CAPÍTVLO XV

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Raoul estaba en shock.

No recordaba haber llegado hasta su casa, casi parecía que las alas le habían llevado ellas solas hasta allí, como si ahora dispusiesen de piloto automático cuando detectaban que él no era capaz de reaccionar. Se había tumbado en el sofá blanco de su espacioso salón, con las piernas hacia arriba y la cabeza colgando del asiento.

- Me ha dejado callado por tercera vez en un día, que insolente

Rodó un poco hasta poderse levantar y comenzó a andar por el pasillo hasta que quedó parado frente a un espejo que tenía sobre una cómoda de caoba oscura con adornos en plata, de estilo rococó, contrastando con el ambiente minimalista y aséptico del resto de la casa. Uno de tantos tesoros milenarios que había ido acumulando a lo largo de su existencia. Se colocó bien el cuello de la camisa, se sacudió los hombros de arrugas después de haberse rebozado en la piel de su sofá, se peinó el flequillo con dos dedos y se dejó los mechones perfectamente alineados hacia la derecha.

- Y encima va y me besa ¿Cómo se atreve? Humano aprovechado

Intentó mantenerse serio y enfadado frente a su reflejo para acompañar sus palabras, pero no pudo y empezó a reírse sin poder evitarlo, despeinado lo que acababa de peinar hacía tan solo unos segundos.

- Me ha besado, qué poca vergüenza

Deshizo sus pasos de nuevo hacia el salón, hizo una breve parada para servirse un vaso de whisky escocés para no cambiar la bebida que había estado tomando en el local y, llevándose la botella, continuó andando hasta llegar al jardín, que a esa hora de la madrugada desprendía frescor gracias a la hierba que el relente comenzaba a humedecer.

- Y no ha estado mal, no, no, un poco demasiado tímido quizás para haber tenido ya pareja ¿Qué edad tenía? Poca comparada conmigo, aunque bueno, con esa comparación no es mayor nadie realmente... —se tumbó en una de las tumbonas frente a la piscina, alumbrada desde el fondo con focos de luz que formaban un velo de ondas azules en la pared de la casa— pero no ha estado mal, puede que fuese lo que necesitaba para probar algo distinto ¿Cuándo fue la última vez que besé a alguien?

Se quedó pensando mientras daba el primer trago a su copa, haciendo un recorrido por los recovecos de su memoria, pero no era capaz de dar con ese recuerdo, era un archivo demasiado extenso. Fuese quién fuese, fue hace muchísimos años, y tampoco sería nadie importante si su memoria lo había obviado.

- ¿Puede que fuese aquel mercante francés del 1402? —arrugó el entrecejo, intentando recordarlo. Estaba tan asustado por si el barco caía por el borde de la tierra y por ello deseó tan fuerte cumplir su deseo más oculto, que cuando se le presentó la oportunidad con aquel extraño viajante rubio, joven, espabilado y con unas vestimentas dignas de un invitado de buena posición de la corte de Carlos VI de Francia, monarca por aquel entonces del linaje de Valois, no dudó en lanzarse a sus brazos, saciando su deseo por primera y única vez. Debió estar agradecido de aquel momento, pues tan solo tres meses de travesía después, murió víctima de una fuerte infección a bordo que se llevó a más de media tripulación— Aquello sí que fue un beso de la Muerte

Aún así, sabía que no había comparación entre un marinero desesperado y con nula higiene de hace seiscientos años y Agoney y sus divertidas paletas separadas. Con el primero fue simple diversión y lujuria, un entretenimiento en su camino, con el segundo había algo más, un lazo que a él no le había importado crear y con el que comenzaba a sentirse cómodo. Le había casi devuelto la vida cuando estuvo a punto de perderla y, por si fuese poco, había prometido bajo contrato sagrado hacer de su protector personal, y no le costó aceptar aquel trato.

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