CAPÍTVLO XIX

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Ricky se llevó las manos a su cabeza y tironeó con desesperación del pelo. Lo intentó una vez más.

- Por favor, piénsalo

- Está decidido

- Ago –le suplicó.

Los quice minutos que Ricky llevaba pidiendo encarecidamente a su amigo que le escuchara y recapacitara habían sido quince minutos tirados a la basura. Le observó, sin poder hacer nada para remediarlo, como firmaba el papel del alta voluntaria, empleando cierta rabia en la rúbrica. El canario tenía más que decidido que se largaba de aquel lugar, desde que recibió la fatídica llamada de su madre para comunicarle que su abuela había fallecido no había hecho más que montar en cólera contra todo aquel o aquella que se le acercase a menos de dos metros, se había negado a que los profesionales le atendieran debidamente y no había parado de exigir que le dejaran marcharse del hospital hasta que por fin logró tener el papel del alta con su nombre.

El mallorquín no se había tomado nada bien la decisión de Agoney, después del susto del otro día no contemplaba un alta tan repentina y menos si no era cosa de los médicos. Aún así sabía que no podía hacer nada más que intentar hablar con él, pero este estaba tan cerrado en banda que ni siquiera le miraba a la cara, negándose a escuchar consejos, recomendaciones y súplicas. No quería oír a nadie, ni a su amigo, ni a los médicos, ni a los enfermeros, ni a los técnicos y muchísimo menos a la psicóloga que había perdido su valioso tiempo en intentar entablar una primera conversación con él. Ni siquiera le contestó al "hola Agoney, buenos días" que tan amablemente le había dedicado al entrar en la habitación. Quería irse a casa, estar solo y sin que nadie le molestara durante horas, tal vez durante días.

Resignado, le vio terminar de vestirse con su ropa de calle y dirigirse hacia la salida sin ni siquiera esperarle. Tuvo que acelerar el paso para ponerse a su altura y que no se le escabullese entre el resto de personas que había por allí. Recorrieron el pasillos de su planta, cogieron el ascensor hasta la planta baja y atravesaron el hall en completo silencio. Agoney mantenía la mirada fija en el suelo, el cuerpo tenso y el ceño ligeramente fruncido, casi ni se había dado cuenta de que llevaba con ese gesto un buen rato. Salió a la calle, cerrando los ojos un momento por culpa del fogonazo del sol de primavera que en ese instante, en vez de darle la vida que siempre le daba, solo le incordiaba, y se montó en el asiento trasero del coche en el que Pablo les esperaba, el cual bajó la música en cuanto les vio llegar.

Ricky hizo lo mismo en el asiento del copiloto varios segundos después, con un poco más de lentitud en sus movimientos. Miró en silencio a Pablo, que compartió con él una mirada de tampoco saber qué decir y que fuese bien recibido por el canario, se encogió de hombros y arrancó, poniéndose en marcha. El mallorquín no hacía más que mirarle a través del retrovisor de su ventana, aprovechando que estaba sentado justo detrás y le vio toquetearse de manera inconsciente el algodón que taponaba la minúscula cicatriz que la vía había dejado en su mano. Tenía el alma en vilo por no reconocerle, tan callado, serio y con el semblante enfadado, aunque en esa situación no podía pedirle que actuara de otro modo.

- Ago ¿Quieres venir a casa un rato? –preguntó Pablo con cautela ofreciéndole compañía.

- No

- Te llevo entonces a la tuya ¿No?

Agoney no respondió, tan solo asintió y siguió mirando por la ventana como la ciudad iba pasando a treinta por hora, sin pararse a observar a las personas con las que se cruzaban como solía hacer. Esa vez no quería encontrarse con grupos de amigos sentados en una terraza compartiendo risas, ni dos mujeres charlando animadas mientras cruzaban un semáforo en verde. No le apetecía ver que a todo el mundo parecía irle la vida tan bien, que se habían levantado aquella mañana y les había sonreído la suerte, que su día era tan bueno o mejor que el anterior. Era innecesario para él en ese momento. Por suerte, no tardó en reconocer que las calles por las que pasaban eran cercanas a su casa. Suspiró aliviado, estaba deseando llegar, cerrar la puerta, apagar el móvil, olvidarse del mundo y que el mundo se olvidase de él.

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