Ellos son inocentes

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Otro día comenzaba para las praderas. El príncipe se paseaba inquieto por la cueva.

—Kion, niño. Si sigues dando vueltas vas a marearme.

—Lo siento Zazú. —Kion suspiró mientras se daba ánimos a sí mismo. Pronto llegarían sus padres y el príncipe tenía algo importante que decirles.

Zazú, el ave que había acompañado a su familia desde hacía ya varios años, lo miraba con preocupación.

—Sea lo que sea que tienes que decirles, no puede ser tan malo. —Zazú se encogió de hombros.— Simba es un león razonable.

—Sí, pero… no lo entiendes…

—No puedo creerlo. Nuestro hijo va a ser rey. —Simba repetía una y otra vez con el mismo tono emocionado y orgulloso cuando llegó.

—Aún no, Simba. —su esposa le recordó con una sonrisa.

—Lo sé, pero… le queda poco.

Kion rodó los ojos y les devolvió la sonrisa a sus padres que acababan de entrar a la cueva real. Si bien tenía ganas de tomar el lugar de su padre para que se sientan orgullosos de él, la idea le aterraba en cierto modo. Era por eso que, Simba y Nala habían decido que, en cuanto fuera un adolescente lo suficientemente responsable, comenzaría a tomar ciertas decisiones y encargarse de otras cosas. Era una especie de simulacro. Parte de su entrenamiento como futuro rey.

—Hola Kion. —saludó Nala mientras le daba una caricia a su hijo.

Kion no se opuso. Mientras nadie veía, disfrutaba la atención cariñosa de su madre. La cosa cambiaba cuando estaban en público. Él miró como ambos continuaban hablando sobre su futuro reinado.

Zazú realizó una reverencia a modo de saludo, a lo que ambos correspondieron.

—Quiero decir, a su edad yo andaba por la jungla totalmente despreocupado e irresponsable. —Simba se rio de sí mismo con un poco de vergüenza.— Mírate… ¿Acaso no estás emocionado?

—Claro que estoy emocionado. En realidad… —agregó con timidez mirando el suelo fijamente— ya sé cuál será mi primera decisión como futuro rey.

Su comentario sorprendió a Simba y Nala quienes lo miraron con un enorme orgullo.

—¿De verdad hijo? ¡Eso es estupendo! —sonrió su madre.

—Desde luego, Kion. Cuéntanos, ¿de qué se trata?

El joven príncipe se paseó de un lado al otro de la cueva nervioso. Sabía que sus padres no iban a reaccionar bien. La idea venía rondando en su cabeza hacía ya varios días. Finalmente se había decidido, les iba a contar. Tomó aire profundamente y soltó sus palabras.

—Si bien todos sabemos que hay leones desterrados en las lejanías, yo pensé que quizá… sería una buena idea que los hijos de algunos de ellos vengan a vivir aquí, a las praderas. Lejos de la mala influencia de sus padres.

Se sorprendió a sí mismo debido a la seguridad que usó al hablar. Enfrentó a sus padres con miedo. Notó como en sus rostros se reflejaba confusión. Lo miraban como intentando entender y procesar las palabras de su hijo. Zazú también se mostró consternado, pero no dijo nada. Después de unos segundos que para Kion fueron infinitos, su madre habló.

—Bueno —dijo finalmente la reina para romper el silencio— Kion tiene razón, sí que merecen una oportunidad.

—Hijo —el tono de Simba fue mucho más duro— no podemos traerlos aquí. Son hijos de nuestros enemigos. ¿Los quieres entre nosotros?.

—Lo sé papá, pero sus hijos son inocentes y lo sabes. —esta vez, Kion usó el mismo tono firme que su padre.— tú mismo me enseñaste que no hay que juzgar. ¿No crees que merecen una mejor vida?.

Simba suspiró. Si bien Kion tenía razón, no podía dejar de pensar en que esos niños o jóvenes tenían la misma sangre que sus enemigos. Los mismos leones que habían atacado hace no mucho tiempo. Los mismos leones que habían destruido las tierras del reino. Los mismos que habían matado a su padre…
Intentó verle el lado positivo. Sonrió levemente antes de suspirar.

—De acuerdo, vamos a intentarlo, ¿Sí?

Kion cerró los ojos con una sonrisa ante la respuesta de su padre. Le había salido mejor de lo que pensaba. La alegría no le duró mucho en cuanto Nala hizo la pregunta que más temía.

—¿Y los hijos de quienes si se puede saber? ¿Alguno en mente cariño?.— Dijo la reina

Él tragó con fuerza mientras asentía.

—Bueno… Kovu y Vitani. Los hijos de Zira...—empezó a hablar. Vio como sus padres asintieron con el semblante serio, pero no hicieron comentarios así que continuó.— Zibu el hijo de Janna. —nuevamente asintieron. Kion les dio el golpe final.— Y Rani, la hija de… Scar.

Las últimas palabras de su hijo les golpearon con fuerza en cuanto se dieron cuenta de quién hablaban. Su expresión, sobre todo la de su padre, se transformó totalmente. Zazú pegó un brinco al escucharlo también.

—¿Scar? ¡¿Scar?!. —exclamó Simba furioso.

Nala lo miró asombrada ante su comportamiento. Si bien la decisión de Kion le sorprendía tanto como a él, no iba a tolerar que Simba se pusiera así con su propio hijo.

—Cálmate, Simba, por favor.

Kion debió reconocer que jamás había visto a su padre tan nervioso. Lo miraba con ojos muy abiertos y sintió una leve oleada de miedo. Conocía perfectamente la historia de los desterrados y cómo habían matado a su abuelo con ayuda de las hienas. Cuando su padre volvió y derrotó a Scar, no tuvo el valor para asesinarlo como todos creyeron que lo haría. El rey se mantuvo firme con su decisión. “Yo no soy como él” habían sido sus palabras textuales. En lugar de cometer tal acto, exilió a Scar, sus leonas y a las hienas a las lejanías.
En cuanto Kion se enteró que ellos tenían hijos de su edad, se preocupó. Para ese entonces solo era un cachorro y no tuvo siquiera el valor de hacerle algún comentario a sus padres. ¿Si ellos apenas eran unos bebés cuando todo pasó, y algunos ni siquiera habían nacido, qué culpa tenían?.
Ahora que ya era un adolescente lo suficientemente mayor para tomar ciertas decisiones, había elegido su primer decreto. Jamás esperó la aprobación de sus padres.

—Kion. No puedes decir eso. ¿Qué no recuerdas lo que esos traidores le hicieron a tu abuelo? —la voz de Simba hizo que Kion se quebrara por dentro.

—Kion, cielo… tu padre tiene razón. Nuestro reino estuvo en la ruina por culpa de Scar. —Nala habló con más suavidad.

—¡Claro que lo sé! Pero insisto en que esos leones no tienen la culpa. Nadie elige a sus padres y no todos tienen la suerte que tuve yo… —el joven león sintió como se le nublaba la vista y la voz se le entrecortaba. Negó con la cabeza. No era momento de llorar.
Ver cómo su hijo se rompía de esa manera, blandeció la expresión de Simba. Cerró los ojos unos segundos y se agachó para estar a su altura. Para sorpresa de Kion, volvió a sonreír y lo acarició.

—Siempre tan noble hijo… lo siento, no quise ponerme así —habló con sinceridad.
Kion suspiró y se relajó por fin. Los roces con su padre no eran algo común y cuando pasaba, se ponía realmente mal. Odiaba discutir con ellos. Cerró los ojos y se dejó acariciar.

—De acuerdo. Vamos a darles la oportunidad —finalizó Simba la discusión— Espero que sepas lo que haces.

Dicho esto, la pareja real salió de la cueva junto con Zazú, dejando a su hijo solo. Él se acercó a la entrada y miró hacia las lejanías mientras suspiraba. No se iban a arrepentir.

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