Mis manos sudaban frío, comenzaba a sentir un leve dolor en los hombros cercano al cuello, pero esperaba que no continuara con sus acertadas conclusiones, sin embargo, nombró todo como si su cabeza fuese una máquina recordatoria de hechos, casi como una lista de episodios que reunió, uniendo hasta el más mínimo detalle que pudiese confirmar sus sospechas. Caminé hacia la puerta, confirmé que nadie viniera y volví a cerrar, luego me acerqué hasta casi rozar su cuerpo, perdonándome por la actitud que tomaría hacia ella, pero no tenía más opciones.
—Dime qué es lo que quieres para guardar silencio —hablé intentando sonar lo menos amenazante posible.
Amala, sonrió con una mirada semejante a la de una niña manipuladora.
—No tienes nada que pueda pedirte, menos, algo que ofrecer.
Sus palabras sonaban decepcionadas, pero continuaba con la sonrisa fija en los labios. Por un momento creí oír la risa de Eric, al abrirse la puerta, casi me desvanecí y ella lo notó, pero al voltear vi que se trataba de Gus y otro tipo más. Nos saludaron, mirando como si hubieran interrumpido una especie de momento íntimo entre nosotros por la cercanía que teníamos, pero me alejé disimulando la tensión y esperando que entablaran algún tema de conversación.
—¿Han... visto a Eric? —preguntó Gus.
—Anoche vinieron por él unos tipos, dijo que eran del trabajo —respondió Amala y desvió su mirada hacia mí—. Mencionó que volvería la próxima semana porque debía hacer trabajo doble.
—¡¿La otra semana?! ¡Jódeme, tenía algo que darle! Conseguí hierba de buenísima calidad, alta pureza —comentó mientras le daba un codazo a su amigo—. Frank, ¿fumas?
—Tabaco, solamente.
—¿En qué mundo vives? Mira, por si alguna vez quieres distraerte —dijo acercándose a mí con un trozo de papel periódico en su mano—, acuérdate de mí y disfruta, ¡hasta tomarás mejores fotografías!
Su amigo carcajeó, contagiando a Amala, y me extendió aquel papel doblado, entonces, para no parecer antipático, lo acepté. Comenzó a prepararse algo para comer junto al otro estudiante, mientras comenzaban a hablar entre ellos. No quise prestar atención, sólo me enfocaba en cómo Amala, podía actuar en ese momento.
—Frank, ¿podrías acompañarme al hall un momento? —pidió mientras caminaba hacia la puerta.
Con pesar, le seguí hasta llegar a aquel lugar en donde sabía que continuaríamos hablando del tema. Cuando estuvimos solos, acortó la distancia entre nosotros.
—Creo que me equivoqué. Sí puedes hacer algo para que mi preciosa boquita no diga nada —susurró maliciosa.
Incliné un poco mi cabeza para atrás, no me gustaba su cercanía en ese momento. Quería poder descifrar a qué se refería, pero no pude; estiró su mano con la palma hacia arriba y, en una actitud infantil, pero a la que no me convenía negarme, volvió a hablar para pedirme lo que quería a cambio.
—Me das ese bello cuarzo y no diré nada, por ahora.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?
—Si te mintiera, no podría volver a pedirte cualquier otra cosa que se me ocurra —respondió y sonrió.
Esa sonrisa aplastante, me provocaba náuseas. Si quería el cuarzo, lo tendría, ¿qué más iba a hacer? Podía mantenerle en silencio de esa forma, aunque me doliera y ardiera en rabia por desligarme del obsequio de Gerard. Tomé el cordel de donde se sujetaba el cristal y tiré de él hasta cortarlo contra mi piel, luego, envuelto en repudio, lo dejé sobre su mano.
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ᴜɴᴋɴᴏᴡɴ
General FictionAl momento de comenzar a cuestionar quién eres, es cuando comienzas a conocerte, pero ¿qué se siente cuando crees conocer a alguien que, inesperadamente, se convierte en un desconocido? Es el año 1989, y, Frank, comienza un profundo e importante aut...