Capítulo veintiocho

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28- Mamá

Tenían que regresar a Grecia, en definitiva

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Tenían que regresar a Grecia, en definitiva.

Mientras regresaban a la casa de Louis, en donde Dominique y Enid se alojaban temporalmente, ella ya estaba considerando la opción de volver a Atenas, pensando qué era lo mejor para su hijo. Enid estaba feliz, en realidad, de conocer a más personas de su familia y se había llevado bastante bien con Serpens, el hijo de Rose.

Aun así, con las circunstancias en las que se encontraban, era mejor volver a Grecia. Dominique quería a sus hermanos y primos, por supuesto que sí, pero las cosas que hicieron, los pecados que cometieron en el pasado... Era demasiado. Desde aquella noche, no pudo dormir con solo pensar que estaba bajo el mismo techo con alguien que había provocado el suicidio de una persona inocente. Y ni hablar de los demás.

Dominique no creía que ella tampoco quedara fuera de todo eso. Había hecho cosas mal, había cometido errores, pero podía lidiar solo con sus problemas. Si sumaba los problemas de sus familiares, se ahogaría. Era cuestión de tiempo para que todo se viniera abajo y el caos empezó con la muerte de su abuela. Dominique necesitaba poner a su hijo lejos de todo eso.

Louis abrió la puerta de la casa con la llave, haciéndose a un lado para dejar a entrar a Enid. Dominique lo siguió, dejando que su hermano cerrara la puerta. Enid se veía cansado y ligeramente afligido, y Dominique se sintió culpable por llevarlo al funeral, pero no iba a permitir que se quedara solo en la casa.

—¿Por qué no vas a dormir? —propuso ella, acariciándole el cabello—. Te despertaré cuando esté la cena.

Enid asintió, dirigiéndose hacia el pasillo que llevaba a la habitación de invitados. Dominique dejó escapar un suspiro entristecido, no era de aquella manera como quería que su hijo conociera a la familia.

—Prepararé café. ¿Quieres? —le preguntó Louis, yendo hacia la cocina.

—Está bien.

Dominique lo siguió y se sentó en la mesa, quitándose mientras el chaleco que traía encima, dejándolo en el respaldo de la silla. Louis, en cambio, seguía con su traje. Hervía el agua con un aire ausente y la cara seria.

Todo se sentía de cierta manera diferente. Dominique tenía el presentimiento de que las cosas ya no serían las mismas. La noche de la pijamada aportó su granito de arena, pero el funeral de su abuela fue la gota que colmó el vaso. Ir a Grecia no sonaba como un mal plan.

Nadie habló mientras Louis preparaba las dos tazas de café. Dominique sintió un estremecimiento recorrer su espalda y apartó la vista de su hermano, divagando los ojos por la cocina. Se preguntó en qué momento había llegado al punto en el que ni siquiera podía tener una conversación con su hermano.

Ella miraba ensimismada la botella de agua fría que se encontraba sobre la mesa, de tal modo que Louis debió darle un pequeño empujón en el brazo para que notara la taza delante de ella. Él se sentó en la silla de al frente, con su propia taza, y le pasó el azucarero.

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