CAPÍTVLO X

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Elena notó el tacto frío de la mano de Raoul en su frente y todo en su visión se volvió blanco, negro, brillante, con haces de luz por todos lados a pesar de que en la realidad de la habitación no ocurría nada. Los ojos se le pusieron blancos, como si acabase de entrar en un trance. Apretó los dedos en los posabrazos de la silla de ruedas, tensó la mandíbula. Esa vez, no pudo hacer nada por evitarlo, tan solo le quedaba confiar en la efectividad de la ficha de dominó de Átropos.

Raoul permanecía serio, con el rostro relajado, tan solo con un ligero fruncimiento de ceño por la concentración. Leyendo allí en su memoria el orden cronológico de su vida, pasando rápido los recuerdos más lejanos, los de niñez y juventud, de conjuros y amuletos y parándose dónde Agoney hacia acto de presencia. Aquella lectura podría haberla hecho sin necesidad de tocarla, pero no hubiese sido tan efectiva, quería empaparse de cada sensación y dato que la anciana tenía ligado a Agoney. No iba a salir de allí sin saberlo.

Notó nervios en la marcha de Agoney a la península, nostalgia en la primera videollamada tras la mudanza a su nueva casa, felicidad al oír su corazón por primera vez en el ultrasonido de la mano de su hija, impotencia con los llantos cuando venía triste, risas con sus payasadas, pena que se convertía en amor cuando le besaba las solladuras de sus manos tras alguna caída y el pequeño sonreía aliviado, orgullo en sus exámenes... Y tensión cuando le cogió en brazos por primera vez, respiración agitada, pulso rápido y necesidad de protección. Pero había algo distinto ahí, no era como ese sentimiento típico que presentaban los humanos en ese momento por el temor al qué le deparará el futuro, no, era miedo. Miedo real. Miedo del malo.

Intentó escarbar más, llegar al motivo de ese miedo que le alteró las pulsaciones y le obligó a enseñarle fuertes conjuros y símbolos de protección de manera encubierta. Pero no había nada. Borrones. Como una cinta que se ha estropeado y desdibuja escenas sueltas. Apartó la mano de la frente de la anciana, dejándola en paz y se las llevó a la cara, dejando ir un pequeño grito frustrado.

Se apoyó en los posabrazos de la silla y la miró fijamente a los ojos, a pesar de que ella había desviado la mirada a la ventana por la que tanto le gustaba contemplar el mar.

- ¿Cómo coño lo has hecho? —La mujer le miró con lentitud y esbozó una media sonrisa, encogiéndose de hombros— Señora, no estoy de humor, me estoy cansando de esto ¿Es un hechizo? ¿Has encontrado algo con lo que bloquear tu memoria?

La mujer negó.

- Nada

- No me lo creo, lo que me interesa, casualmente aquí —le dio un toque en la frente con un dedo— no está

- Lo siento

- ¿Qué es Agoney? ¿Por qué te dio miedo cuando le viste por primera vez? ¿Por qué ese empeño en protegerle a costa de la magia blanca?

Una carcajada sorprendió a Raoul, aunque se dio cuenta de que no era del todo por felicidad, había un empaño en sus ojos y un gesto de frustración en sus cejas.

- No lo sé, no lo sé

- No te rías de mí, no es una buena idea cabrearme

- No lo hago, te digo que no lo sé

- Sé que amas a Agoney, es evidente, pero el miedo que te he sentido en tu recuerdo es casi monstruoso ¿Sabes qué pasó el otro día? —la anciana negó, intrigada. Raoul elevó la mano y le enseñó el anillo negro— este anillo es la insignia de los jinetes, cada uno tiene el suyo, mis hermanos pierden su poder sin él, solo yo puedo quitármelo y seguir siendo igual de poderoso pues solo yo soy el imprescindible. Pero hay un problema, quién lo toca, sufre la consecuencia de ese poder en su máxima potencia. Hace cinco mil doce años vi a un niño robarle el anillo a Guerra para poder comprar pan y acabó destripando a su hermana con sus propios manos, pero tranquila, lo recuperó luego; en el siglo XIV una... Llamémosla señorita de compañía de Laishevo, en Rusia, quiso emplear sus mejores encantos con Peste y, al cogerle la mano, tan solo hubo que esperar dos días para ver a más de media Europa al borde de la desaparición durante muchos, muchos, muchos años —se alejó de la silla y se apoyó en la mesa de madera que había detrás de él— que yo sepa nadie se topó con el poder de Hambre, pero si alguien lo hubiese hecho, hubiese comido el triple de su peso en un solo día y, sin embargo luego, muerto de inanición hasta que alguien encontrase su cuerpo convertido en un amasijo de pellejo y huesos

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