CAPÍTVLO XIV

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- ¡Ey! –sonrió al salir al balcón y verle parado abajo junto a la puerta.

- Hola

- ¿Sabes que si no llamas a ese moderno invento llamado timbre, yo no puedo adivinar que has llegado?

Raoul le miró con curiosidad y luego bajó la mirada a la doble puerta de madera, donde un cuadrado metálico con varios botones, letras y números ocupaba parte de la pared. "Ah, claro, tiene sentido".

- Lo recordaré

- Qué detalle —bromeó— ahora bajo

Entró a la casa, cerró la puerta del balcón y cogió su móvil, las llaves y su cartera. Esa vez, sin Bambi allí con él, se permitió el lujo de coger el ascensor, además de que tampoco se quería lanzar a comenzar a subir y bajar escaleras tan pronto, después de todo lo ocurrido y de ver el miedo y la preocupación en los ojos de su familia y el desconcierto en los de los médicos, no se quería arriesgar a empezar a hacer actividades, por muy livianas que fuesen y muy capaz que se sintiese, hasta que le dijeran que podía hacerlo.

Cuando bajó, se lo encontró sentado en uno de los bancos de hierro de la plaza que quedaban frente a su puerta, con la espalda recta, las piernas perfectamente cruzadas y las manos entrelazadas sobre su rodilla. Agoney no pudo evitar sonreír al verle así, tan llamativo en aquel lugar, con sus formas milimétricamente estudiadas y que no le importase lo más mínimo las miradas curiosas de quién se preguntaba qué hacía un chico vestido de boda de alto standing en aquella plaza perdida entre tantas callejuelas.

- Tienes que decirme cuándo es tu cumpleaños, para regalarte un chándal o un par de vaqueros

Raoul enarcó la ceja sin esbozar ninguna sonrisa.

- Pobre de ti cómo me regales algo de eso

Ajeno a su amenaza real, Agoney rió con una divertida carcajada y se acercó a Raoul, iniciando esa vez él el abrazo, pues sospechaba que la anterior vez que el rubio le abrazó, fue algo que tendría que haber sido digno de grabar y, aunque no fue tan raro como la primera vez, seguía notándole tensarse un poco al primer contacto. Había conocido a gente a la que no le gustaba esa cercanía física, pero nunca a un nivel como el de Raoul, aún así, agradecía que a pesar de eso no le apartase ni le diese que dejara de hacerlo. Sonriéndole fugazmente después, le propuso de sentarse en una de las mesas del pequeño bar que había frente a ellos, al otro lado de la plaza, bastante animado a esa hora de la tarde.

- ¿Donde está tu bicho?

Agoney le miró con los ojos entrecerrados.

- Bambi —dijo su nombre de manera lenta y exagerada mientras se sentaba en una de las sillas de la terraza— no está, mi madre se la llevó a darle un paseo y aprovechará para comprar, así que estarán bastante tiempo fuera, son dos callejeras, puedes estar tranquilo, pero que sepas que acabarás amando a mi hija

- Lo dudo, ladra demasiado

- Ay, a mí también me ladró antes –recordó un poco triste por aquel frío reencuentro.

- ¿Ves? No te puedes fiar

- Cállate —bromeó golpeándole el hombro sin percatarse de la ceja enarcada de Raoul mientras se miraba el lugar del porrazo— mi hija es leal

Raoul decidió ignorar ese gesto y cambió rápidamente de tema después de que Agoney pidiese las bebidas.

- Entonces, ya estás curado

- Sí, bueno, eso dicen, aunque no sé si fiarme o no

- Oh, sí, fíate, estás cien por cien curado, créeme

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