CAPITULO 12:

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Al otro día, desperté más tarde de lo que acostumbraba. Me había quedado levantado hasta muy tarde, dibujando de nuevo, y el tiempo se había pasado. Ahora casi a las siete treinta, delante de la ventana, con la luz del sol entrando, y enfocando mi nuevo trabajo, podía obviar el hecho de que había dormido poco.

No era por presumir, pero hasta ahora, era la mejor obra maestra que había hecho. Una mujer contemplando el horizonte, con una palomita en su hombro. Los cabellos cortos. ¿El nombre de mi musa?

Marian.

Con este ya se sumaban dos

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Con este ya se sumaban dos. El que había hecho después de volver de la discoteca había sido el primero. Limpié unas motas de polvo de la hoja, y miré mi mano llena de carboncillo, antes de guardarlo con los otros, donde nadie los viera. Se me hacía tarde para ir al trabajo y reunirme por video llamada con los empresarios de Taiwán. No había desayunado y hoy me tocaba afeitada.

Ordené todo dentro del cuarto, y me dispuse a ello. Tenía la carga un poco más liviana, con Julieta, teniendo a Marian de regreso. Me miré delante del espejo del baño, sin esconder una sonrisa.

Ella seguía conmigo.

La sonrisa se desvaneció un poco al pensar en que era incierto, el tiempo que se quedara con nosotros. Podían ser días, semanas. Ojalá meses o años. Estaba pendiendo de un hilo su cambio de opinión. No podía permitir por ningún motivo, que algo la hiciera desistir y se marchara de nuevo. Julieta no lo soportaría otra vez. Y francamente yo tampoco.

Decidí olvidar eso solo por un rato, bajo el agua caliente.



Cuando salí del cuarto a desayunar, eran casi las ocho, y Julieta salía del cuarto de su niñera, muy sonriente y con dirección a las escalas.

--¡Hola papi!—me dio un abrazo, antes de empezar a bajar.

--amaneces hoy inusualmente feliz—se detuvo

--Sí. Es que mami se va conmigo al colegio, y nos veremos hasta en los recreos. ¿No te parece genial?—sonreí.

--En tanto te cuide bien a ti, eso me deja tranquilo a mí—rodó los ojos.

--disimula más o vomitarás corazones—se devolvió a darme otro abrazo—y mira el peinado que me hizo. Por fin todo volvió a la normalidad—se perdió en el primer piso.

Pensé dos veces si bajaba o me asomaba por su cuarto. La última ganó más peso. Me acerqué a la puerta, escuchando un poco de música en el interior, y alguien tarareando la melodía. No parecía haber nadie en él. La cama hecha, la ropa sucia en el balde de la colada, y unas sandalias de tacón junto a la puerta.

--¿no hay nadie?—pregunté.

--en el baño. Voy en un segundo—cuando me acerqué a este, ella estaba sentada delante del espejo, pasándose la plancha por el cabello.

POR SIEMPRE MÍA. L2 DE LA SERIE "SIN ESPERARTE"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora