•°Los Volkova restantes°•

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Alaria se desparramó en el sillón de Draco. El estaba frustrado. Katie Bell la estúpida Gryffindor que tocó el maldito collar. Tanto que había sido enviada a San Mungo.

—¡Tal vez no lo hiciste bien!— le reclamo.

Ella lo miro mal.

—Lo hice bien— recordó sobándose las sienes—. Pero si vas a acusarme de un estúpido fallo mejor me voy.

Se levantó sin decir nada. Al cerrar la puerta de la habitación se dirigió a la sección prohibida. Tenía que haber otra manera de matar a Dumbledore. Nadie noto su presencia. Era invisible, entró al lugar. Había leído prácticamente todo ,solo una parte en lo más recondito de la sección era la que faltaba, pero sin duda alguna ella creía que era magia mucho más oscura. Pasos sus dedos por las pastas de los libros. Hasta que uno llamo su atención, viejo y maltratado. Sonrió triunfante, lo saco de la estantería y abrió su contenido. Comenzó a leer con muchas ansias, olvidando todo por completo. Se sentó en el frío piso.

Alaria sintió un pinchazo en el corazón. Como si supiera que todo eso estaba mal. Que estaba tomando el camino de su padre según la profecía. Pero poco le importó. Tenía tantas dudas sobre su descendencia paterna. Demasiadas, era entender por qué su padre se alió con Voldemort en su tiempo. Otra interrogante fue el hechizo que su madre hizo antes de morir. El que Según Dumbledore le salvaría la vida de ser necesario. O bueno en teoría. Si bien Alaria podía ser algo dócil en algunas cosas, en otras se volvía en otra persona. Alarik le había entrenado con unos hechizos oscuros que no había en ningún libro. Se preguntaba si era una variación de estos mismos. Pero no había alguno. Finalmente la culpa se cernió sobre ella. Odiaba hacer cosas malas pero memorizaba maleficios que causaban catástrofes. Dejo de leer. Su mirada se perdió. Hasta que alguien estiró su mano frente a ella con unos pistaches.

— Sabía que estarías aquí, Alaria— dijo el viejo hombre—. ¿Harías el favor de tomar los pistaches? me duele la cadera

Alaria obedeció levantándose de inmediato, colocando el libro en su lugar.

—Es normal, Albus— bromeó Alaria—. Ciento quince años deben pasar factura...

—En eso tienes razón, Alaria— le sonrió con calma—. ¿Quieres acompañarme?

—¿Desde cuándo preguntas algo cuando ya sabes la respuesta?— alzó la ceja divertida.

—Desde que desobedeces a Severus— le dijo

—¿Se acusó contigo? ¡Maldita guacamaya!— apretó los dientes. Causando una risa en su padrino.

—Así que ya sabes utilizar tus poderes— dijo al notar que nadie se percataba de su presencia. Ella se encogió de hombros—. Me recuerdas a un chico— ella no pudo evitar posar su mirada en el—. Su nombre era Credence Barebone  — comentó con naturalidad—. El era como tú me atrevo a decir.

—¿Como yo? ¿Tenía como padrinos a los magos más poderosos de toda la historia?— cuestionó. Albus rió divertido pero negó.

—No, tampoco tenía a dos padres que lo amarán— indico. Black no pudo evitar fruncir el ceño—. Era un huérfano adoptado por una muggle que crucificaba la brujería— Alaria sintió pena por aquel muchacho—. Una mujer que lo llevo a suprimir su magia, hubo una persona, Tina Goldstein que lo salvó una vez de su madre— Si Albus quería la atención de Alaria realmente ya la tenía—. Pero su poder llamó la atención de otro mago, Gellert Grindelwald...

—Tal parece que las tradiciones siguen vivas— sonrió Alaria—. Un mago oscuro ansia a un Obscurial. Lo que me lleva a pensar de que Grindelwald también quería matarte con Credence. ¿No?

•°Obscurial°•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora