¡Pánico y corran!

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Las lloviznas continuaban siendo regulares en el lugar debido a la temporada de lluvia. El agua no le venía mal a nadie a excepción de los molestos charcos de lodo que dejaba al marcharse. No había habido cambio alguno desde la llegada de los forasteros, pero la mayoría de los habitantes estaban alerta constantemente.

Una cebra intentaba caminar a través de estos charcos, teniendo extremo cuidado de no manchar sus patas. Thurston dejó salir un bufido cuando una de sus patas traseras se hundió en un pozo de fango.

—Pero qué horror —cerró los ojos ofendido y siguió caminando.

Intentó sacudirla para librarse de la suciedad. En el proceso salpicó a alguien que, al igual que él, intentaba no pisar el agua sucia. Este se quejó y se apartó. La cebra lo miró bien, era Kiumi, miembro de la manada del rey Simba.

—¡Cuidado, rayitas! Por poco y me ensucias —espetó el león con el ceño fruncido.

—Es imposible no ensuciarse. Este lugar es un desastre. —el animal en blanco y negro continuó con sus quejas. Luego abrió sus ojos de par en par y miró fijamente a Kiumi— ¿Adónde me dirigía?

—No tengo idea. —Kiumi se encogió de hombros.

Los dos siguieron saltando entre el lodo. Kiumi hizo una mueca cuando la cebra volvió a salpicarlo. Gruñó, pero no hizo nada al respecto. De repente, alzó sus orejas al escuchar el movimiento de los arbustos.

—Ten cuidado, Thurston. Podrías ser la cena de alguien —bromeó el león mientras se posicionaba frente a la cebra— A ver, muéstrate —exclamó con voz amenazante— Te lo advierto, yo entreno todos los días, no tienes oportunidad contra…

Una borrosa figura saltó desde los arbustos, interrumpiendo su discurso. Esta se abalanzó contra él y lo aprisionó en el suelo con fuerza. Thurston no esperó ni medio segundo antes de correr mientras gritaba.

—¡Pánico y corran, pánico y corran!

Kiumi miró hacia arriba, agitado, con algunos mechones de su melena cubriendo su frente y parte de sus ojos. Al ver a su atacante, se permitió sonreír.

—Buenos días, ojitos púrpuras… —saludó con un meloso tono de voz.

Vitani lo miró con desagrado y se quitó de encima. Luego volvió su mirada a la cebra quien corría en círculos sin dejar de repetir lo mismo.

—¿Y qué hay con la cebra? —preguntó al león sin quitarle los ojos de encima a Thurston.

—Él es así —Kiumi suspiró mientras se levantaba del suelo. Acto seguido sonrió a Vitani— Y ya que estás aquí sola quizá querrías… ¿Hacer algo juntos?

Ella negó con la cabeza.

—No lo creo, tengo que recuperar mi presa.

Kiumi frunció el ceño ante su afirmación.

—Pero… tú ya desayunaste. Además, te sonará tonto, pero Thurston es casi como un amigo. No lo sé… tal vez estás… —su voz se fue apagando a medida que hablaba debido a la mirada fulminante de la leona.

—¿Amigo? Es una cebra. Es comida. ¿Necesito decir más? —puso los ojos en blanco— Además, ¿qué importa si desayuné o no? Si yo quiero comer…

—Un momento, detente, ojitos púrpuras. —él sacudió la cabeza— ¿Y el ciclo de la vida qué? Tengo entendido que eso se llama cazar de más. Si no lo necesitas…

—No, pero lo quiero. ¿Me lo vas a impedir acaso? —Vitani se agachó peligrosamente, indicando que no tenía problema en pelearse con Kiumi.

Él tragó con fuerza y negó con la cabeza rápidamente. Ella sonrió a medias y le dio la espalda, dando por finalizada la conversación. Thurston se había calmado tras chocarse con un árbol y en ese momento, ni enterado de la situación, continuaba quejándose del suelo sucio. Vitani, por el contrario, estaba con las cuatro patas dentro de un charco sin inmutarse al respecto. Kiumi pensó que, debido a su concentración para cazar, no se había percatado.

También pensaba que la leona que lo había flechado desde el momento en que la vio, no era tan atractiva cuando sacaba a la luz su lado forastero. Él nunca fue un león que se preocupara tanto por los demás, pero proteger a los habitantes de las Praderas de cualquier peligro era su deber después de todo. Ese era uno de los motivos por las cuales entrenaba, según el rey. El hecho de que a Vitani no le importaran las reglas le desagradaba en cierto modo.

En cuanto vio a la leona volver a agacharse en dirección a Thurston, quien le daba la espalda, rápidamente se interpuso entre ambos. Vitani se levantó de golpe y lo miró entre sorprendida y enojada.

—Creo que necesitas algo que te alegre —intentó decir él con su mejor sonrisa— Tal vez una flor. ¿Cuál te gusta más?

—Yo odio las flores. Todos los que me conocen lo saben.

Kiumi agachó las orejas. No se rindió.

—¿Y un paseo con el león más valiente de las Praderas? —su tono cambió a uno coqueto mientras le guiñaba un ojo

Ella ahogó una risa.

—Y… ¿Dónde está? No lo veo… —bromeó mientras fingía buscar a su alrededor.

—Okey, ya lo entendí. No eres una leona fácil —se dio por vencido y se encogió de hombros— Ya encontraré tu debilidad…

Intentó acercarse a su rostro nuevamente. Vitani no supo qué intenciones tenía, más no lo quiso averiguar. Con una mueca de disgusto, le dio un fuerte empujón que provocó que el león cayera hacia atrás, encima de un charco.

Al caer, no sólo se ensució entero, sino que algunas gotas cayeron encima de Thurston, quien se giró de inmediato y lo miró.

—¡Qué torpe eres! —exclamó poniendo los ojos en blanco.

Kiumi se sacudió rápidamente y buscó a Vitani con la mirada, pero ella ya no estaba. Luego se echó un vistazo a sí mismo para notar, con horror, que se encontraba completamente sucio y mojado. Suspiró con un gemido de fastidio ante la mirada confundida de la cebra.

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