Forasteros

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Había tanto silencio que el animal podía sentir su propio ritmo cardíaco si se concentraba. Se sacudió mientras intentaba despejar su mente de cualquier preocupación. Era temprano aún, no podía haber nadie a esa hora del día. Caminó sigilosamente. Sabía perfectamente el peligro que corría, ese no era su territorio. Pero quién era él para obedecer las reglas. Se acercó hasta el pequeño estanque de agua y bebió.

—Ah, mucho mejor —suspiró el joven chacal.

No entendía por qué sus hermanos no habían querido acompañarlo a caminar. Sus padres aún dormían, no había peligro alguno de ser descubierto.

—Bueno, bueno. ¿A quién tenemos aquí tan temprano?

O tal vez sí.

El pequeño se volteó de un salto y se posicionó en defensa. Dejó salir un pequeño gruñido a la leona que tenía enfrente. No se dejó intimidar. Ella le sonreía sobradora.

—Déjame en paz, Rani. No estoy haciendo nada -se defendió él.

Sintió como el miedo se apoderaba de él, pero mantuvo su posición. Después de todo, uno contra uno podía llegar a ser justo. Ella largó una carcajada que provocó que su pelaje se erizara desde su cabeza a sus patas.

—Estás equivocado cachorro, sí estás haciendo algo malo —respondió ella sin borrar la sonrisa.

Él volvió a gruñir cuando escuchó pasos detrás de él. Giró la cabeza, pero se mantuvo alerta a Rani. Un descuido suyo y sería chacal muerto. Pensó que no podía ir peor la cosa cuando vio a otro león que se aproximaba a él. Este tenía un pelaje marrón y su melena era tan oscura como la noche.

—Ella tiene razón. Creo... que estas tierras no te pertenecen —dijo él sonriendo con maldad, tal como ella lo hacía.

—No, no. Kovu, yo no...

Unas risitas macabras hicieron que se quedara sin habla. Entre Rani y Kovu apareció otra leona, sus ojos violetas eran lo que más destacaban en ella. Sonrió a sus amigos antes de mirar al cachorro.

—¿Qué pasa, Dogo? ¿Nos tienes miedo? —se burló con una risa, a lo que sus dos amigos la imitaron.

Dogo tragó con fuerza y retrocedió asustado. Haberse encontrado a un león ya era lo bastante peligroso, pero tres, era el punto máximo. Agachó las orejas y se preparó para correr. No pudo hacerlo. Su pequeño cuerpo hizo contacto con alguien. De un sobresalto, se giró.

—¿Te vas tan temprano? Pero si íbamos a empezar a jugar...

Cuatro leones, perfecto. El pequeño chacal miró al recién llegado. Tenía pelaje claro con una pequeña melena marrón en su cabeza. Los cuatro jóvenes lo tenían rodeado y amenazaban con saltar sobre él en cualquier momento. Que torpe de su parte había sido meterse en un territorio ajeno, y encima solo. Si lograba escapar de esa, sus padres lo iban a terminar de aniquilar. Optó por intentar llegar a un acuerdo.

—Esperen. No quise meterme en su territorio, lo juro. Es que me perdí —intentó decir con voz temblorosa.

—Ay por favor. ¡Excusas! Si quieres problemas, los vas a tener niño —la leona de ojos violetas exclamó antes de saltar sobre él.

Dogo cerró los ojos, esperando lo peor, pero el golpe nunca llegó. Escuchó gritos y abrió los ojos. Sintió que le volvía el alma al cuerpo cuando vio a sus dos hermanos ahí. Tenían a la leona aprisionada contra el suelo.

—¡Suéltenme ahora mismo! —gritó ella furiosa mientras se sacudía para quitárselos de encima.

—¡Dogo! Eres un tonto —le dijeron sus hermanos mientras la soltaban con cuidado.

El resto de los leones amenazó con atacar, pero el hermano mayor de Dogo habló.

—¡Un momento! —exclamó.
Hubo silencio. Todos lo miraron expectantes.

—Chicos, no tienen que hacer esto. Mi hermano solo es un torpe que jamás obedece. No volverá a pasar. Lo prometo.

—De todas formas, tiene que recibir algo por haberse metido en nuestro territorio —el león de pelaje oscuro habló, remarcando la palabra 'nuestro'.

—Kovu por favor... —la hermana de Dogo habló por primera vez— déjennos ir, no nos volverán a ver. Palabra de chacal.

—Como si su palabra tuviera algún valor —el otro león habló mientras rodaba los ojos.

Los chacales agacharon sus orejas ante el comentario.

—¡No pongan esos ojitos! No funciona con nosotros —Rani gritó, ya aburrida.

—Ya fue suficiente. Démosles a estos intrusos una lección -la otra leona volvió a hablar con una sonrisa que podría asustar a cualquier cachorro.

No estaba feliz de que hubieran saltado sobre ella, interrumpiendo su diversión. Se acercó lentamente al trío, quienes retrocedieron. Los hermanos mayores empujaron a Dogo detrás. Si tenían que pelear para defender a su hermano, lo iban a hacer cueste lo que cueste. Ella gruñó sin abandonar su sonrisa.

—Y tan aburrida que estaba esta mañana...

Los chacales gruñeron también, sintiéndose realmente asustados. El tono de la leona era muy intimidante. No solo les ganaban en número, sino también en edad. Los leones eran mayores que ellos, y por lo tanto más fuertes. Si bien todos estaban atravesando la etapa adolescente, había una enorme diferencia de tiempo y tamaño entre una especie y otra.

—Vitani, no es justo. Déjanos a nosotros también —el león de pelaje claro dijo con expresión molesta.

—¡Cállate Zibu, no me interrumpas! —ella lo miró enojada

Aprovechando que Vitani estaba distraída, Dogo y sus hermanos corrieron lo más rápido que pudieron. Sus pequeñas patas apenas rozaban el suelo. Por supuesto que, casi enseguida, los cuatro leones se lanzaron detrás de ellos.

—¡Dispérsense! —gritó la chacal, a lo que sus hermanos obedecieron.

Vitani no le prestó atención al resto. Solo tenía un objetivo y era el más pequeño. Aceleró el paso mientras lo perseguía. Por otro lado, Kovu, Zibu y Rani tenían problemas para alcanzar a los demás. Eran pequeños pero ágiles. Siempre lograban esquivarlos cuando pensaban que ya los tenían a su alcance.

—¡Olvídenlo! —gritó Kovu de repente- no valen la pena.

Los cuatro se agruparon mientras suspiraban. Los chacales no esperaron ni un segundo antes de huir. Definitivamente, no volverían a poner una pata en esa parte de las lejanías. Por nada del mundo.

—Qué buena manera de arruinar la diversión, hermano —Vitani ironizó molesta— ya casi lo atrapaba.

—Si, claro —se burló su amiga.

Olvidando el pequeño episodio que habían protagonizado unos minutos atrás, el grupo de amigos se puso a hablar de cualquier otra cosa. Estaban muy satisfechos al saber que los animales que vivían ahí les temían. Así debía ser. Tenían muy en claro que su especie encabezaba la cadena alimenticia y merecían el respeto de cualquier otro animal. Los cuatro eran muy territoriales y no era la primera vez que tenían que darle una lección a algún intruso.

De repente, una elegante sombra se formó en el suelo. Rani estaba de pie frente a sus amigos y vio como los tres agacharon las orejas y retrocedieron lentamente, intimidados ante la presencia del recién llegado que estaba detrás de ella. Sonrió con satisfacción y giró su cabeza.

—Hola papá —dijo radiante.

Frente a los jóvenes, un león de edad avanzada se acercó y los miró atentamente a cada uno. Sonrió con burla al notar que Kovu, Vitani y Zibu evitaban el contacto visual con él. Se sentó al lado de su hija, quien lo miraba ansiosa. La notable cicatriz en su ojo izquierdo brillaba con el sol matutino. Sin duda, Rani había heredado el pelaje pelirrojo de su padre. Ella lo miró con orgullo.

—¿Qué estaban haciendo aquí niños? —preguntó él con calma, mirando hacia el horizonte.

—Ah ya sabes... demostrándole a unos niñitos quién manda aquí —Rani respondió orgullosa.

Scar le sonrió de vuelta con el ceño fruncido.

—Esa es mi niña.

Los DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora