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Santa Mónica está tan llena como siempre. Hay gente en cada rincón y no dejan ninguna esquina vacía. Casey y yo paseamos por el muelle de madera. Sí, el famoso muelle de Santa Mónica, con sus atracciones y sus puestecitos de comida.

Durante el trayecto desde Riverside, Casey ha ocupado todo el tiempo con conversaciones de cualquier tema y no me he sentido incómoda en ningún momento.

—¿Y a qué quieres dedicarte? —cuestiona a mi lado.

A pesar del bullicio de la multitud puedo escucharlo.

—No lo tengo muy claro —confieso—, pero sé que será algo relacionado con el mundo empresarial y la economía. Me gustan esos temas. ¿Tú?

—Bueno —me dirige una pequeña sonrisa—, la verdad es que no tengo ni idea. Aún me queda un año para decidirlo, así que...

—Sí —coincido—, tómatelo con calma. No tienes por qué elegir ahora. Siempre nos presionan con este tema, pero, al fin y al cabo, somos nosotros los que tenemos la última palabra.

Seguimos avanzando entre gente de todo tipo hasta que llegamos a las atracciones.

—¿Te gustaría...?

Casey señala la que tenemos enfrente. Me lo pienso durante varios instantes, le miro con una expresión dubitativa y acabo contestando:

—Vale, ¿por qué no?

Hacemos cola, pagamos los boletos y subimos. Siento la típica adrenalina que causan este tipo de fuerzas, suficientes para alegrarte el día y hacer que te marees un poco. Cuando bajo, le sonrío a Casey, pero mis comisuras vuelven a posicionarse en su estado normal, borrando todo indicio de alegría en mi rostro.

Mis ojos distinguen una figura familiar cercana a mí. De hecho, se está aproximando a nosotros lentamente, aunque creo que es una maldita ilusión causada por el leve mareo posterior a los efectos de la atracción.

Se trata de Connor.

Es imposible que él esté aquí. Es decir, es completamente posible, pero viniendo de él es raro. Estando en Malibú ya lo reconocieron y aquí, en Santa Mónica, un sitio lleno de gente de cualquier parte del mundo, lo harán con más facilidad.

Me paso una mano por la frente.

—¿Te encuentras bien? —pregunta Casey.

—Totalmente —contesto—, solo me he mareado un poco. Ahora se me pasará. Es normal.

Justo cuando acabo de hablar, vuelvo mi vista hacia donde estaba Connor para cerciorarme de que no estaba alucinando. Y así es, no me lo estaba imaginando. Allí está, caminando tranquilamente con su halo misterioso e introvertido a su alrededor, dirigiéndose hacia donde me encuentro con Casey.

—Irina —es lo primero que dice.

Casey lo mira con curiosidad.

—Tú eres... —empieza.

—Connor —lo interrumpo a modo de saludo.

—¿Os conocéis? —pregunta Casey retóricamente—. Pero si tú eres el tío de la conferencia, el joven empresario de Generación Z.

Connor se peina el flequillo rubio con los dedos ligeramente y se aclara la garganta antes de hablar.

—Sí, somos... —me mira divertidamente— amigos o algo así.

—Sí —coincido—, algo así.

—Ah... —deja ir Casey.

El silencio característico que siempre trae Connor consigo se instala entre los tres brevemente.

—Bueno —el mismo Connor lo rompe—, ¿y tú quién eres?

Mira al moreno con interés.

—Me llamo Casey.

Se estrechan las manos.

—Es mi... —ahora soy yo quien lo mira con diversión— amigo.

Casey asiente.

—Sí, vamos al mismo instituto.

Advierto cómo Connor se muerde el labio inferior nerviosamente a la vez que hace un par de asentimientos y lidia con la tensión. Casey lo mira con expectación; yo simplemente tengo la vista puesta en el suelo.

El rubio suspira y deshace nuevamente la afonía.

—Eh... —alzo la vista y sus ojos se clavan en los míos—. Irina, ¿podría hablar contigo un momento?

—Claro.

Me acerco a él y posa su mano en mi codo para arrastrarme sutilmente. Me aleja de Casey varios metros y dice:

—Cupido me ha llamado.

—¿Y?

—Quiere que te diga que mañana a las diez hemos quedado en las oficinas de Cupido S. A. porque quiere hablar con nosotros.

—Vale —asiento—, genial. ¿Solo querías decirme esto?

Lo miro a los ojos, él me imita y yo arrastro nuestras miradas hacia Casey. Con eso quiero decirle que podría haber hablado conmigo tranquilamente con mi amigo delante.

Él lo capta.

—Ya es raro que nos conozcamos —expone—, imagínate nombrar a un tal Cupido en una conversación normal. Sería más extraño aún. —Niega con la cabeza—. Además, no lo conozco de nada y no me acaba de gustar.

Observo cómo examina a Casey de arriba abajo. El aludido se percata de ello y da la sensación de que se inquieta.

—Deja al pobre chaval —le exijo—. Lo estás intimidando.

—De eso se trata.

Una pequeña sonrisa de satisfacción se le dibuja a Connor en el rostro. Ante esto, niego con la cabeza y pongo los ojos en blanco.

Percibe mis gestos, suelta una única carcajada, saca el móvil y mira la hora.

—Tengo que irme —señala—. Nos vemos mañana, supongo.

—Sí, ve a hacer cosas importantes —le digo a modo de despedida—, hasta mañana.

Antes de girarse hacia la dirección contraria, posa sus ojos en Casey y se despide de él agitando una mano en el aire. Él lo advierte e imita el gesto. Posteriormente, Connor me echa un último vistazo.

—¡Espera! —exclamo cuando ya ha dado un par de zancadas.

Connor se vuelve y me mira interrogativamente.

Me acerco a él para no tener que gritar.

—¿Cómo me has encontrado? —cuestiono—. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

Mis preguntas le parecen divertidas, ya que niega con la cabeza y se ríe por lo bajo, como si fuera un chiste privado o algo obvio.

—He creado una empresa de tecnología.

—Ya lo sé... —digo—. ¿Y?

Se acerca a mí y pone su mano en mi cadera. No sé qué quiere decir, lo único que noto es que mi respiración se ha disparado por culpa de su cercanía. Su rostro está a escasos centímetros del mío, pero su mirada se posa en el lugar donde está puesta su mano.

—He podido localizar tu móvil en menos de tres minutos.

Entonces entiendo por qué su mano está encima de mi cadera: está justo en el bolsillo de mis pantalones, donde guardo mi móvil.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora