CAPITULO 18: LOS OJOS DE LA DESGRACIA 1

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Mi primer recuerdo es frío, mucho frío todo estaba obscuro y sentía dolor en todo el cuerpo, solo las sensaciones estaban presentes y las recuerdo como una película muda, después una sensación cálida, que hizo a mi corazón latir rítmicamente, aun todo era obscuro ... y doloroso, pero podía respirar mejor. Finalmente abrí los ojos y vi la brillante luna llena acompañada de millones de estrellas que cubrían el cielo, mi primera imagen del mundo, todo visto a través de un enorme circulo de tierra, ahora sé que en realidad estaba en el interior de un volcán, de alguna manera algo me saco de ahí, una presencia cálida que permanecía a mi lado y me provocaba inquietud cuando se iba. Un animal alado llevo la canasta en la que estaba por los cielos y me dejo frente a un enorme edificio, en ese momento se veía solo como algo grande y borroso, hacia frío y el cielo estaba nublado.

Abrieron la puerta y se asomó un niño pequeño.

-Hermana Azucena! ¡Hermana Azucena! - Grito el niño provocando dolor en mis oídos, comencé a llorar.

- que está pasando aquí!?- Salió una joven vestida de negro que al verme sonrió dulcemente mientras sus ojos brillaban por las lágrimas que los cubrían.

-Hermana, ¿él tampoco tiene papas? - pregunto el pequeño tristemente

-los tiene, pero aun no los encuentra-dijo tragándose las lágrimas. – Mira que par de ojos más hermosos tienes, nunca había visto un color así, seguro encontraremos a tus padres pronto.

Pero eso nunca pasó, la hermana azucena me cuido hasta que cumplí 3 años, fue tan dulce y cálida como un ser humano es capaz de ser, Junto a los otros niños abandonados amábamos su presencia, nos ponían nombres según el día que fuimos recogidos por el orfanato, pero a mí me nombraron Esteban porque según la hermana había ganado una guerra para llegar ahí, era demasiado pequeño y malnutrido.  Varios fueron adoptados rápidamente, pero a mi apenas me veían se daban la vuelta, era mejor así, prefería a la hermana Azucena después de todo.

Pero esa paz no duro mucho tiempo, la hermana Azucena murió durante un viaje a la catedral y el orfanato quedo abandonado, después de todo era un lugar pequeño, otros lugares se hicieron cargo de que los niños fueran adoptados rápidamente, todos excepto yo. Sin siquiera haber cumplido 4 años me quede solo en aquel gran edificio antes lleno de gritos alegres y juguetes viejos que ahora ni siquiera tenía vidrios en algunas ventanas, poco a poco se olvidaron de mi. El pan duro que estaba guardado en la alacena se terminó, el agua sabia extraño. Tuve que salir a las calles a buscar comida. Algunos perros callejeros simpatizaban conmigo y me llevaban lo que sacaban de la basura, el hambre ya no me permitía distinguir sabores u olores, todo lo que tuviera un ligero sabor a sal o azúcar era bien recibido, huesos roídos, pan enmohecido, frutas avinagradas y blandas, todo.Pero, el invierno llego con su crueldad implacable.

 Una mañana desperté con un gélido viento que hacia doler la piel,   vi que  aquellos amigos inseparables tenían sus cuerpos rígidos cubriéndome, protegiéndome del frió. los movía desesperadamente sin saber lo que ocurría, no despertaban, sentí como mi corazón se comprimía y mi garganta se cerraba, mis manos aun cálidas hacían que sus cuerpos se sintieran intensamente fríos,  rápidamente fui a buscar algo de agua y comida, tome sin pedir la carne de un puesto y me persiguieron lanzándome piedras, pero pude escapar. puse el troso de carne frente a ellos esperando que el olor los despertara ... nada, incline la botella de agua en sus osicos para que bebieran ... nada ... finalmente entendí que ya no despertarían, silenciosas lagrimas salían de mis ojos mientras que justo al lado sonaban los apresurados pasos de la gente.

Cumplí 5 años y aún seguía en las calles, la gente del lugar me miraba con desprecio y cubrían sus narices cuando pasaban a mi lado, algunos niños me sonreían pero los adultos de inmediato los reprendían, busque trabajar por comida pero siempre terminaban golpeándome por hacer las cosas muy lento, decidí que lo mejor era volver de donde había llegado, a lo lejos se vislumbraba el volcán del que sospechaba había llegado, algo me llamaba hacia el.  Me adentre en un denso bosque y recibí la amabilidad de los animales "salvajes" que no recibí en mucho tiempo de los humanos, mi temperatura corporal parecía ser útil, le gustaba mucho a casi todos durante el invierno, nunca me falto compañía para dormir, ya sea de osos o venados siempre recibía cobijo en cualquier lugar. Conforme iba llegando al volcán más animales se unían a mi trayecto, de nuevo vivía pacíficamente alejado de la civilización ...hasta que.

El ultimo NahualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora