Capítulo veinte

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20- Quinque denutum

Albus había sido uno de los primeros en llegar a la casa de sus abuelos, no porque estuviera entusiasmado con la idea, sino porque tanto él como Lily ya no aguantaban la tensión que había en la casa de su padre

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Albus había sido uno de los primeros en llegar a la casa de sus abuelos, no porque estuviera entusiasmado con la idea, sino porque tanto él como Lily ya no aguantaban la tensión que había en la casa de su padre. Por supuesto que sabían que, de igual manera, iba a haberlo en la Madriguera, pero sería más soportable que estar en un silencio incómodo con su padre.

Se suponía que todos debían estar a las seis de la tarde, pero Lucy, Roxanne y Louis llegaron a las siete y media, y aun así nadie les dijo nada. Los tres siempre fueron los más impuntuales, así que era algo sabido, como el hecho de que claramente Victoire y Molly fueron las primeras en llegar. Cuando Albus y Lily llegaron, solo estaban ellas, James, Dominique y Rose. Hugo llegó poco después.

A ser sinceros, Albus no estaba seguro que pretendía su abuela desde el más allá con aquella pijamada. Por lo que contaron Victoire y Molly, su abuelo había estado ahí y fue él quien las recibió, confesó saber sobre el plan de su esposa, pero ignoraba la razón. Se había ido a la casa del tío Bill antes que los demás llegaran. Había oído que no dormía en la Madriguera desde la muerte de su esposa.

Si su abuela esperaba que estuvieran todos juntos y alegres, estaría muy decepcionada, porque ya eran las nueve de la noche y apenas habían intercambiado diálogos. Estaban en el jardín, alrededor de una larga mesa, y la única vez que se mostraron sonrientes fue cuando Lily y Hugo llevaron las pizzas que la primera había preparado, y aquello durante un breve instante.

La pizza estaba deliciosa, lo que dejaba que desear era la compañía. Albus tomó otra porción mientras repasaba con la mirada el granero de la Madriguera como si fuera la cosa más interesante que hubiera visto jamás.

Albus no se sentía incómodo, pero sí agobiado. No había sido difícil antes hablar. Cuando eran más jóvenes, las conversaciones salían espontáneamente, incluso Albus podría hablar con más de tres a la vez, aunque los temas no fueran los mismos. Pero ya había preguntado por el trabajo, la vida y la familia, y se le habían acabado las preguntas.

—¿Saben cuántas posibilidades hay de que un mago muera por un paro cardíaco? —preguntó Dominique de la nada.

—Realmente, no me apetece hablar sobre la muerte de la abuela, Dominique —contestó James, haciendo una mueca.

—Solo digo —dijo ella, encogiéndose de hombros. Pero poco después, agregó:—. Dos por ciento. De cien magos, dos personas pueden morir de paro cardíaco. Las defensas mágicas lo impiden y, si sucede alguna vez, es en magos con antecedentes muggles. La abuela era Sangre pura, hija de Sangre pura, nieta de Sangre pura.

—¿A dónde quieres llegar? —suspiró Molly—. ¿Dices que fue un asesinato?

—Los Aurores no encontraron nada que indicara que fue un asesinato —informó Hugo—. Y los medimagos confirmaron que fue una muerte natural.

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