CAPÍTVLO IV

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El estruendo sobre el cristal del mostrador hizo que los pocos clientes que había a esa hora se sobresaltasen, mirando atónitos la escena. Un lingote de oro, dos zafiros y un rubí cayeron frente a la dependienta de aquella tienda de telefonía.

- Quisiera comprar un móvil, que sea bonito y... de esos de los de ahora

La mujer de rizos caobas miraba intermitente los objetos de valor y a Raoul, que esperaba paciente un móvil.

- ¿No tendrá usted una tarjeta de crédito por casualidad?

- ¿No es suficiente esto? —se extraño— este lingote procede de Sutter's Mill*, fue el primero que se fabricó con las pepitas que extrajeron de aquellas tierras, el oro es muy valioso ¿no? Hay tiendas para comprarlo en cada esquina, pues yo te lo ofrezco, y de regalo estas tres gemas, para que luego diga la humanidad que yo no soy generoso

- Ay Dios... –susurró la mujer.

- No meta a Dios en esto —le recriminó— ¿Me lo vende entonces?

- ¿Tiene usted línea telefónica? —Raoul se quedó mirándola sin entender nada y, disimuladamente, pasó las manos por todos los bolsillos de su traje— Vale, no, no tiene... Mire, debe tener un número contratado con la compañía y luego le venderé un móvil

- ¿No puede vendérmelo sin más?

- Sí, pero no le valdría de nada

Raoul resopló. ¿Por qué lo ponían todo tan difícil? Las cosas podían ser más sencillas.

- ¿Y cómo lo consigo?

- Puedo ofrecerle una de nuestras tarifas, es bastante interesante, es completa y asequible... Aunque no creo que usted tenga problemas económicos... —murmuró mirando el lingote de oro con el sello de California— y a cambio tiene una selección de móviles a cero o bajo coste

- Vale, sí, démela

- ¿De verdad? –preguntó sorprendida, acostumbrada a tener que emplear siempre sus mejores técnicas de venta para que el cliente acabase aceptando un contrato de permanencia con la compañía, pues a veces, ni un móvil regalado lograba convencerles.

- Claro, es lo que me ha dicho que haga para poder usarlo ¿No?

- Sí, sí, por supuesto —asintió mientras abría la página donde le haría el contrato y sacaba un catálogo de la compañía— ahora voy a explicarle un poco que le ofrece esta tarifa, las condiciones del contrato y luego ya me podrá dar todos sus datos ¿Le parece?

Raoul asintió, dispuesto a escuchar a la dependienta, pero, tras varios minutos ya se había perdido en la extraña jerga que la chica no paraba de usar y que él no entendía, que si gigas, que si permanencia, que si smartphone, software... Estaba harto y sabía que no debía hacerlo, que era un riesgo, pero aquella situación estaba ya más que justificada para él. Así que, se quedó mirando fijamente a los ojos verdes de la chica y esta, cuando le devolvió el contacto visual y sin ser consciente, paró lentamente de hablar hasta permanecer completamente callada.

Se dirigió al ordenador y empezó a teclear cosas sin parar, imprimió varias hojas, se levantó y se fue hasta el almacén, de dónde volvió con una pequeña caja blanca sellada con una pegatina transparente. La abrió y extrajo el móvil de dentro, fino, elegante, brillante y negro. Lo puso a punto y le entregó los papeles impresos que Raoul firmó con un garabato inventado.

- Gracias por confiar en nuestra compañía, aquí estamos para lo que necesite –habló de manera automática.

- Muy amable ¿esto es todo?

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