Capítulo 13

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Pierdo el equilibrio y caigo sobre el mullido césped del jardín trasero, derramando el contenido de mi vaso

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Pierdo el equilibrio y caigo sobre el mullido césped del jardín trasero, derramando el contenido de mi vaso.

―Mierda, ahora tendré que volver y servirme otro.

Intento incorporarme, pero mi cabeza comienza a dar vueltas y tropiezo con mis propios pies, cayendo al suelo de nuevo. La música sigue sonando y escucho el barullo de la gente en el interior de la casa, como es evidente nadie saldría con el frío que está haciendo.

―Me parece que has bebido demasiado, lindura.

Levanto la cabeza al escuchar una voz desconocida, dándome cuenta de que no estoy realmente sola. Escaneo con cautela al chico que tengo delante, y este sonríe ampliamente cuando ve que ha captado mi atención.

―Te equivocas. ―Coloco las manos en el suelo para coger impulso e incorporarme, pero solo consigo caer de manera patética al suelo, otra vez.

El desconocido suelta una carcajada.

―A mí no me engañas, ni siquiera te mantienes en pie ―dice, socarrón―. Si me dejas ayudarte podría hacer que tu noche acabe de manera... maravillosa. ―Sus labios se curvan en una sonrisa ladina.

Me froto los ojos para mejorar un poco mi visión.

―No, gracias ―suelto, firme―. Estoy muy bien aquí sola.

De forma repentina me agarra del brazo, haciendo que me incorpore, y me atrae hacia él provocando que nuestros rostros queden muy cerca el uno del otro, incomodándome de inmediato.

―No te hagas rogar, lindura ―me susurra cerca del oído provocando que un desagradable escalofrío recorra mi columna vertebral.

Lo empujo e intento zafarme de su agarre. Sin embargo, lo único que consigo es que me acerque más, y su aliento apestando a alcohol llega a mis fosas nasales.

―Déjame ir ―pido subiendo el tono de mi voz.

Sin entender muy bien que es lo que ha pasado, me suelta de manera repentina con una mueca de dolor en su rostro, haciendo que pierda el equilibrio, pero por suerte aterrizo sobre algo cálido que hace que me mantenga en pie.

―¿Qué coño ha sido eso? ―masculla agarrándose su adolorida muñeca.

Unas manos me agarran con delicadeza de los hombros, haciendo que su calor su impregne en mi fría piel.

―Digamos que ha sido un aviso. ―Escucho una voz familiar a mis espaldas―. Si vuelves a intentar poner una mano sobre ella, el dolor de tu muñeca será lo último de lo que te preocuparás está noche.

―Vale tío, no sabía que venía acompañada ―habla algo descolocado―. No quiero problemas.

Sin implorar nada más se aleja, sin darnos la espalda, hasta que entra en el interior de la casa y desaparece de nuestra vista.

¿Qué le ha pasado a mi gato?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora