Capítulo diez

919 103 104
                                        

10- La noticia

—¡Espera! ¡Espera! Tengo otra

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Espera! ¡Espera! Tengo otra.

Roxanne sacudió sus manos con frenesí, sintiéndose terriblemente nerviosa. Estuvo parada menos de un minuto, pero volvió a sentarse en el suelo cuando notó que sus piernas fallaban. Estaba segura que hacía más de una semana no las usaba.

Le vendría genial dar un par de vueltas en ese cubículo que tenía por celda para relajarse, pero como no podía levantarse, no le quedó más remedio que jugar con sus manos. Un Auror le dijo la tarde anterior que aquel día vendría un abogado a hablar con ella, y Roxanne no podría imaginar de qué, sobre todo porque ni siquiera tenía abogado.

—Escucha, ¿eh? ¿Cómo queda un mago después de comer?

No estaba segura de a qué hora llegaría el supuesto abogado. De hecho, Roxanne no era consciente de qué hora era o cuánto tiempo pasó desde que vio la luz del sol. Había momentos en el que ni siquiera sabía quién era ella. Más de una vez se encontró gritando en medio de la oscuridad, rasguñando el piso con sus uñas, deseando recordar cómo se llamaba.

Es más, con una horrible sensación, notó que se lo había olvidado.

—¡Magordito! ¿Entiendes? ¿Cómo queda un mago después de comer? ¡Más gordito! ¡Ma-gordito! ¿No es gracioso?

Con desespero, se arrastró hacia su cama y se fijó en el mueble. Unos meses atrás, cuando había pasado más de dos semanas sin recordar cómo se llamaba, al hacerlo utilizó sus uñas para escribir parte de su nombre en la madera, esperando que así resultara más fácil recordarla.

Se leían tres letras mal hechas e incluso quedaban un par de gotas de sangre. «Rox». Ella lo repitió una y otra vez en voz baja, esperando que el nombre completo le viniera a la mente.

—¡Roxanne! ¿Me estás escuchando?

Roxanne. Sí, aquel era su nombre. No podía olvidar su nombre, no cuando era lo único de lo que se acordaba de su persona.

—Roxanne, Roxxie, Rox. ¡Roxanne!

—¡Cállate! —exclamó ella, apretando sus orejas con fuerza. Un hilo de sangre salió de la oreja izquierda—. ¡Cállate! ¡Cállate, Fred!

Al girar la cabeza, se encontró con un hombre de veintitantos años, quien se cruzaba de brazos y hacía puchero con los labios. Tenía el cabello de un pelirrojo oscuro, los ojos celestes apagado y había polvo blanco en su barbilla. Miraba a Roxanne con molestia mientras ella solo deseaba que desapareciera.

—Así no se tratan a los hermanos, Rox —se quejó el fantasma, la visión o alucinación de Roxanne. Ella no estaba segura—. Ni siquiera te reíste de mi chiste.

Hacía un tiempo, cuando ella se enteró que su primo había ascendido como Ministro de Magia, había empezado —como otros criminales de menor rango— a recibir terapias, en un intento de no perder la cordura y consumirse en la depresión. Si Hugo lo hizo para contentar al público o demostrar de manera indirecta un cariño familiar, Roxanne no lo sabía, pero aquello ayudó a su mente en cierto grado. Por supuesto, Fred, quien estaba con ella desde que había estado dos en años en Azkaban, no se iba.

Dark PresentDonde viven las historias. Descúbrelo ahora