Capítulo uno

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01- La abuela murió

Louis Weasley jamás pensó que había algo remotamente parecido a un Paraíso para muertos

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Louis Weasley jamás pensó que había algo remotamente parecido a un Paraíso para muertos. Los magos no estaban ligados a una religión concreta, quizá lo más cercano fuera lo pagano, pero tampoco era que él pusiera interés en aquello.

Cuando Drake Thomas murió, Louis esperó que estuviera en un lugar mejor, pero no pensó que tuviera alas, un aro dorado sobre su cabeza y una arpa divina. Aquello ya sería mucho dibujito. La pregunta de dónde irían las almas de los fallecidos no había pasado por su mente en aquel entonces.

Tampoco ocurría en ese momento.

En realidad, su mente estaba en blanco, repitiendo las mismas tres palabras desde hacía una hora: «La abuela murió».

Fue una sensación extraña. No era capaz de sentir nada, ni siquiera había llorado. Estaba sentado en el césped, mirando el lugar donde había encontrado el cadáver de su abuela, y con una tranquilidad que no venía al caso en ese momento. Podía escuchar a su padre hablando con los medimagos y a su abuelo llorando, pero de una manera distorsionada. Se sentía lejos de su cuerpo.

Louis quería a su familia, mucho, a su abuela en especial, tal vez porque ella había tenido un aura tan lleno de pureza y cariño que era imposible no quererla, no sentirse querido a su lado. Después del suicidio de Drake, Louis buscó amor en esa dulce ancianita, quien se lo dio sin tener que obligarla por sus encantos Veelas. Sin embargo, había muerto, y estaba solo. De nuevo.

Louis fue el que la encontró. Había ido a la Madriguera, esperando encontrarse con su abuelo para preguntarle algo relacionado con el Ministerio; en ese momento, no podía recordar lo que quería. Llamó al entrar, pero nadie respondió. Capaz su abuelo seguía en el trabajo, podía esperarlo tomando el té con su abuela. La llamó, una, dos y tres veces, pero ella no respondía. Louis consideró la idea que estuviera tomando la siesta y estaba a punto de irse.

No supo por qué fue al jardín. No tuvo un presentimiento extraño, no le pasó por la cabeza que algo andaba mal como el día en el que Drake se mató. Igualmente fue al jardín, tal vez la abuela estaba allí y no lo había escuchado. Tenía noventa años, ya estaba llegando a la vejez para un mago; su audición no era la misma. Recordó haber visto el té servido en la mesa, frío, sin tomar, pero no lo vio raro, y siguió avanzando hacia el jardín.

Por un momento, no entendió que estaba pasando. Sí, su abuela estaba tirada en el césped. Sí, no se movía. Sí, no era una situación en la que esperaba encontrarla. Aun así, no le pasó por su cabeza que había muerto. La realidad era que nunca se había imaginado que su abuela podía morir. Por supuesto que entendía que no era inmortal, pero la simple idea de que su abuela pudiera marcharse... Prefería no pensar en eso.

Así que se había quedado ahí parado, mirando el cuerpo de su abuela, quien tenía una expresión pacífica en la cara. «Está durmiendo», se dijo y rio. «No puedo creer que se haya quedado dormida en el pasto». Entonces la cruda realidad le cayó como agua fría.

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