Comodidad

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Su segundo día no fue tan diferente del anterior. Esa vez, Vitani sí había logrado atrapar a su presa, los consejos de Nala más sus tácticas ya aprendidas le habían servido tanto a ella como al resto de las leonas. No podía estar más feliz. Ignoraba las miradas que Zuri le lanzaba. Pensó que ya era hora para la leona de ojos azules de dejar de ser tan celosa. Lo mismo para Tiifu, quien seguía quedándose atrás, lo más lejos posible de ella.

Por otro lado, Kiara había logrado convencer a Kovu de retomar las lecciones del día anterior. A él le parecía divertido ver como la princesa intentaba saltar sobre él, sin éxito. Siempre la esquivaba en el último segundo. Al tercer intento, ella se sentó en el suelo con expresión molesta.

—Esto es inútil. No tiene sentido. ¡Apesto! —exclamó, más para sí misma.

Procuraba hacer el menor ruido posible, pero Kovu la escuchaba de todas formas.

—No te rindas. Nadie aprende tan rápido… —él hizo un horrible intento de consolarla. No era bueno en eso.

—Ugh, es que me siento tan… inservible.

Kovu la miró con asombro.

—¿Qué dices? Si eres buena cazando. Sólo te falta perfeccionar eso. Mi hermana dice que no se te da mal.

Ella se encogió de hombros. Se le había ido todo signo de buen humor. Kovu la miró sin saber que hacer. Usualmente, si sus amigas se encontraban con esos ánimos, las dejaba solas. Principalmente porque, si no lo hacía, se ponían peor. Pero no pudo hacerlo con Kiara.

—Escúchame. Primero que nada, relájate —le dijo mientras se posicionaba a su lado. Ella lo miró con interés— Siente la tierra bajo tus patas para evitar hacer ruido… —le explicó.

Ella asintió y, permitiéndose sonreír, dejó salir sus garras y cerró los ojos.

—Tal vez pueda intentarlo una vez más… —dijo mientras sonreía tímidamente. Él asintió— Okey, date la vuelta y voy a intentar atraparte.

Kovu aceptó y se alejó unos pasos. Rápidamente, la perdió de vista. Supuso que tardaría un rato, por lo que decidió relajarse.

Mantuvo las orejas alertas a cualquier sonido que Kiara pudiera emitir mientras pensaba. La compañía de Kiara no le desagradaba para nada. De hecho, no le hubiese molestado que, el encuentro entre ambos se volviese algo cotidiano. Luego su expresión cambió al notar que tenía una estúpida sonrisa plasmada en su rostro. No podía flaquear en ese momento, tenía una importante misión que cumplir…

No pudo seguir pensando mucho más; Kiara se las había arreglado para acercarse silenciosamente y se había abalanzado sobre él, de una manera repentina. La sorpresa fue mayor que el susto y ambos cayeron. Debido al fuerte impacto, acabaron en el suelo unos metros más lejos. Él boca arriba y ella encima, mientras hacía presión en su pecho con sus patas y se reía de una manera eufórica.

—¡Lo logré! —vitoreó ella, más que contenta— ¡Lo hice, sí! —volvió a reír.

Sus risas se contagiaron a Kovu, quien luego de mirarla con los ojos muy abiertos, dejó escapar algunas.

—Y gracias a mí. Soy un genio, lo sé. No tienes que aclararlo —él sacudió su pata de una manera orgullosa, a lo que Kiara rodó los ojos en un gesto irresistible.

—Puede que sí. Pero ahora voy a ser tan buena como ustedes. Mi mamá va a estar orgullosa de mí.

La sonrisa desapareció del rostro de Kovu tan pronto como ella pronunció sus palabras. Evitó el contacto visual y se aclaró la garganta. Fue ahí cuando la princesa notó la posición en la que se encontraban. Sintiendo su rostro volverse rojo, se levantó de un salto, dejándolo libre. Él se puso de pie también y le sonrió débilmente.

—Tu madre ya está orgullosa de ti, Kiara.

—Sí, pero… siento que no es suficiente.

—¿De qué hablas?

La princesa suspiró antes de hablar.

—Mi hermano va a ser rey y yo… bueno, su hermanita menor. Entonces, me gustaría destacar en algo con mis padres.

Kovu ladeó la cabeza y se aclaró la garganta de nuevo sin saber qué decir o hacer. No entendía como Kiara podía sentirse de esa manera siendo la hija de Simba y Nala. Siendo una princesa. Viviendo en un lugar tan hermoso sin que le falte nada nunca. ¿Qué clase de queja podría tener alguien que nunca pasaba hambre ni miedo?

La brisa sopló, meciendo la melena de Kovu con suavidad. Él cerró los ojos y disfrutó de aquella sensación. Suspiró para luego abrir sus ojos verdes y mirarla. Ella también lo observaba. Optó por cambiar de tema al no saber bien qué decirle. Si bien en el fondo su comentario le había caído un poco mal, sonrió.

—No tienes idea, princesa. —bromeó él con una sonrisa irónica.

Ella le devolvió la mirada juguetona.

—¿Ah sí?

Se agachó con la clara intención de saltar sobre él nuevamente. Esta vez, él la volvió a esquivar y corrió lejos de ella mientras reía. Kiara lo imitó y ambos corretearon entre las manadas de animales que había ahí. Pasaron al lado de Zibu quien estaba junto al trío de Bunga, Timon y Pumba. Los cuatro los saludaron alegremente.

—Tu compañero Kovu se hizo muy amigo de Kiara —dijo Pumba a Zibu a lo que él asintió.

—Sip, yo jamás lo había visto tan sonriente. —afirmó el pequeño león mientras volvía a mirar al par que ya corrían más lejos.

Miró a los tres quienes se reían con disimulo y lo miraban de una forma extraña.

—¿Qué?

—Ah ya sabes… Esta noche es para amar… —canturreó Timon, cosa que hizo reír a su amigo y su sobrino.

Bunga le dio un pequeño golpe en el hombro a Zibu, quien los miraba confundido. Se encogió de hombros y se permitió sonreír. Timon y Pumba eran raros a veces, no entendía lo que decían o directamente pensaba que hablaban en otro idioma. Aun así eran realmente agradables. Casi tanto como Bunga.

—La pequeña, crece tan rápido. —dijo de repente Timon mientras sus ojos brillaban por las lágrimas— Parece que fue ayer cuando Nala apareció aquel día en la jungla y se llevó a nuestro Simba.

Zibu miró con asombro como Timon lloriqueaba mientras cubría su cabeza con sus pequeñas patas. Bunga se sobresaltó y lo abrazó.

—¡No llores, tío Timon! Simba está con ustedes aún y yo jamás me iría si aparece una chica. Lo prometo. —el tejón acompañó sus palabras alzando su pata en señal de promesa.

—¡No lo harías, Bunga! No podríamos vivir sin ti —Pumba asintió mientras intentaba no llorar.

El león miró a su amigo abrazar a sus parientes y se sintió un poco de más. Extrañaba a su madre, pero no era eso lo que lo afligía. Los habitantes de las praderas eran demasiado cariñosos entre sí y no podía evitar sentir un poco de celos. Si bien su madre era bastante sobreprotectora, no le daba la atención que a él le hubiese gustado. 

—Amigos, ya está bien… —murmuró para romper el momento mientras miraba el suelo.

El llanto y sentimentalismo se habían vuelto muy intensos y un tanto incómodos. El trío se separó y sonrieron como si nada hubiese pasado. Zibu intentó imitarlos y sonrió esperando que sus pensamientos se fueran de un segundo a otro.

Los DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora