CAPÍTVLO XIII

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- Pagarás por estoamenazó con los ojos encendidos.

- Sabes que no tengo opción, no me has dado otra opción

- Ella no merecía esto, esta guerra es entre tú, yo, el cielo y el infierno

- Ella es parte del infierno Tiniebla, sabes que estaba destinada a destruir toda la creación, millones de almas destruidas ¿Para qué? ¿Con qué fin? Nosotros existimos para la creación, para su equilibrio, no puedo permitir que sea destruida ¿Los humanos me importan? ¡No! Pero nuestro sentido y nuestra labor está en su existencia

- ¡Los humanos son una mancha en el universo! ¡Criaturas pequeñas, frágiles, mortales y traicioneras! ¡Lilith* es tu hija! ¿Cómo has podido elegirles a ellos?

- Tiniebla, ambos sabemos que nunca debió llegar a nuestras vidas

- Pero lo hizo –le desafió.

- Y ahora ese error está solucionado

Tiniebla se quedó mirándole con un odio que nunca había experimentado, sin creer en las palabras de Muerte, de pronto, una espesa nube negra les comenzó a rodear, producto del enfado de Tiniebla, tapando la luz del sol y cualquier paisaje al que alcanzara a ver la vista. Sumiéndolo todo en su oscuridad.

- ¿Error? murmuró con un tono de incredulidad que parecía que iba ea echarse a reír en cualquier momento No sabes lo que has hecho Muerte, no se qué harás conmigo, pero volveré de dónde sea, cuando sea y te mataré

- No puedes matar a la Muerte

Tiniebla soltó el cuerpo de su hija en el suelo y sacó una larga daga, plateada con empuñadura labrada, la única arma divina que era capaz de dañar a Muerte y que él le confío a ella. Se acercó a él y, con un veloz movimiento, hizo un corte en su mejilla, dejando una pequeña herida sangrante.

- Si sangra, se puede matar

Muerte enfureció, sus ojos rojos brillaron como nunca y su apariencia negra y enorme surgió bajo la piel blanca, desplegando sus imponentes alas, transformándose en el auténtico ángel negro que era. Arrebató el arma a Tiniebla, se la guardó y la cogió del cuello, mirándola con furia, hartazgo y, en el fondo, un poco de pena. Chasqueó los dedos y una culebra dorada apareció en el aire, ondulándose, dividiéndose en dos y formando una brecha en la nada, abriendo un portal a otra dimensión, una cualquiera, muy lejana, oscura y vacía. La miró una última vez a los ojos y la lanzó al abismo junto al cuerpo de la pequeña Lilith.

El portal se cerró tras ellas, llevándose consigo a ambas y la enorme nube negra que había creado Tiniebla. Un ensordecedor silencio se instauró en aquel lugar. Los demonios no reaccionaban y los ángeles del Cielo bajaron las armas, satisfechos. Esa noche hubo eclipses de sol y de luna al mismo tiempo, tormentas, tornados, lluvias torrenciales y terremotos. El mundo entero fue testigo y víctima de lo que ocurría en el interior de Raoul. Tan grande fue el desequilibrio que su poder incontrolado formó, que la civilización Mayas habló mencionó por primera vez aquello del fin del mundo.

A partir de aquel momento, Lucifer quedó renegado a la jaula y los suyos no volvieron a salir de las dependencias más bajas y sucias del infierno; Muerte se sentó en el trono del Palacio Negro tras pactar la paz con el Cielo, dejando una relación tan solo cordial, pues ninguna de ambas partes quería contacto, pero tampoco más guerras donde el campo de batalla fuese la Tierra; las parcas ascendieron como los seres más visibles del infierno, ocupando el puesto de los demonios, con la diferencia de que ellas tenían una labor importante que hacer y, la daga con la que Tiniebla le había recordado que tenía una posibilidad de ser derrotado, fue fundida y convertida en el soporte de plata que, a partir de ese momento, llevaría siempre en su dedo junto a la piedra negro azabache que canalizaba su poder.

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