37

150 19 11
                                    


En el vestíbulo del hotel encuentro un rostro lejanamente familiar que se acerca a mí a paso ligero. No hay mucha gente en ese gran espacio, pero los pocos presentes que se hallan en esa estancia se encuentran distribuidos en butacas y sofás, dialogando con tranquilidad.

—Buenas tardes, Irina —saluda el hombre después de despedirse del chófer y darle las gracias por acompañarme—. Hace ya un tiempo que nos conocimos, ¿te acuerdas de mí?

Es delgado, pálido y aprecio que sus ojos son azules. No obstante, si realmente me he cruzado con él anteriormente, me resulta difícil reconocerlo porque su pelo oscuro es bastante largo y una barba espesa le cubre el rostro como si se tratara de un vikingo.

Frente a mi mueca de confusión, él sonríe y dice:

—Veo que no. Será por la barba —se acaricia el bello facial en cuanto lo menciona—, cuando nos conocimos no la tenía. Soy Gareth, el agente de Connor.

—¡Ah! —exclamo cuando lo revela—. Connor me habló de ti en un par de ocasiones. Has sido su amigo desde su infancia. —Le estrecho la mano—. Y, sí —añado—, cuando nos conocimos en las escaleras de aquel ferry ambos éramos más jóvenes.

—Sí —coincide—, han cambiado muchas cosas. —Hace una pausa para suspirar—. Pero, bueno, la vida da muchas vueltas y habéis vuelto a encontraros.

Alzo una ceja y le dirijo una mirada interrogativa.

—Lo sé todo —declara con despreocupación—. Connor me lo contó todo la noche de aquella reunión de empresa: desde Cupido, pasando por las citas, hasta aquel fin de semana en su isla. Me costó mucho creerlo —admite encogiéndose de hombros—, pero supongo que tenía cierto sentido.

—Sí.

—Bien —concluye con una sonrisa—, hace veinte minutos Connor me ha llamado y me ha pedido que te lleve a su habitación. Allí encontrarás algo de comer hasta que llegue. —Consulta la pantalla de su móvil—. Seguro que estará a punto de terminar. Vamos.

Vuelvo a hacer un gesto afirmativo con la cabeza y lo sigo, pisándole los talones, por los corredores poco transitados. Finalmente, llegamos al ala más alejada del hotel, donde hay pasillos más amplios y las puertas están más separadas unas de otras.

Gareth se detiene frente a una puerta, saca una tarjeta electrónica y la pasa por un lector que hay en el pomo. La cerradura se desbloquea, abre la puerta y me cede el paso para que entre. Seguidamente, se queda en el marco de la puerta y se despide de mí con una sonrisa, asegurándome que Connor llegará en breve.

Le agradezco su compañía y, cuando cierra la puerta y me quedo sola, me dedico a examinar la estancia dando pasos lentos. En primer lugar, salgo del pequeño recibidor y me adentro en una sala amueblada sofisticada y elegantemente, donde destacan un sofá y una butaca rojos frente a un ventanal desde el cual puedo observar las montañas nevadas de Bergen, las siluetas de las casitas bajo las farolas y las luces del conjunto de la ciudad reflejadas en el agua del puerto.

Después de quedarme mirando esas vistas adictivas durante cinco minutos, enciendo una lámpara que emite luz tenue y aviva la sala y me percato de que hay una habitación contigua. Asomo la cabeza levemente y descubro que es un dormitorio protagonizado por una cama con cortinas. Acto seguido, regreso a la estancia central y me quito todas las capas de ropa innecesarias, dado que la calefacción hace que me invada una sensación de sofoco bastante intensa.

También me acerco a una encimera, donde encuentro preparados de comida, un microondas y una cafetera. Inserto una cápsula en la última y espero a que todo el café se introduzca en una taza de porcelana con la vista puesta en el exterior. Un par de minutos más tarde, apago la cafetera, cojo la taza y tomo asiento en el sofá.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora