CAPÍTVLO XII

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- ¿Se puede?

La voz grave y rasgada del anciano llamó la atención de Agoney y su madre, que charlaban animadamente. El canario giró la cabeza hacia la puerta y sonrió al verle parado junto a la puerta.

- ¡Juan! ¡Pasa, pasa!

Aceptando la invitación, el hombre se acercó hasta la cama del canario, pidiéndole a la madre con un gesto que se volviera a sentar cuando la vio hacer el amago de levantarse del sillón para ofrecerle el asiento.

- ¿Qué ha pasado? Que me ha contado un pajarito que te habías quedado más tonto que antes y mira que es difícil

Agoney rió.

- Sí, ya me queda menos para alcanzarle —bromeó sacándole la lengua y miró a su madre— mira mamá, él es Juan, uno de los peores pacientes que tengo, Juan, ella es mi madre

El anciano estrechó la mano de la mujer con una cálida sonrisas y se volvió a dirigir a Agoney.

- Está claro que los genes no los has heredado de ella

- ¿Porque yo soy más guapo?

- Emm... —se quedó callado— no

- Pienso hablar con mis compañeros para que le quiten el postre de las comidas

- Te jodes que me han dado el alta

- ¿De verdad? —Agoney sonrió alegre— ¡Ay Juanillo cuánto me alegro!

Dejando las bromas a un lado, Agoney abrió los brazos para acoger el abrazo de Juan que no dudó en estrechar al más joven y aprovechar para removerle el flequillo y despeinárselo al igual que el canario hacia cada mañana con él al darle los buenos días.

- Tengo unas ganas ya de quitarme el camisón indiscreto este —se fijó entonces que ahora Agoney también lo llevaba puesto— anda mira, a ver si ahora tienes huevos de decirme que no me queje porque es muy cómodo y esas mierdas que me decías siempre

- ¡Y lo es! ¿Qué hay más cómodo que llevar el culo al aire?

- Madre mía –murmuró la madre llevándose una mano a la cara.

- Tu madre no merece escuchar esas cosas –le regañó bromista.

- Ella ya debería conocerme, de todas formas, no es mi culpa que los camisones estos no dejen nada a la imaginación

-  Me gustaría charlar con el diseñador, a ver en qué pensaba

- Seguramente en los trabajadores

- O en ver culos

- Juan, mi madre no merece escuchar esas cosas

La mujer, aguantándose la risa, hizo un gesto como diciendo que no les escuchaba mientras se centraba en leer la primera noticia absurda que le salió en Facebook. El anciano se acercó al filo de la cama y volvió a abrazar al canario antes de despedirse para volver a su planta y esperar a ser libre de nuevo, confesando que pasaría allí más tiempo pero que se había escapado y debía volver ya, no sin antes llevarse un "cuídese, por favor" de parte de Agoney.

El silencio reinó en la habitación durante unos minutos, tan solo con el bajo sonido de un vídeo musical que el paciente de al lado veía con su acompañante. Agoney se recostó en la cama y se quedó mirando a su madre consultar el móvil hasta que ella se percató de las dos pupilas negras idénticas a las suyas que la observaban.

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