Changbin se sentó en la parte superior del columpio en el parque vacío, con las piernas balanceándose suavemente debajo de él. Ambos codos descansaban sobre las barras de hierro, con una mano agarró su encendedor, lo prendió y apagó compulsivamente un par de veces. La esquina de la (ya nombrada) bufanda de seda se asomaba del bolsillo de sus jeans, revoloteando ligeramente con la brisa.
En los últimos días había pasado cada vez menos tiempo en casa, tratando de esquivar cualquier posible interacción con su padre o, peor aún, con aquella mujer.
Las mañanas eran fáciles. Su padre se iba temprano al garaje, por lo que Changbin podía quedarse en la cama hasta que esto sucediera. Entonces, y solo entonces, caminaría suavemente por la casa vacía hasta la cocina. Se sentaría a comer su fruta y yogurt en la barra de desayuno, saboreando el silencio mientras la luz se deslizaría lentamente para envolver la casa en una ilusión de calor.
Pero el débil sol de otoño nunca lograría penetrar el frío siempre presente que cubría la casa familiar perfecta.El día transcurrió lentamente. Había practicado cuidadosamente una mirada de —desapego atento— en clase, asegurándose de no mostrar ningún interés mientras trataba de aprender lo más posible. Mantener una calificación ligeramente superior a la media era más difícil de lo que uno podría imaginar: ser demasiado bueno llamaría la atención, por lo que prefirió pasar desapercibido, tanto para maestros como para estudiantes.
Después de clases, generalmente iba a sentarse en las gradas, del patio. Observaba cómo los conserjes "limpiaban" los escombros que dejaba la masa humana negligente a la hora del almuerzo. Aunque, reflexionó Changbin, sería mucho más pertinente llamarlo "reordenamiento inútil de basura" ya que nunca parecían sacar nada de las mesas.
Las tardes eran la parte más problemática de su día. O se encerraba en su habitación o se dirigía al parque una vez que estaba seguro de que todos los niños se habrían ido. Sin embargo, esto último se estaba volviendo cada vez más difícil a medida que el invierno avanzaba.
—Oye.
Comenzó a salir de sus reflexiones, mirando la fuente de la voz: Miok.
Él gruñó en reconocimiento mientras ella trepaba ágilmente el marco de madera y se acomodaba a su lado, deslizando sus piernas junto a las suyas debajo de los barrotes.
—¿Me das fuego?
Le tendió el encendedor en respuesta. Ella cogió el cigarrillo que se había puesto detrás de la oreja y lo encendió con una mano, protegiéndolo del viento con la otra.
Se sentaron en un cómodo silencio durante unos minutos, disfrutando del raro momento de paz.
Su relación era una que requería pocas palabras; la presencia del otro era suficiente. Había una especie de entendimiento entre ellos, una aceptación de que ambos habían pasado por una vida de mierda, pero que seguían intentando.
Un cigarrillo después, ella habló. —Chuck me habló hoy.
Changbin la estudió con la mirada, cuidadosamente. Estaba inclinada por completo sobre los barrotes, mirando más allá de sus pies hacia las virutas que cubrían el piso debajo del columpio. Su cabello caía sobre su rostro, pero Changbin podía distinguir sus ojos, ligeramente rojos y vidriosos. —¿Sí?
—Sí.
Changbin suspiró. — ¿Qué dijo él?
—Dijo que quería dejar todo atrás y seguir adelante. Así, como si nada. Y luego me preguntó si quería volver a unirme a su alegre club de monstruos. Aparentemente están cortos de miembros —Ella se burló, dando una rápida calada a su cigarrillo.

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atrapado en ámbar.
FanfictionHan pasado siete años desde la muerte de su madre, Changbin y su padre se han convertido en dos extraños que viven en la misma casa. A pesar de que ya nadie lo moleste en el instituto, la situación no mejora. Hasta que un día, un estudiante de insti...