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Changbin luchó por mantener la sonrisa en su rostro hasta que la puerta se cerró detrás de Felix, pero por más que lo intentó, no pudo hacerlo. Su mano todavía se extendía libremente en el aire donde Felix la había dejado. Recordó la escena lentamente, recordó cómo sus dedos se juntaban en un puño mientras intentaban encapsular el calor residual que quedaba del toque ajeno.

Escuchó atentamente las pisadas y luego el suave ronroneo del coche. Una sonrisa apareció en su rostro cuando escuchó el traqueteo que había captado anteriormente dentro del ruido del motor. Felix tendría que llevar el coche a que lo revisaran pronto.
Y Changbin conocía un taller decente.
Un taller que contaba con un impecable mecánico que vestía el overol más ajustado y sensual del planeta.

Changbin metió sus dedos ahora fríos en los bolsillos de sus jeans y se volvió hacia la sala de estar. Dio un salto cuando vio a su padre en el umbral con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión indescifrable en su rostro.

—¿Qué?

Ungin se encogió de hombros y se inclinó hacia un lado para descansar en el marco de madera de la puerta.

Changbin puso los ojos en blanco y pasó junto a él de regreso a la cocina. Podía escuchar a su padre seguirlo, pero lo ignoró por completo, caminando hacia la nevera donde comenzó a sacar verduras. Haría un salteado para la cena. Al menos así terminaría rápido.

Extendió la mano hacia la tabla de cortar del armario y la colocó suavemente sobre la superficie de granito brillante. Estableció un ritmo constante cortando pimientos y cebollas. Mantuvo los ojos fijos en los filos del cuchillo, consciente de la mirada inquebrantable de su padre desde la esquina de la habitación.

—A veces —dijo Ungin de la nada— las personas no se desviven por hacerte la vida miserable. Solo intentaba ser amable, Changbin —el pelinegro dejó el cuchillo con cuidado junto al tablero y agarró el wok para luego llevarlo al fuego.

Levantó la vista para encontrarse con los ojos de Ungin. —Bueno, no te molestes. No vale la pena — Raspó las verduras del tablero para que cayeran en el recipiente. Chisporroteaban violentamente, escupiendo aceite mientras se acomodaban al calor.

—Creo que sí lo vale —dijo Ungin en voz baja.

Changbin se encogió de hombros, manteniendo su atención en mezclar las verduras.

Ungin se aclaró la garganta. —Felix parece ser un buen chico —Changbin mantuvo la sartén en movimiento, volteando las verduras con un movimiento profesional de la muñeca—. Me alegra que hayas encontrado a alguien como él.

Changbin se burló mientras movía con cuidado la cuchara de madera alrededor del borde de la sartén.

—Y podría ser bueno para ti que le gusten todas las cosas musicales —el chico sirvió los fideos en dos platos y puso el wok en el fregadero, manteniéndose en silencio. Ungin suspiró—. No voy a dejar de intentarlo.

Changbin depositó un plato de comida frente a él. —Buena suerte con eso —dijo, mientras salía de la habitación.

💛


Horas después descubrió que Changbin estaba completamente vestido encima de las sábanas de su cama, con los auriculares cuidadosamente colocados sobre su mechón colorido de cabello y el iPod acostado sobre la manta junto a él. Tenía los ojos cerrados, y bien podría haberse quedado dormido, salvo por la flexión rítmica de sus dedos sobre su estómago.

La luz se encendió, convirtiendo su mundo anteriormente relajante en un naranja brillante y furioso. Changbin parpadeó, abrió los ojos y miró hacia la puerta, rodando los ojos tan pronto como vio quién era.

atrapado en ámbar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora