica increíble y una buena compañera. Connor se merece estar con alguien así, sinceramente.

Justo cuando me quedo embobada pensando en eso, unos golpecillos en la puerta hacen que me sobresalte y que salga de mi ensimismamiento. Suspiro profundamente y me pongo en posición de estar tecleando atentamente antes de que se abra la puerta.

Lo primero que veo son unos familiares mechones rubios que me hacen poner momentáneamente los ojos en blanco. Seguidamente, la figura completa de Connor se asoma por la puerta.

—Hola —saluda.

Sus manos están dentro de sus bolsillos, por lo que parece que esté en una posición más tensa y nerviosa de lo habitual.

—Hola —respondo secamente.

Poso mi vista en la pantalla de mi ordenador con un interés excesivo y continúo tecleando con intensidad, aunque de reojo veo cómo él da un par de pasos hacia delante y cierra la puerta detrás de sí.

Se queda de pie frente a mí, allí plantado.

—¿Dónde está Selena? —pregunto.

Sigo sin alzar la vista.

—Una reunión de última hora con los de márquetin en Oregón—expone.

Se encoje de hombros.

—Vaya —chasqueo la lengua—, me hubiera gustado despedirme de ella.

Cedo y le clavo la mirada durante una fracción de segundo.

Percibo un leve asentimiento por su parte.

—Lo haré yo por ti, no te preocupes.

—Gracias. —Frunzo el ceño porque me he equivocado al escribir una palabra y, cuando la corrijo, vuelvo mi vista a él y cuestiono—: ¿Quieres algo más?

—Mmm... —empieza—, puesto que Selena no está y ella era la encargada de proporcionarte el certificado de tus veinte horas completadas, yo soy el encargado de hacerlo ahora.

—¿Y?

—Necesito que me acompañes a mi despacho porque lo tengo allí. —Hace una pausa—. ¿Te gustaría venir conmigo o prefieres que te lo traiga?

Parpadeo un par de veces porque no entiendo nada y creo que él lo capta.

—Mira, Irina —comienza—, sé que la última vez que hablamos, hace ya meses, no acabamos bien. Ambos nos pusimos a la defensiva en el despacho de Cupido, pero yo solo quiero que sepas que siento haberte dicho lo que te dije y, no sé... No busco nada con todo esto, simplemente hoy me ha dado por hacer estas cosas y no entiendo por qué...

—Disculpas aceptadas —lo interrumpo.

Me levanto.

—Voy contigo —zanjo.

En su rostro percibo diversas expresiones que soy incapaz de descifrar, aunque tampoco me da tiempo porque sale de la estancia y espera a que lo siga. Me guía hasta el ascensor y noto que estamos subiendo. Posteriormente, accedemos a una sala enorme, cinco veces más grande que el mediocre despacho en el que he estado trabajando.

Por un momento, me da la sensación de que vuelvo a estar en su mansión de Malibú, nuevamente por la combinación de las tonalidades blancas y negras, pero enseguida me percato de que seguimos en el mismo edificio gracias a los grandes ventanales que siguen la misma estructura en todo el bloque.

Connor camina con seguridad hasta un escritorio enorme, situado en la parte derecha de la habitación, y yo tomo asiento en la silla que hay frente a él.

Coge un papel y, a la vez que lo firma, dice:

—Bueno, ¿cómo te va?

Lo miro con perplejidad y suelto una pequeña carcajada porque no entiendo su rol ahora mismo. La que suele hacer este tipo de preguntas soy yo, no él.

—¿A qué te refieres?

—No sé —confiesa—. ¿Cómo te ha ido el verano? —sugiere.

Me encojo de hombros.

—Bueno, bien, supongo... No he hecho nada fuera de lo normal.

—¿No has viajado? —pregunta con sorpresa—. ¿Te has quedado en Riverside?

—No —niego con la cabeza—, he estado en Canadá unos días con Casey.

Él alza las cejas.

—¿Sigues con él?

—¿Acaso te importa? —cuestiono cortantemente—. ¿Desde cuándo te interesa mi vida personal?

—No lo sé —ahora él niega levemente con la cabeza—, estoy intentando abrirme y dar conversación...

—Pues no funciona así, ¿vale? —replico—. No sé qué has aprendido de Selena, pero ella no hace estas cosas.

—¿Te molesta que esté con ella?

Su tono no delata burla ni diversión, sino que, por su rostro, puedo observar que realmente lo pregunta por curiosidad.

—Lo que me molesta de verdad, sinceramente, es el hecho de estar aquí. Que me haya tocado precisamente en tu empresa no es casualidad, Connor —expongo con calma—. Todo esto es culpa de Cupido. No respeta que le hayamos pedido tiempo.

Lo que más me asombra de esta conversación es que no es nada incómoda. En absoluto. Ambos estamos hablando desde la honestidad y el respeto, hecho que nunca antes había ocurrido entre nosotros.

—Lo sé —coincide él— y lo entiendo. Pero, ciertamente, tendrá alguna razón para hacerlo, ¿no crees?

—Claro, todo es por el dinero. Cupido en persona me lo dijo.

Connor asiente.

—Bueno... —suspira profundamente—, desconozco qué será de nosotros, pero estoy seguro de que volveremos a cruzarnos, Hickson.

Me tiende el certificado y yo lo cojo.

Me levanto, me acompaña hasta la puerta del despacho y, antes de salir, me despido:

—Gracias, Davis.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora