CAPÍTVLO XXIX

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"Después de esto, vi a cuatro ángeles de pie en los cuatro extremos de la tierra, que detenían los cuatro vientos."

Apocalipsis 7:1

I

Raoul calculó que ya estaría amaneciendo. Miró por encima del hombro de Agoney y clavó sus ojos fuera, a través del cristal, escudriñando la oscuridad y detectando la silueta de los delgados árboles lejanos por donde haría un rato que debería haberse asomado el primer rayo de sol.

Quitó la mirada de allí y la posó sobre el canario, dormido profundamente y encogido a su lado, con una mano bajo la almohada y otra aferrada de manera inconsciente a la manga de su camisa. En un momento dado de la noche, se había girado dejando de darle la espalda y buscando su calor. Raoul había pasado toda la noche a su lado, observándole dormir y dejando caricias furtivas en sus labios, mejilla y rizos del pelo desbocados sobre la almohada. Sonreía cuando daba algún suspirito o cuando la cosquilla era especialmente sensible y arrugaba el rostro, moviendo la nariz.

Había tenido varias horas para pensar en todo lo que rodeaba a ese chico de largas pestañas negras que parecía sentirse seguro ahí, a su lado, enterrado en sábanas blancas mientras el mundo empezaba a hacerse añicos fuera y él, los dos, estaban en el ojo del huracán. Le resultaba increíble que después del miedo que le había hecho pasar, Agoney le eligiese igualmente como su lugar seguro. No pudo evitar pensar en lo que había provocado en él mismo, los cambios que había sufrido desde que puso un pie en la Tierra siguiendo la estela de Átropos, desde que lo conoció y hasta ese preciso instante velándole el sueño. No era la misma Muerte que había sido siempre y le costaba entender que un simple humano pudiese haber provocado semejantes cambios involuntarios en su interior.

Nunca le había temblado el pulso al ponerle fin a la vida de alguien y aún más si era justificado, sin embargo, su mano se paralizaba solo de pensar en hacerle eso a Agoney. Nunca pensó que detestaría la idea de volver al Infierno y sentarse en el trono durante largas e interminables horas, resolviendo conflictos, ordenando, dirigiendo, liderando; ahora tan solo le apetecía quedarse allí, en esa cama, olvidarse del mundo que le rodeaba y seguir acariciando la piel contraria. Jamás creyó que podría llegar a sentir lo que sentía por Agoney, que hubiese ese algo en su interior con posibilidad de despertar y que allí estaba, dando brincos de su estómago a su pecho y viceversa. Un nuevo ángel caído vencido a unos sentimientos desconocidos y fuertes por los que se había dejado atrapar sin demasiado esfuerzo, haciendo de él un nuevo ser.

Varios minutos más tarde, cuando la habitación ya debería estar iluminada, con lentitud Agoney empezó a desperezarse, poniéndose boca arriba, estirando su cuerpo y frotándose la cara torpemente antes de volver a girarse hacia Raoul y acurrucarse otra vez junto a él, escarbando con su nariz en la piel del cuello del rubio.

- Buenos días -susurró Raoul.

- ... Días... -logró pronunciar Agoney, haciendo reír a Raoul.

- Hoy no has tenido pesadillas

Agoney se tomó un tiempo antes de responder. Se volvió a frotar la cara, bostezó y abrió poco a poco los ojos para encontrarse con la mirada miel de Raoul. Sonrió al verle, provocando una sonrisa de vuelta.

- No, no tuve ¿Has estado pendiente de mi sueño toda la noche? -Raoul asintió- no se si es tierno o siniestro

- Lo que mejor te convenga

- Lo dejaremos en tierno... Y ¿Tú has dormido algo?

- No

- Me... ¿alegro? -preguntó Agoney mordiéndose el labio haciendo reír al ángel.

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