CAPITULO 20:

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--¿Lista?—la miré, ajustándome el cinturón.

Ella miraba al frente, con las manos en las piernas. No parecía muy feliz. Íbamos a testificar si el taxista era el mismo del accidente de hace unas semanas, y mientras Julieta terminaba sus clases, Marian se hacía cargo de todo. Me miró.

--No. Pero arranca. Al mal paso darle prisa—le tomé la mano.

--Si no te sientes bien, podemos decirlo a la policía. No estás obligada a hacerlo—entrelazó los dedos con los míos

--tengo que hacerlo. Por Julieta, por mí. Y si él está aliado con Magdalena, no la pienso dejar ganar. Solo... tengo que armarme de valor—tomó aire.

--de acuerdo. Y te prometo que todo esto se resolverá. Presionaré, atraparan a esos imbéciles, y podrás estar más tranquila—le acaricié la mejilla. Me sonrió con debilidad, y volvió a tomarme la mano, queriendo que le diera seguridad.

Puse el auto en marcha. Habían pasado ya varios días, de la mentira de papá y de lo que yo la había hecho sentir esa noche. No había vuelto a preguntarme del tema, pero sabía que tenía sus dudas, se lo notaba en las miradas. Esta mañana la habían llamado de la central de policías, para informar que era necesario su presencia allá, para identificar al responsable de intento de secuestro. Estaba aterrada. Se lo veía en el rostro. Y aunque yo lo quisiera con todas mis fuerzas, sabía que no podía entrar con ella, para darle seguridad. Avanzamos todo el trayecto en silencio, solo la radio sonando. Mi mano descansaba en sus rodillas, excepto cuando tenía que mover algo al auto. Decidí ponerle otro tema de conversación para que estuviese más tranquila.

--¿ya seleccionaron el menú?—volvió en sí, mirándome solo un segundo.

--Ah... sí, sí. Caro ya lo eligió. Cinco platos. No sé para qué tanta excentricidad, pero ella es así. No quedó contenta con los cintillos, porque los hicieron del color que no era... o eso dijo ella—aparqué en la estación de policía.

--¿no le estabas prestando atención?—miró a la entrada, con sus dientes lastimando el labio inferior—ey—la toqué en el hombro y ella dio un bote.

--perdón... perdón, no... sabía que me habías hablado—bajé del auto, y di la vuelta para abrir su lado.

Apretó el asiento. Me acuclillé frente a ella.

--¿Qué pasa?—hice que me mirara.

--temo que me reconozca. O que incluso no sea el, y siga suelto—le tomé las manos.

--no tienes que hacerlo. Ellos entenderán—me miró dudosa.

--Si no colaboro, se hará más lenta la tarea y no atraparán a los responsables—

--¿y que te ganas con que sea rápido, si vas a estar así? Pareces un flan. Puedo pedirle a mi abogado, que ahora te representa a ti, que mande las fotografías de los sospechosos y tú lo reconoces, sin estar presente—negó.

--tengo que acabar con esta mierda de una vez—bajó del puesto—no soy una mocosa de diez años—se apoyó en la puerta cerrada.

--entonces vamos—me aferró del brazo mientras caminábamos muy lento—yo te acompaño hasta donde me lo permitan. ¿De acuerdo?—inhaló de forma temblorosa, y asintió con los ojos cerrados—nadie te hará daño—la rodeé con el brazo por los hombros, atrayéndola a mí—siempre te voy a proteger—se recostó en mí, dejándose guiar al interior de la estación.

Nerviosa dejó que le tomaran los datos y nos pidieron esperar a la llegada de la oficial a cargo del caso. A nuestro alrededor habían más personas esperando. Algunas mujeres golpeadas en el rostro, otras llorando. Quizás porque un gilipollas las había maltratado. La miré, con un gorrito en la cabeza. Le acaricié los cabellos con cariño. No dejaba de retorcer sus dedos, muy nerviosa.

POR SIEMPRE MÍA. L2 DE LA SERIE "SIN ESPERARTE"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora