CAPÍTVLO XI

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¡Hola!

Lo primero, quiero pedir disculpas por el retraso del capítulo, han sido más de dos semanas. Lo segundo que quiero deciros es que a partir de ahora las historias van a tardar porque voy a tener muy poco tiempo para escribir, pero iré sacando los huecos de donde pueda para ir avanzando. Solo os pido un poquito de paciencia 😅.

¡Gracias y disfrutad!

I

Terminó de pintar aquel extraño símbolo en el interior de la puerta de uno de los armarios de su casa con la sangre de la anciana. "La sangre lleva la sangre", fue lo que le dijo Elena y no le faltaba razón. Era un conjuro que te llevaba allí donde hubiese algún descendiente directo pero, con algún ligero cambio, se podía modificar para que llevase hasta cualquier ascendente o hasta las raíces de tu estirpe, allí donde más fuerte habían dejado su huella.

Tras pronunciar unas palabras, la sangre comenzó a arder, como si hubiese brasas bajo la pintada y una luz cegadora inundó la habitación, transportándole a otro lugar y dejando la casa de nuevo vacía. Cuando la luz se apagó, apareció en una cuenca redonda llena de arena apareció bajo sus pies. Se trataba de la Playa de Gulpiyuri*. Estaba rodeado de rocas y árboles escuálidos.

Observó bien su alrededor. Sin duda aquel sitio era cosa de brujería. Probablemente los humanos ya habrían inventado alguna leyenda, o lo habrían bautizado como "fenómeno natural". Pero no, aquello apestaba a brujería. Era una playa sin agua donde la arena permanecía constantemente húmeda y, a uno de los lados, un conjunto de rocas puntiagudas se elevaban en vertical apuntando en distintas direcciones. Se acercó a una y rascó, observando luego el polvillo que había quedado en sus dedos.

- Esto es un hechizo malogrado

Estaba claro que era la huella de algún intento de conjuro que no salió bien y explotó, dejando una cuenca desierta en mitad de la montaña, a varios metros de la costa. Y las rocas puntiagudas no eran rocas, eran los restos del impacto de la magia calcificados.

Desplegó las alas y recorrió los cien metros que le separaban del mar, parándose sobre una roca ante la ausencia de playa en aquel punto. Se acercó al agua y posó sus dedos en la superficie. El frío del agua chocó con la frialdad de su propia piel y, tras entonar unas palabras de invocación, no tardó mucho en ver como el agua se removía en un violento remolino que descendió varios metros, abriendo un portal del que comenzó a salir un tenebroso tintineo de cadenas. Se apareció ante él un perro enorme, negro como la noche que caía sobre la tierra en ese instante, con dos cuernos adornando su cabeza y un hocico especial que le ayudaría en su búsqueda.

Sonrió al verle delante suya, respirando con fuerza, alargó una mano y acarició su húmedo pelaje.

- Que alegría volver a verte Urco*

El perro bufó y, atendiendo a una orden que aún no había sido dictada, subió sin esfuerzo el acantilado y en dos zancadas llegó hasta la playa seca de Gulpiyuri. Olfateó con brío e intensidad su espacio, parándose en las rocas puntiagudas. Sacó la lengua y lamió una de las rocas, saboreándola. El perro era capaz de detectar cada molécula por separado: la sal, la caliza, la arena, los restos del paso de un insecto, una imperceptible fibra de alga, la huella de la mano que un humano posó allí un día; también detecto el humo, el fuego, el romero y cada especia, por mínima que fuese, que usaron en aquel desastroso hechizo.

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