Los cuentos de hadas siempre fueron mejores que la vida real. Eso bien lo sabían los primos Weasley, quienes por años intentaron aparentar tener una vida feliz, como todos esperaban. Entre sonrisas fingidas lograron su cometido por décadas, hasta qu...
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Hogareña era la palabra clave para describir la casa que se encontraba frente de él. Tenía un jardín delantero, con algunas flores y piedras para decorar, con un pequeño caminito que iba hasta la tarima de la casa, la cual tenía dos sillas, bajo unas lámparas. Era una casa de un solo piso, con chimenea incluida y construida con madera.
El lugar era tranquilo, a las afueras de Wiltshire. La Avenida Bowtruckle era un barrio para magos, con unas veinte casas formando el complejo, todas con su propio toque humilde. La mayoría de los vecinos eran personas de la tercera edad y alguna que otra familia; los que vivían en la casa de al lado tenían unos mellizos, que aparentaban la misma edad que Charlotte.
James suspiró, todavía contemplando la casa que tenía adelante. En todos estos años, nunca pensó que volvería al mundo mágico. Mudarse a un barrio ocupado por magos era dar un gran paso. Sin embargo, sabía que era lo correcto, en primer lugar, porque su antigua casa tenía muchos recuerdos de Samantha y tras seis años, era hora de dejarlo pasar; en segundo lugar, Charlotte quería saber más sobre su herencia mágica.
Debía agradecer, aunque a regañadientes, su influencia en el mundo mágico, porque de esa manera en cuestión de días pudo mudarse a la casa en la Avenida Bowtruckle. Rose le había comentado que había un lugar en venta, que quedaba a unos cien metros de su mansión.
—Supongo que hay que agradecer que los periodistas no están —comentó Rose, situándose a su lado.
—Deben estar preparándose para mañana —dijo James.
Él no sabía si la tensión entre ambos se debía a lo que había ocurrido cuando eran adolescentes o por lo que sucedería al día siguiente.
Le había costado muchísimo el poder hablar con Rose. Tras confesar su secreto y que ella se haya ido, James fue a buscarla, intentando mantener una charla y explicarse. Al principio, su prima no quiso escucharlo, y estaba dividida entre alejarse lo más posible de él y darle golpes en el pecho. Luego, se había echado a llorar y buscó refugió en los brazos de su primo.
Cuando se calmó, le pidió disculpas por haberle abofeteado y le pidió que nunca más volviera a mencionar el tema. James, quien no sabía qué debía decir a continuación, se quedó en silencio hasta que le comentó, como quien no quería la cosa, que pensaba regresar al mundo mágico. Rose, a la vez que se sorbía la nariz, le dijo que conocía a una casa para él y Charlotte.
De aquello habían pasado unos cuantos días, en los cuales Rose y él se habían reunido con la señorita Savanna Reed, la encargada de mostrarle la casa. La mujer era toda sonrisas, a diferencia de los primos, que estaban serios y separados por unos metros de distancia.
—¡Papi! ¡Papi! —exclamó Charlotte, saliendo de la casa y corriendo hacia él—. ¡Amo la casa! ¿Es nuestra?
—Sí, cariño, es nuestra —confirmó James. Él la tomó en sus brazos y la alzó, le sacudió un poco el cabello castaño—. Ahora, te quedarás un rato con tu tía Rose, ¿está bien, cariño?