29. Las cosas buenas llegan a aquellos que son pacientes

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—¿Tengo que usarlos? —preguntó Yuri.

Alina agradeció al optometrista y se dirigió a su hijo.

—No son una opción. Los necesitas para leer —dijo, y Yuri suspiró. Las visitas al doctor a veces le traían recuerdos un tanto molestos, pero nada que no pudiese soportar en la actualidad. Vio que su madre ladeaba el rostro y le insistía con una seña—. ¿Y bien?

—Son lindos.

Eran de una clase de plástico transparente. A Yuri jamás se le hubiese ocurrido tener que decidir qué modelo de anteojos le parecía más bonito, y ni decir de cuáles se adaptaban a la forma de su rostro, o cuáles eran los recomendados para alguien que solo tenía astigmatismo leve y planeaba usarlos solo para poder leer o usar la portátil.

—Y te quedan muy bien —dijo su madre.

Él podía admitir eso. Había olvidado meter en el bolso algo para poder amarrarse el cabello, así que se limitó a utilizar su mano para agarrárselo mientras se veía en el espejo. Una de las trabajadoras que pasaba por allí se quedó viéndolo y le sonrió. Yuri se quitó los anteojos, se pinchó la nariz y volvió a ponérselos, resignado.

En uno de los fines de semana que había pasado con Alina, ella se encargó de programar varias visitas al médico, incluyendo un oftalmólogo. Una semana después todos los anteojos que le habían parecido decentes tenían la fórmula que necesitaba, y eso se traducía en que Yuri tenía varios anteojos de donde elegir, de marcas, colores y formas distintas.

Por otro lado, su relación con Alina no había cambiado demasiado. Ella ya no le insistía en que debía mudarse a Moscú, pero Yuri sabía que lo más probable es que siempre pensara en ello. Parecía muy ocupada en los preparativos de la boda, de todas formas. Así que Yuri se limitaba a hacerle caso de vez en cuando y en conectar su teléfono al auxiliar del automóvil, porque el gusto de su madre en música era terrible.

Cuando Yuri entró a la habitación, sonaba otro tipo de música a todo volumen y Otabek estaba acostado en su cama con los ojos cerrados. A Yuri le causó gracia y trató de no hacer ruido, pero al cabo de unos segundos Otabek abrió los ojos y sonrió como Yuri lo había visto pocas veces hacerlo, de manera tan pura y amplia que sintió que se derretía.

—¿Y esos? —preguntó Otabek mientras se incorporaba en la cama.

Yuri suspiró y lanzó el bolso al piso.

—¿Qué estás haciendo?

Otabek pareció perdido un momento y se quedó viendo a Yuri por unos segundos más antes de poder contestar.

—Mi uniforme —dijo, y luego miró a un lado de su cama, donde la camisa del mismo se encontraba estirada y con una enorme mancha azul oscuro—. Fue Leo —dijo, y al ver el rostro de Yuri y el hecho de que esa explicación al parecer no le era suficiente, continuó—: La clase estaba muy aburrida.

—¿Y tú dejaste que lo hiciera?

Otabek se encogió de hombros.

—Me estaba quedando dormido. —Sacó un billete de su bolsillo para luego sacudirlo entre sus dedos—. Me dio esto después.

—Eres millonario, Otabek.

—Bueno, luego llegué a la habitación y quise quitar la mancha pero me quedé dormido.

Yuri tomó el uniforme entre las manos.

—Eso es muy tierno, pero es imposible que esto se quite. Parece pintura de aceite.

Otabek negó con una sonrisa y le hizo espacio a Yuri para que se sentara con él.

—¿Usas anteojos ahora?

Handsome Devil [OtaYuri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora