Capítulo 2.

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                      Rendirse

                      •Rendirse•

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Llegué a pensar que teníamos un ángel guardián. Mamá antes de morir, solía decirme que los ángeles y hadas existían, inclusive que había una especie de hada llamada Limberems, estás pequeñas cuidaban de ti y por las noches retiraban de tu cuerpo cualquier rastro de maldad y cansancio.

En muchas ocasiones me quedaba en vela  en busca de esas creaturas, y en el fondo, deseaba que fuesen reales. Pensar en esa fantasía mantenía mi mente distraída de mi dolor. Había la suficiente ansiedad en mi sistema como para romperme, como para entrar a un punto sin retorno en mi mente, quizás la locura era mi única salida, y me aterraba que fuese así, libertad, olvidé como se sentía, olvidé como es que las gotas de lluvia recorrieran tu cuerpo, olvidé la sensación de que el sol bronceara tu piel por no usar bloqueador, deseaba sentir algo más que encierro, algo más que desesperación y agonía.
A veces me preguntaba si algún día me dejarían ir, ellos algún día envejecerían, enfermarían y serían débiles, ¿entonces, ¿Llegaría a ser libre? Tantas ocasiones fallidas de escape, tantos horribles castigos que mi cuerpo terminaba no soportando, estaba tan acostumbrada al dolor, pero tan ajena a el.   Sabía que tenía que abrir los ojos, sabía que debía despertar de mi mundo interior en donde nadie podía dañarme.
La luz del día entraba por la pequeña ventana. 

Estaba sobre mi única superficie de descanso, un viejo colchón, una sábana fría cubría mi cuerpo desnudo y magullado, me incorporé con cuidado haciendo puños mis manos. Respiré profundo aguantando un sollozo atorado en lo profundo de mi ser. Mi pierna derecha dolía más que la izquierda, líneas rojizas que pronto se volvería violeta envolvían mis muñecas.  Gemí de dolor al querer tocar una de las quemaduras que dejó la colilla de cigarrillo alrededor de mi clavícula. Pensé que está vez sería distinto, pensé que el señor Vögel cuidaría de mí, cuidaría lo que ese hombre robusto siempre provocaba en mi cuerpo. Pero no fue así, lo habían vuelto a hacer, las veces que quisieron cada uno, estaba realmente  cansada, no sabía cuánto más podría resistir. Me arrastré hasta la esquina de la cama, me apoyé en ella usando todas mis fuerzas para llegar al baño. Abrí la regadera haciendo que el agua fría recorriera mi cuerpo, pocas veces él me dejaba bañarme con agua caliente, pocas veces sentía calor.  Limpié mi piel  tratando de no tocar las heridas y hematomas. Cerré mis ojos cuando vi pequeños rastros de sangre escurrirse entre mis piernas.
Los cardenales dolerían, había agotado la única pomada que Rixton me regaló en mi cumpleaños número dieciocho. Cepillé mi cabello lo mejor que pude, el largo me molestaba, antes gozaba de brillo y fuerza, ahora la Malena estaba ceniza, sin vida, débil.  Me coloqué un vestido gris, la mayoría eran cortos, lo único diferente en este es que tenía mangas hasta los codos. Andaba descalza, tenía solo un par de zapatos, pero a veces prefería no usarlos para evitar desgastarlos, principalmente en verano. Ya que en invierno el piso era muy frío, y ellos eran mi único soporte.

ALPHA IKENDER +21©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora