Capítulo 11

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Arrastro mis ojos hasta el reloj que cuelga en la pared de mi habitación

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Arrastro mis ojos hasta el reloj que cuelga en la pared de mi habitación. La tarde pasó demasiado deprisa para mi gusto, y siendo sincera no quiero que llegue el día de mañana.

Las vacaciones de navidad finalizan hoy, lo que quiere decir que las clases empiezan mañana. Y no quiero enfrentarme a mis profesores, y menos a mis compañeros.

No me atreví a responder a los múltiples mensajes que Lindsay me había enviado implorándome cual era el motivo por el que me había ausentado de la fiesta, y si me encontraba bien. Evidentemente no iba a decirle que el motivo era que me había intentado suicidar.

Me dejo caer sobre la cama y analizo con detenimiento el techo de mi cuarto. Quisiera o no, mañana tendría que lidiar con ella.

―Elizabeth ―Me incorporo visualizando a mi madre apoyada sobre el marco de la puerta―. Deberías acostarte ya, es tarde ―musita con voz adormilada.

―Mamá ¿los profesores no habrán dicho nada sobre el tema?

Muy a mi pesar, mi madre había tenido que mandar un informe sobre mi incidente al instituto, y el miedo que siento porque esa información se filtre y llegue a oídos de mis compañeros no deja de carcomerme por dentro.

―No te preocupes ―señala con voz dulce―. Les pedí expresamente que llevaran el tema con discreción, ya sabes lo que te ha dicho el psicólogo. Cuantas menos situaciones conflictivas sucedan a tu alrededor, mejor.

No puedo evitar soltar un sonoro suspiro. Lo único que suprimiría de estas pasadas vacaciones serían las numerosas visitas al psicólogo y sus continuos interrogatorios sobre mi vida. Pero es normal que me asignaran uno, al fin y al cabo, había atentado contra mi vida.

―Será mejor que descanses, si no mañana no podrás tenerte en pie.

Asiento en silencio.

―Buenas noches ―dice antes de desaparecer tras la puerta.

Apago la luz y me vuelvo a recostar, tapándome con las suaves sábanas y acurrucándome contra la almohada. Cierro los ojos intentando conciliar el sueño, e intento buscar la postura más cómoda para lograr dormirme. Sin embargo, a mi pesar no lo consigo, y lanzo el búho de peluche de Miriam, frustrada.

<<Maldita sea Elizabeth, duérmete de una vez>>.

Me siento sobre el colchón, observando como los rayos de la luna se cuelan tímidamente por el vidrio de mi ventana, iluminando suavemente la estancia.

Mis pies hacen contacto con el frío suelo y aprovechando la nocturna iluminación, ando a tientas por la habitación hasta dar con el pomo de la puerta.

El pasillo está prácticamente a oscuras y el silencio está tan presente, que un simple alfiler cayendo al suelo resonaría por todo el lugar. Teniendo cuidado de no tropezar entre la oscuridad, avanzo a paso lento y bajo por las escaleras al mismo ritmo.

¿Qué le ha pasado a mi gato?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora