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Freddy no había podido dormir.

La noche anterior, cuando su hermano había llegado hasta las once (sumando los regaños de sus padres adoptivos y el sermón de Mary) Freddy se sintió tranquilo de que no le haya pasado nada, sin embargo, cuando fingió estar dormido y su hermanastro se dirigió a paso pesado a la cama contraría mientras en el camino dejaba un rastro de humo de cigarro supo que de verdad la había cagado.

En la mañana no fue distinto. Jamás había pensado en lo mucho que amaba esos repentinos besos de buenos días, ahora añoraba uno.

Pensó que debía de disculparse, no tenía una idea exacta de como. Mientras esperaba a que su mayor saliera de la ducha y él pudiera ir a tomar un baño, no se le había ocurrido otra cosa que no fuera pedir perdón simplemente.

Billy salió de la ducha en ropa interior como solía hacerlo. Apenas el Freeman abrió la boca, Billy se adelantó.

— No quiero escucharte —Fue lo que dijo. Aunque no es que no quisiera, sólo que no se lo merecía. Ya no quería que su novio se sintiera como una mierda cuando estaba con él.

Quería alejarse para que Freddy fuera feliz, sin importar que él se sienta vacío. En un agujero sin salida. Muerto.

Freddy, cerró la boca de inmediato, tomó su muleta, y salió rápidamente del hotel con lágrimas amenazando por salir.

A lo lejos, pudo divisar a Bowers. Tan temprano y ya jodiendo, pensó el pelinegro, corriendo (o lo que podía) llegó al callejón que se formaba del lado derecho del hotel. Estaba sólo y se sentía raro estarlo después de casi tres años.

No tenía una mejor idea que llamar a Richie.

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Richie estaba en el cobertizo de su casa, intentaba cambiarle la cadena a su bicicleta, sin embargo, quien sabía de esas cosas era Eddie. Ese chiquillo siempre supo de mecánica, tal vez había nacido con una llave inglesa en la mano, quien sabe o incluso era hijo de un robot, tampoco nos consta.

Al ver que no avanzaba ni retrocedía, se rindió. Se cuestionó si buscar al Kaspbrak pero no sé sentía confiado, quería digerir todo, si adelantaba las cosas, es probable que únicamente se hicieran incómodas.

Mejor decidió quedarse en su casa a ver algunas películas de Chaplin, eran sus películas favoritas. La que jamás se cansaba de ver era tiempos modernos, era una película adentro de otra película. Era una crítica social adentro de una historia de amor. Esa película era un arte.

Charles Chaplin era un genio y de ese pequeño pueblo, Richie Tozier era el único que lo notaba, por eso, él también era un genio. O eso le decía su padre cada vez que Richie no podía resolver una suma en el jardín de niños.

El miope preparó un gran bote de frituras y le pidió a su madre que si podía prepararle una jarra de agua de limón. Maggie asintió, extrañada.

El día anterior habían vuelto sus padres del velorio de su abuela, no había dicho ni una sola palabra y entraron silenciosos en la noche. Se acercaron a Richie y lo abrazaron con todas sus fuerzas, Richie correspondió y lloró por todo lo que había ocurrido en los brazos de sus padres hasta quedarse dormido.

— El día es hermoso, ¿No irás con tus amigos? —Preguntó la mujer.

— Estoy seguro que no irán. Un descanso de nosotros mismos no nos vendrá mal —Respondió su hijo con una gran sonrisa. Ella volvió a asentir— ¿Quieres ver la película conmigo? —Ofreció el joven, esperanzado.

Derry.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora