«Para Lucas»

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Antonella

Kevin me ató de las manos con fuerza, difícilmente las marcas desaparecerían. Mi mente estaba borrosa, simplemente no quería recordar, olvidar sus manos sobre mi era lo mejor. 

Pero lo que realmente me dolía era no haber estado junto a él. No me duele el pecho por los golpes, no me duelen las piernas por los rasguños, me duele Lucas.

El auto paró y Kevin salió de él. Habíamos recorrido varias horas desde la ultima vez que me tocó, tal vez unas tres o cuatro, nunca aguantaba más. Entró al asiento de atrás y me quitó la venda de la boca y de las manos.

— Llegamos, preciosa —Kevin me levantó y me sentó en el asiento, quitó las vendas de mis piernas y mordió la derecha, cerca de otras mordidas y cortes—, te portas bien, no quiero volver a atarte.

No respondí y ni siquiera levanté la cabeza. Él tomó mi cabello y lo llevó hasta atrás, levantándola y generando una horrible sensación.

— ¡¿Qué te dije sobre verme cuando te hablo?!

— Ya entendí...

— ¿Qué entendiste? —aumentó la fuerza de sus manos—, ¿Entiendes qué no estás en casa con tu abuelita y tu novio muerto?

— Desde hace tiempo lo hice...

Él sólo se alejó del auto y yo intenté seguirlo, salí del vehículo y sentí el contacto con el pasto...

Habíamos llegado a una casa grande, Kevin me sacó completamente del auto y tuve que seguirlo hasta dentro del lugar. Estaba demasiado débil como para correr y con mucho miedo de morir, de morir y no volver a verlo. La casa era grande, blanca por fuera y hecha de madera. 

Se sentía extraño no tener zapatos, pero Kevin los había tirado cuando me quitó el pantalón en el camino. Pero me preocupaba más mi entorno que esos zapatos, aunque esos zapatos eran el único recuerdo que me quedaba de él, del día que nos hicimos pareja.

Kevin abrió la puerta del lugar sin darme tiempo para observarlo con detalle. El sonido de un arma cargando su munición nos recibió.

— Tienes diez segundos para salir de aquí si no quieres que te vuele la cabeza...

Un hombre con traje y lentes oscuros empuñaba el arma contra la cabeza de Kevin. Corté mi respiración al ver a Kevin arrodillarse frente al hombre y levantar ambas manos. ¿Se estaba rindiendo? No, no podía ser así.

¿Acaso toda esta pesadilla había acabado?

— ¿Volarle la cabeza? Creo que deberías picarle las bolas para darle un castigo de verdad.

Los tres volteamos al instante al escuchar una voz grave en el lugar. Su dueño era un hombre alto y con traje.

— ¡Hijo de puta!

El ex de Sandra levantó sus brazos y se acercó para abrazarlo. 

Yo estaba ahí, extupefacta y sin poder moverme y con una gran facilidad para escapar, no había nadie más cerca, si era lo suficientemente veloz podría entrar al auto otra vez y conducir para llegar lo más lejos de aquí, pero por alguna extraña razón no podía controlar mis movimientos, mi cerebro ya no decidía sobre mi; el miedo lo hacía.

El hombre se acercó a Kevin y correspondió el abrazo. Un frío invadió la habitación, el hombre había salido de la nada, pero la pregunta no quién era él, lo que no dejaba de darme vueltas era: ¿por qué yo estaba ahí? 

— Maldito... ¿Por qué presentía que vendrías sin avisar? —luego sonrió y me observó—, ¿Y esta señorita?

No sonreí, en todo momento mi expresión facial fue de miedo y de rencor.

Mexizolanas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora