CAPITULO 64:

897 63 17
                                    

Volví a entrar a la casa, mirando al mayordomo.

--Roberto, necesito que me hagas un favor—me miró con las mejillas sonrojadas.

--Llama a mi secretaria, y pídele que cancele todas mis reuniones para hoy. Tuve que salir de urgencia—afirmó—y lo que acaba de pasar...—tragó saliva—ni una palabra de esto. Voy a ir por Marian—

Julieta bajó las escalas, en pijama.

Hoy no tenía colegio.

--¿A dónde vas, papá? ¿Y dónde está mami? No la encuentro en su cuarto—

--¿Tu mami? Rézale a Dios por ella, porque cuando la encuentre, la traeré amarrada en el auto por terca—abrió los ojos todo lo que pudo

--Creo que mejor rezo por ti. Conociendo a mami, será ella la que te traiga atado a casa, pero en la maleta—se carcajeó.

Y lo peor era que tenía razón.

Me despedí de ella, dejando que le prepararan el desayuno. Subí al Audi A3, encendiéndolo a toda máquina, y poniendo el teléfono en altavoz, mientras llamaba a mi abogado.

--Charles, buenos días—

--Arthur, no tengo mucho tiempo. Necesito ya mismo que saques un permiso para yo entrar a la cárcel de Los Ángeles. No sé cómo hizo, pero Marian tiene uno y se fue a ver a la rata de Maxwell—

--¡¿Qué?! Es peligroso. ¿Cómo se le ocurrió? ¿Y cómo la dejaste ir tú?—

--Intenta detenerla si puedes. Es más peligrosa que cualquier criminal. Se escapa por cualquier sitio. Lo de ser chiquito y peligroso si es verdad—comenzó a reír— ¡Deja de burlarte y consígueme el maldito papel!—

--Lo siento. Ya mismo—corté.

Si tenía suerte, cuando llegara, estaría aun en las requisas y no permitiría que entrara. Así me la llevara al hombro, frente a la mirada de toda la policía, no dejaría que viera a ese animal.



Una hora y diez minutos más tarde, por culpa de un atasco, conseguí llegar. Y mientras esperaba en el tráfico, mi abogado pudo obtener el permiso, ya enviado a la policía. Cuando llegara, solo tendría que mostrar mi identificación, dejarme requisar, y podría ir hasta las salas de visita.

Aparqué, hecho una furia y en un dos por tres, me permitieron la entrada, con otras personas. Hoy era día de visitas. Cualquiera con un permiso podría entrar. Dejé que dos oficiales me revisaran al completo, incluso con un perro que buscara que no llevara drogas. Cuando me dieron vía libre, le pregunté a uno de los oficiales, por la sala de visitas, y él me señaló un pasillo, cerca de los baños. Cuando iba entrando, lo vi sujetarla a ella de la mandíbula, en unas bancas del fondo.

¡Hijo de puta!

Alerté a los oficiales y corrí con ellos a donde estaban, cuando él le dio una bofetada.

Te voy a acabar.

Cuando se ponía de pie para golpearla más, lo agarré de la camiseta, dándole un puñetazo en la mandíbula

—No la toques—la policía lo agarró de los brazos, volviéndolo a esposar. Su nariz y labio sangrando

¿Ves lo que me obligas a hacer, cariño?

Miré a Marian, que ahora de pie, se sujetaba la mejilla, con la cara muy pálida.

— ¿Estás bien?—revisé que no tuviera más golpes.

POR SIEMPRE MÍA. L2 DE LA SERIE "SIN ESPERARTE"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora